Parroquia San Juan Bautista de la Merced
Domingo 23 de junio de 2019
Homilía
Queridos hermanos:
“Bendito sea Abraham, bendito sea Dios el Altísimo”, así se expresa Melquisedec para bendecir a Abraham. La bendición está en el corazón de nuestro pueblo. Los sacerdotes sabemos cómo el Pueblo de Dios nos pide la bendición. ¡Ojalá no se pierda la costumbre de los hijos de pedir la bendición al papá y a la mamá!
Hoy es un día de bendición, Dios es el gran bendecidor. En Dios, la bendición es creadora, Dios dice y la creación se pone en marcha. Su palabra atrae el bien: “Vio que todo era muy bueno” y al crear al hombre “vio que todo era muy bueno”. La fuerza de la bendición de Dios sigue vigente, ni el tiempo ni el deterioro de nuestras faltas pueden minar el poder de la bendición de Dios.
La bendición en Cristo se hace recreadora venciendo el pecado. Cristo nos trae una palabra que es capaz de hacernos nuevos y recrearnos. Por otra parte, la bendición se hace promesa: “El Señor lo ha jurado y no se retractará” decía el Salmo 109. La Iglesia es el pueblo de la bendición, por ello es absurdo un cristiano que maldiga; el cristiano es un hombre que bendice: dice el bien y procura hacerlo.
Hoy nosotros celebramos en la Iglesia de San Juan Bautista de la Merced la Misa del Cuerpo y la Sangre del Señor y luego acompañaremos al Señor por las calles de la ciudad de Salta para bendecir a toda la Arquidiócesis.
I
Hoy es un día para agradecer y comprometernos con la creación, para respetarla y completarla con nuestro trabajo y servicio. “El Padre trabaja siempre y yo también trabajo” nos dirá Jesús. En nuestro tiempo el ser humano capta con facilidad cómo la creación, nuestra tierra, es una casa de todos, es la casa común y todos tenemos que cuidarla: cuidar nuestra casa, la calle, el barrio, nuestra ciudad. También hay que cuidar a los enfermos, a los ancianos, a los pobres, a los que tienen dificultades para integrarse y son marginados por nuestra injusticia.
Hoy es un día en el que al celebrar el Misterio del Cuerpo y la Sangre del Señor contemplamos en la Eucaristía cómo Dios asume la creación en el pan y en el vino. El Señor se transforma en alimento y alegría del ser humano y de la comunidad de la Iglesia, haciéndonos capaces de empezar de nuevo. San Pablo nos habla de ese grito de la creación. En cada Eucaristía que uno celebra ¿cómo no tomar en serio el clamor de Dios y el de los hermanos en nuestra tierra? Da pena ver con qué facilidad creamos basurales alrededor de nuestras ciudades.
Lo que nos dice el Papa Francisco en la Encíclica Laudato Si no es una moda, es una verdad que la tenemos que asumir fuertemente en nuestra espiritualidad cristiana y eucarística.
II
Siendo la bendición de Dios recreadora en Cristo, la Fiesta del Corpus nos invita a renovar nuestra condición de hombres nuevos, de nuevas criaturas, de bautizados. Es tan fuerte la Palabra de Dios que vence la muerte en nuestra condición humana. Él se hace hombre. Él es Dios y hombre y lo asume hasta la muerte misma, pero la vence porque asume su ser Hijo de Dios en su humanidad. La Eucaristía es el Sacramento dado para que podamos vivir plenamente nuestro bautismo. Es alimento: Cuerpo y Sangre, Pan y Vino. Hay que tomar en serio el hecho que Jesús haya querido prolongarse en el alimento, un alimento que nos fortalece, que nos recrea, que nos sostiene en la vida, que nos proyecta hacia la Vida Eterna y que nos une en el banquete con los hermanos. Por eso estamos invitados desde la Eucaristía a tomar en serio esta bendición de Dios y a convertirnos y recorrer nuestra vida espiritual como un camino de crecimiento en la capacidad de bendecir y de bien hacer.
Un cristiano es un hombre de esperanza, no es un profeta de calamidades, diría el Papa San Juan XXIII. El cristiano va aprendiendo a mirar aún en lo profundo del corazón humano marcado por el pecado, la misericordia de Dios que es más poderosa porque recrea con la fuerza de la Resurrección del Señor. Si Dios me tiene paciencia mí ¿Por qué no voy a creer que le tiene paciencia mi hermano? Si a Dios no le da asco mi miseria ¿Por qué voy a sentir asco de mi hermano? La Eucaristía es un Sacramento que nos une entrañablemente y que nos compromete en ese día a día en la lucha por aprender a abrir el corazón al estilo del corazón de Cristo para que entren todos los hermanos en él. Y nos compromete también como Iglesia. En un tiempo en el que experimentamos que Dios nos purifica como se purifica el oro en el crisol Dios nos va haciendo Eucaristía, pero moliéndonos como se tiene que moler el trigo y la uva. No nos cerremos a un Dios que quiere hacernos de verdad Iglesia. No tengamos miedo al paso de Dios aunque eso nos cueste lágrimas y sangre.
III
Hoy es un día también para empeñarnos en recrear nuestra sociedad por medio del Espíritu que va haciendo esa obra de bendición. Vuelvo a repetir lo del Salmo: “El Señor lo ha jurado y no se retractará”. La Eucaristía nos empeña a servir: “Denles ustedes de comer” dijo Jesús a los apóstoles cuando le advierten que la gente se tenía que ir porque había caído la tarde.
Seamos responsables de nuestra sociedad, ciudadanos en serio que construimos vínculos nuevos como iglesia y como sociedad en la verdad y la búsqueda del bien común. No es casualidad que el Papa Benedicto XVI haya hablado de la coherencia de la vida cristiana llamándola “coherencia eucarística” y comprometiendo a ciudadanos que están trabajando en el mundo al servicio de la sociedad para que sean coherentes, para que cuiden la vida, para que respeten la familia y el derecho de la misma a la educación de los hijos.
La presencia de Jesús en la Eucaristía se convierte en comida; Él se da para que lo comamos, para que lo hagamos nuestro. San Agustín pone en boca del Señor: “No me convertirás a ti sino que tú te convertirás en Mi”. La Eucaristía es esperanza porque se empeña totalmente y memoria porque asume en la Cruz del Señor y en su Pascua de Resurrección toda la historia humana. Todo en la Eucaristía es absoluta entrega. Es tan radical la decisión del Señor que no puede no cuestionar lo más radical de mi propia libertad. No podemos asumir la Eucaristía superficialmente. Es demasiado lo que se juega Dios en el Cristo que se hace pan y vino en la Eucaristía. Toca lo más profundo de mí y de mi libertad por eso es tan exigente el misterio pero al mismo tiempo tan desafiante y tan liberador.
Detengámonos en el tema del empeño que compromete la Eucaristía: “Denles de comer ustedes mismos” y escuchemos el llamado que brota del Señor, un llamado a cada uno, un llamado a nuestra Iglesia de Salta para que seamos más sinodal -no es una palabra de moda, es tan antigua como la misma Iglesia- en un caminar juntos, aprendamos aunque nos cueste porque pone en movimiento toda nuestra realidad humana.
Debemos salir de nosotros mismos. No es de la Iglesia quejarse o escandalizarse farisaicamente de las situaciones nuevas, debemos mirar de frente y servir a todos; debemos llegar a los más pobres, sobre todo a los que están alejados de Dios.
La Eucaristía es también un llamado para que nos empeñemos como ciudadanos. A quienes han comenzado a trabajar por sus candidaturas y son cristianos me permito presentarles tres pedidos.
Primero que no jueguen con la verdad, lo que construye el tejido social no son los relatos sino la verdad que libera y da sentido a la vida social.
Segundo, que no jueguen con las personas. Toda la comunidad queda herida por los insultos y por ese afán de destruir al otro. Necesitamos que nos propongan algo que nos pinte el horizonte.
Tercero, la vocación política es una forma alta de caridad: busquen el bien común. El poder solo Dios lo tiene definitivamente en la mano, no nos emborrachemos del poder, no tengamos miedo de convertirlo en servicio.
La verdad, el respeto y el servicio es lo que desde la Eucaristía, Jesús nos pide en este año a todos como ciudadanos y, en particular, a los que desean servir a nuestra Nación, a nuestra provincia y a nuestra ciudad.
+Mons. Mario Cargnello
Arzobispo de Salta