Jueves 1° de abril de 2021

Catedral Basílica de Salta

Homilía

 

 

Mis queridos hermanos:

 

Comenzamos la celebración del Triduo Pascual con esta Santa Misa de la Institución de la Eucaristía. En el curso del Año Litúrgico este es el centro. Todo adquiere sentido, toda la Revelación, toda la vida de Jesús, en lo que acontece desde la Última Cena hasta la Resurrección del Señor. Toda la creación y la historia de la humanidad sólo se pueden entender desde la clave de un amor sin medida.

 

Está celebrando Jesús la Pascua con sus discípulos. Al ser heredero de la tradición judía, va a comer el cordero pascual, signo del paso de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida. Jesús le da otra dimensión. Con Él la Pascua en el origen de la presencia definitiva de Dios con nosotros. Él es el verdadero cordero.

 

La humanidad nunca terminará de entender, nosotros no terminaremos de entender, que Dios, el Todopoderoso, el Creador, se haya hecho hombre y dé la vida por nosotros y se convierta en el Cordero que reúne a las familias y al pueblo de Israel en una gran Asamblea, la Iglesia que va nacer definitivamente de este gesto, de esta entrega del Señor hasta la muerte en la Cruz y de su Resurrección. La novedad absoluta que significa el hecho de que Dios muestre su poder en su misericordia excede la comprensión de la mente humana; siempre nos superará. Por eso, pasa el tiempo y las generaciones y sigue siendo un misterio admirable, que nos llena el corazón y nos impulsa a descubrir un nuevo sentido de la vida.

 

Dios se hace hombre, se abaja y muere; muere por nosotros, muere por mí. El Señor ha muerto en la Cruz y se puede prolongar en el tiempo este acontecimiento porque Él anticipa su muerte en la Cruz en la entrega de la Eucaristía que celebra con sus discípulos en la Última Cena. La Iglesia se sumerge en el misterio en cada Eucaristía y, en el curso del año litúrgico, hay tres días en los cuales quiere vaciarse de sí misma para abrevar en este misterio. Los cristianos estamos llamados a vaciarnos de nosotros mismos para dejar que Dios nos llene y nos haga experimentar cuánto nos ama. Pablo dice, contemplando el Misterio: “Me amó y se entregó por mí”. Todo se descubre desde la Última Cena, desde la Eucaristía. Si complementamos el texto del Evangelio de Juan que acabamos de escuchar, con las narraciones de la Institución de la Eucaristía de los otros tres Evangelistas: Mateo, Marcos y Lucas, descubrimos que en la Última Cena hubo dos gestos complementarios: el lavatorio de los pies y la entrega del pan y del vino: la entrega de Jesús en el pan y el vino.

 

Estos gestos nacen del amor de Cristo en la Cruz que se hace presente en la Eucaristía. El Señor Jesús se hace esclavo. El esclavo o el servidor lavaba los pies. El gesto es provocador, por eso Pedro no lo puede entender. Jesús lo presiona, porque tiene que aceptar ser servido por Jesús, ser amado por Jesús. Tiene que aceptar que Jesús se haga su esclavo y ahí aprenderá Pedro, en este nuevo gesto del Señor, cuál será su misión y lo vivirá hasta morir como su maestro, crucificado, pero consciente de su indignidad pedirá que lo hagan dejándolo con la cabeza hacia abajo.  Pedro se dejó llenar de ese amor de Jesús.

 

El Señor quiere lavarnos los pies, quiere vivir en nosotros en este año 2021, ese misterio de amor que no se agota ni se agotará jamás, en nuestras vidas, en este tiempo, en este lugar. Cada uno de nosotros estamos llamados  a dejarnos interpelar por el gesto del lavado de los pies, que no lo haremos en esta Celebración por la pandemia.

 

La clave de la interpretación de la historia no la tiene ningún proyecto político, ni imperios, ni naciones, ni ideologías… la clave está en el amor a Dios y desde Él hacia los hermanos amor que se opone al amor egoísta de nosotros mismos. Ya lo decía San Agustín: “Dos amores construyeron dos ciudades, el amor de Dios hasta el desprecio de sí construyó la ciudad de Dios y amor de sí hasta el desprecio de Dios construyó la ciudad de la muerte y del pecado” y esto pasa por el corazón.  Este tiempo nos ofrece oportunidad de preguntarnos ¿Qué hay en mí que es expresión de ese amor a mí mismo egoísta y cerrado?  ¿Por qué camino el Señor me va llevando para abrir mi corazón, desinstalarme y aprender a descubrir la necesidad del otro y a servir a los otros, como lo hace el Señor conmigo? ¿Quiénes son los que me necesitan a mí alrededor? ¿Quiero de verdad transformar mi vida en un paso por este mundo que valga la pena o me voy a encerrar en un egoísmo que me hace sucumbir ante la tentación del placer sin medida y sin compromiso, del poder mal usado y que termina destruyendo a los de más y a mí mismo y del tener que me convierte en un avaro envejecido y sin esperanza?

 

El Señor trae una nueva imagen del hombre, es la imagen del hombre nuevo ¿Estoy dispuesto a aceptarla? Si tengo miedo o me cuesta, bendito sea Dios si me doy cuenta. No tengamos miedo de ponernos delante del Señor, rezar fuertemente en la Eucaristía y pedirle: Señor abre mi corazón, voltea las murallas de mis miedos y mis egoísmos, ayúdame a dar un paso adelante. Que pueda descubrir la belleza de la caridad, que advierta que al comulgar yo estoy haciéndome uno contigo y que quieres   que yo te dé mi cuerpo y mi alma para que te sigas dando a los hermanos, porque si te entregas en tu Cuerpo hecho pan es para que haciéndose el pan uno en mí y haciéndome uno contigo, yo te permita entregarte con mis gestos y con mis actitudes.

 

El mundo de hoy necesita que los cristianos demos ese paso de vivir con valentía el estilo de Jesús, que brota de la Cruz y que se hace fuerza en la Eucaristía; fuerza para mí, fuerza para nosotros, fuerza para el mundo.

 

Aquí estamos Señor, como somos, pero quisiéramos que esta Pascua nos renueve.  Tira abajo nuestras cobardías como tiraste las cobardías de Pedro. Llena nuestro corazón como llenaste la de los apóstoles en la Pascua y permítenos ser en el mundo gente nueva, que confíe en tu estilo y en tu Evangelio, que lo transmita con actitudes que muestren un corazón lleno de la alegría de tu presencia.

 

Entramos en el Triduo Pascual, Señor; nos tomamos de tu mano, de la mano de tu madre la Virgen María y de San José -en este Año que es suyo- porque queremos caminar y transformar nuestras familias, nuestra sociedad y el mundo entero. Recíbenos como somos, Señor en esta puerta del Triduo y transfórmanos en lo que tú quieres que seamos. Tú vives y reinas por los siglos de los siglos.

 

 

 

+ Mario Cargnello

Arzobispo de Salta

 

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