15 de septiembre
Celebración del Pacto de Fidelidad
Lecturas
Is 9,1-6
Sal.
Lc 24,13-35
“El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz: sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz” (Is 9,1).
¡Señor del Milagro! ¡Qué lindo es poder estar delante de tu imagen bendita y descubrir en Ti, de la mano de Nuestra Señora del Milagro, la luz que alumbra las tinieblas de nuestra vida y de nuestra historia! ¡Tú eres la luz del mundo! ¡Te damos gracias! ¡Que tu Santo Espíritu nos ilumine para poder discernir con claridad cuáles son las tinieblas de nuestras vidas y de la historia de nuestro pueblo, abriéndonos a la luz de tu Persona y de tu Mensaje!
Reconocemos una situación de crisis que marca nuestro tiempo y que se ha visto agravada por la pandemia. La crisis económica provoca un aumento grande en el número de los pobres y de los excluidos, la crisis social alimenta la grieta entre grupos que se enfrentan por ideologías, la crisis educativa golpea a generaciones de niños y jóvenes que quedan relegados en el camino de la educación, la crisis de la familia marca a muchísimos niños que no alcanzan el oxígeno del amor pleno… son tantas las situaciones dolorosas, Señor, que claman a las puertas de la humanidad interpelándonos a nosotros, como los griegos a Felipe: “Queremos ver a Jesús” (Jn 12,21). Haciendo nuestro el clamor de tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo, celebrando a Jesús, el Señor del Milagro y de la historia, nosotros le suplicamos: “Muéstranos al Padre y eso nos basta” (Jn 14,8). ¡Muéstranos al Padre para poder decirle al mundo que es posible superar esta crisis si abrimos las puertas de nuestras vidas, de nuestras familias, de nuestra patria querida, de nuestras naciones, al Padre Dios!.
Tu respuesta no deja lugar a dudas: “El que me ha visto ha visto al Padre” (Jn 14,9). A la luz de tu Palabra se hace oír el clamor de San Juan Pablo II a los pueblos: ¡No teman!¡Abran las puertas a Cristo!
Necesitamos contemplarte para descubrirnos, encontrar horizontes, rectificar caminos y contribuir a la transformación de nuestra sociedad y de nuestro mundo. Queremos descubrirte en el corazón de tu Familia Santa de Nazareth, necesitamos escucharte para crecer como Iglesia en este mundo y en este tiempo, necesitamos la luz y la fuerza de tu Espíritu para ser ciudadanos responsables ¡Aquí estamos, Señor, ante Ti, ¡de la mano de tu Madre!
I
Te miramos en tu Sagrada Familia de Nazareth.
Vivimos en un mundo marcado por una decadencia cultural que no promueve el amor y la entrega. El Papa Francisco señala entre sus características: se modifican las relaciones de un momento a otro, se teme al compromiso permanente, estamos obsesionados por el tiempo libre, usamos al otro sólo como remedio a la soledad, o como algo útil: “todo es descartable, cada uno usa, tira, gasta y rompe, aprovecha y estruja mientras sirva. Después, ¡adiós! El narcisismo vuelve a las personas incapaces de mirar más allá de sí mismas, de sus deseos y necesidades”[1]. Y esto sucede, incluso, entre personas mayores “que buscan una especie de autonomía y rechazan el ideal de envejecer juntos, cuidándose y sosteniéndose”[2].
Son muchas las notas de nuestra época que afectan a la vida de familia, el descenso demográfico, el debilitamiento de la fe y de la práctica religiosa, una mentalidad antinatalista promovida por las políticas mundiales de salud reproductiva, y por la falta de coherencia de legisladores que se profesan cristianos, por la falta de una vivienda digna… Podríamos señalar otras notas pero permítanme destacar con el Papa la situación de la gran cantidad de niños que nacen fuera del matrimonio, que crecen sin la contención de papá y mamá… ¿Qué decir de los niños explotados sexualmente o que, incluso en los lugares en los que deberían ser contenidos sufren la humillante experiencia del abuso sexual, sea en la familia, sea en las escuelas, sea en comunidades o instituciones cristianas? Perdón a los niños por ello.
Frente a ello el Papa pide a las familias ser familias según el proyecto de Dios. Vivir intensamente el don de ser familia es una proclamación elocuente del Evangelio del amor y de la vida. El amor vivido en las familias es una fuerza constante para la vida de la Iglesia. Vivir el amor, la belleza del amor, de la alegría que nace y el cuidado amoroso de cada uno de sus miembros: de los cónyuges, de los hijos, de los padres, de los abuelos, es un regalo para la Iglesia y para el mundo. Necesitamos el testimonio del amor familiar. Lo expresaron los jóvenes que se reunieron en la jornada del Milagro juvenil. Lo vemos en el rostro de los niños felices cuando se ven acompañados por sus padres en las calles de nuestras ciudades y pueblos.
El Papa invita a las familias a proclamar el Evangelio, la Buena Noticia del amor. “En la vida familiar hace falta cultivar esa fuerza del amor, que permite luchar contra el mal que la amenaza. El amor no se deja dominar por el rencor, el desprecio hacia las personas, el deseo de lastimar o de cobrarse algo. El ideal cristiano, y de modo particular en la familia, es amor a pesar de todo”[3].
¡Jóvenes! Queremos exhortarlos a vencer el miedo al sacramento del matrimonio. Optar por él es asumir con seriedad la identificación con la otra persona, muestra que ustedes son capaces de superar el individualismo adolescente y manifiesta la firme opción de pertenecerse el uno al otro. “Optar por el matrimonio expresa la decisión real y efectiva de convertir dos caminos en un único camino, pase lo que pase y a pesar de cualquier desafío. Por la seriedad que tiene este compromiso público de amor, no puede ser una decisión apresurada, pero por esa misma razón tampoco se la puede postergar indefinidamente”[4].
El amor siempre da vida. Por eso el amor de los esposos a la vez que se entregan mutuamente dan la realidad del hijo. La familia es el ámbito no sólo de la generación de un hijo sino también de la acogida de la vida que se recibe como un don de Dios. Desear un hijo, acogerlo desde el instante de su concepción, esperarlo soñando es transmitir al hijo, ya desde el seno materno, la experiencia de ser amado antes de que lleguen. Es susurrar al oído del hijo que se va gestando, la noticia más hermosa para el ser humano: ¡Dios te ama! Ésta magnífica y fascinante tarea de una pareja es la expresión del respeto por el derecho a la vida que tiene el niño desde el momento de su concepción y se prolongará en el cuidado, educación y amor a lo largo de la existencia. Ese respeto a la dignidad del niño nos lleva a afirmar la necesidad que el mismo tiene a una mamá y a un papá, que se aman mutuamente y que envuelven al hijo como un nido protector.
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Contemplemos este misterio del amor matrimonial, recíproco entre los esposos y generoso en el don de los hijos, a la luz de la Sagrada Familia de Nazareth. En ella descubrimos que la presencia del Señor habita en la familia real y concreta, con todos sus sufrimientos, luchas, alegrías e intentos cotidianos. Desde la presencia de Dios su amor atraviesa el vínculo cotidiano de la historia familiar. Allí se crece como hijo de Dios, allí se aprende a ser discípulo del Señor. Para vivir este desafío la familia está llamada a cultivar la oración. ¡No duden en dedicar un momento diario para rezar juntos! ¡Confíense diariamente a la protección de Jesús, de María y de José! El camino familiar de la oración culmina cuando son capaces de participar juntos en la Celebración Eucarística dominical. “El alimento de la Eucaristía es fuerza y estímulo para vivir cada día la alianza matrimonial como iglesia doméstica”[5].
II
Necesitamos escucharte para crecer como Iglesia en este mundo y en este tiempo
El Concilio Vaticano II marcó un tiempo, nuestro tiempo, invitando a la Iglesia a preguntarse cada día acerca de su fidelidad al proyecto de Dios sobre ella. La Iglesia camina desde entonces madurando en su reflexión y renovando su fidelidad al Señor, Cristo. Ella está llamada a reflejar en el corazón del mundo, el Misterio de un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por eso es un misterio de comunión “porque es signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”[6] y es signo de la Misión que el Hijo recibe del Padre y que por obra del Espíritu ha confiado a su Iglesia para que anuncie el Evangelio “hasta los confines de la tierra.
¿Cómo vivir el misterio de comunión misionera hoy? El Papa Francisco nos invita a “caminar juntos”. Desde los comienzos mismos de su historia, la Iglesia vivió este estilo y a lo largo de la historia aparece esta obra del Espíritu que va impulsando y uniendo a los cristianos para que toda la Iglesia anuncie, sirva y lleve la Palabra y la Vida de Jesús a los hermanos. De esto hablamos cuando hablamos de sinodalidad. Una humanidad fuertemente interconectada y culturalmente globalizada desafía a la Iglesia. ¿Cómo responder hoy al desafiante mandato del Señor: ¡Vayan, anuncien el Evangelio!? Sólo caminando juntos.
Es tarea de todos, desde el Papa hasta el último de los fieles laicos. Esto exige a la Iglesia el arte de escuchar y el arte de discernir, de buscar y encontrar la voluntad de Dios en las diferentes situaciones de la vida y de la historia de nuestra humanidad. Por eso el Papa ha convocado un nuevo Sínodo que ha de comenzar el próximo mes de octubre en cada una de las Iglesias particulares, es decir, también en Salta, para culminar en Roma.
¿Cómo escuchar? El Concilio ha preceptuado que han de existir los Consejos de Asuntos Económicos en las diócesis y las parroquias; y ha aconsejado la existencia de los Consejos de Pastoral. Queremos ser fieles al Señor. Nuestra Iglesia particular quiere crecer. Todos debemos aportar al crecimiento de la vida eclesial de Salta y del país.
Por ello les pido, hermanos todos, que cada uno coloque en su corazón de cristiano, a la Iglesia. Somos pecadores, todos somos pecadores, pero estamos llamados a la santidad. La suciedad que nos mancha no puede ahogar el deseo de felicidad que nos será colmado sólo cuando seamos santos. Ayudémonos mutuamente a recorrer ese camino que es el camino de los discípulos de Jesús y contribuyamos con nuestra capacidad de escucha a crear un clima de diálogo fraterno que nos haga una Iglesia comunión. Que la oración de los cristianos nos disponga al discernimiento, es decir, a la búsqueda y al encuentro de la voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros y sobre esta amada Iglesia de Salta. Y que nos haga capaces de ponerla en práctica para el bien de todos los cristianos y los hombres y mujeres de buena voluntad.
Quiero agradecer especialmente a todos los agentes de pastoral que permitieron que la Iglesia esté cercana a los hermanos, especialmente a los más necesitados en este tiempo de pandemia. Gracias a Cáritas Salta y a las Cáritas parroquiales y a todas las organizaciones y personas privadas que muestran que Dios no abandona a los hijos que a Él claman.
III
Necesitamos la luz y la fuerza de tu Espíritu para ser ciudadanos responsables
El círculo del amor que nace en la familia y se amplía en la Iglesia se ha de abrir a las dimensiones de toda la humanidad. Los cristianos somos ciudadanos de este mundo, de esta patria.
Nuestra vida está llamada a la coherencia. Una definición de coherencia expresa: es la cualidad de la persona que actúa en consecuencia con sus ideas o con lo que expresa. Podríamos decir que somos coherentes en la medida en que nuestras acciones son consecuentes con nuestra fe cristiana.
El Papa emérito Benedicto XVI enseñaba que nuestra condición cristiana exige el testimonio público de la propia fe y vale para todos los cristianos. No podemos seguir al Señor que nos enseña que el insulto es una expresión de muerte y favorecer, desde la calumnia y el insulto la división de nuestro pueblo; no es coherente seguir al Señor que afirmó: “cuando ustedes digan “sí”, que sea sí y cuando digan “no”, que sea no” (Mt 5,37) y mentir alegremente en nombre de la economía o de la política o de, simplemente, de quedar bien. No podemos servir a nuestras ambiciones personales dejando a nuestro paso injusticia, pobreza y exclusión. No podemos creer que ser cristianos se agota en una piedad intimista e individualista que tiene el riesgo de alimentar nuestro narcisismo y no ver las necesidades de los hermanos que aumentan día a día, ignorando al Señor que nos dijo: tuve hambre, tuve sed, estuve enfermo y no me socorriste… (cfr. Mt 24,31-46). El Papa Francisco nos recordaba, citando a su predecesor, “que cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios”[7]
Esta coherencia que vale para todo cristiano “tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables”[8]
A la luz de esta enseñanza del magisterio pontificio, me atrevo a clamar a quienes tienen la autoridad para hacerlo que se adviertan las consecuencias de la evidentemente injusta ley del aborto y que se animen a reabrir la posibilidad de debatirla sin tomar partidos por ideologías, o, al menos, a que reglamenten la misma para evitar los excesos que terminan dejando a un bebé sin vida, como nos han hecho conocer la triste noticia que nos colocó en la escena nacional. Del mismo modo, y lo hago no como francotirador sino como un ciudadano que cree interpretar a muchos conciudadanos, que se tome en serio la situación de los numerosos hermanos a los que este caminar sin rumbo va dejando en el camino hasta la exclusión social y económica. También pido por los niños y jóvenes que tienen derecho a la educación. Debemos volver a cuidar como prioridad de la Nación, la educación integral de todos los jóvenes y los niños. En esto no podemos enfrentarnos. Todos, familias, docentes, escuelas, organismos, funcionarios, todos, todos debemos estar unidos. En todo esto sé que soy el primero que debo cuestionarme. Yo también debo ser coherente. Por último, permítanme rogarles, sobre todo a los legisladores -a los que hoy lo son y a los que serán elegidos- que regalen cada día el marco de seriedad en las propuestas que nos permitan a todos los argentinos sentirnos contenidos por quienes cuidan, a través de las leyes, el presente y el futuro de nuestra amada patria.
Te agradecemos, Señor, el habernos regalado, hace once días, la beatificación de Fray Mamerto Esquiú, fraile, obispo y misionero. Pobre y libre. Amigo tuyo, Señor Jesús y, por ello, capaz de amar a esta patria con pasión generosa. Vinculado a Salta por las familias que tienen su origen en la paternidad de su hermano Odorico. Resuena en ésta hora su llamada a obedecer la constitución como principio de vida y de organización social. Que él nos ayude a rezar por la Argentina y a contribuir con nuestro trabajo a la paz aportando nuestra cuota de justicia y de fraternidad.
¡Gracias, Señor! ¡Gracias, Madre querida del Milagro! ¡Gracias a todos! Gracias a la gente del Gobierno de la Provincia de Salta, de la Municipalidad de Salta, fuerzas del orden y de la salud, a los servidores públicos, a quienes limpian la calle, que trabajan al servicio de todos; a mis curas que han multiplicado su creatividad en su servicio pastoral para contener a la gente en estos días con procesiones en la ciudad y en el interior, a quienes recorrieron con las imágenes peregrinas permitiendo que la gente esté cerca de las imágenes y que se sintieran contenidos. Que la renovación del pacto de fidelidad sea una oportunidad para decirle al Señor: ¡recibe a los hermanos que se fueron a causa del Covid, fortalece a las familias que quedaron marcadas por el dolor, por la pobreza y líbranos de esta pandemia! Amén.
Mario Cargnello
Arzobispo de Salta
[1] FRANCISCO, Amoris Laetitia, – a partir de ahora AL- 39
[2] Ídem
[3] AL 119
[4] AL 132
[5] AL 31
[6] CONCILIO VATICANO II, Constitución Lumen Gentium, 1
[7] AL 316
[8] BENITO XVI, Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, 83. 22 de febrero de 2007