Semblanza preparada por Leonor Arias Saravia de Perramon (sobrina bisnieta de Mons. Matías Linares), a requerimiento de Monseñor Mario Antonio Cargnello.

Datos biográficos:

Nació en Salta, el 31 de agosto de 1841. Hijo de Mariano Linares Toledo y Faustina Sanzetenea y Morel[1].

Desde su niñez estudió Filosofía y Latín, en el convento San Francisco.

Fue ordenado sacerdote el 1° de enero de 1865. Ya incorporado al servicio de la Iglesia, prosiguió sus estudios en materia religiosa hasta alcanzar el grado de Doctor en Sagrada Teología. El 7 de diciembre de 1866 es nombrado Sacristán Mayor y Maestro de Ceremonias de la Catedral, y en junio de 1869, designado Secretario Mayor del Cabildo Eclesiástico. Como canónigo de la Catedral desde 1881, accede a la categoría de prebendado en abril de ese año; es promovido a chantre en 1885 y a Arcedeán de la Catedral el 21 de setiembre de 1887.

Tuvo a su cargo la atención de la capilla San José, durante un lapso que no fue posible precisar[2]. En 1872 fue propuesto como Tesorero de la Comisión para la Construcción de la Catedral por el canónigo Marquiegui, encargado de ese cometido. Y en noviembre de 1874, como Administrador del Seminario Conciliar, reabierto en esa fecha.

En 1886, fue nombrado Pro Vicario, por el Obispo Pablo Padilla y Bárcena, y en 1893, Vicario General. Siendo simultáneamente Vicario y Deán de la Catedral, es nombrado Síndico Apostólico, en calidad de Representante de la Santa Sede, el 12 de febrero de 1897. En ese año, atendiendo a su adhesión a la Orden y a su probidad, se lo admite como “hermano” de la Comunidad de Padres Franciscanos.

Al producirse, en 1897, el traslado del Obispo Padilla a Tucumán, fue preconizado para ocupar la sede vacante, con promoción del Gobierno argentino ante la Santa Sede.

Y el 8 de febrero de 1898, fue consagrado Obispo de Salta por S. S. León XIII. Fue el primer sacerdote salteño promovido a la categoría de Obispo. Asumió como tal el 7 de mayo de ese año. La diócesis a su cargo abarcaba entonces las provincias de Salta y Jujuy y el territorio nacional de Los Andes; contaba con una treintena de parroquias y sólo cuarenta y dos sacerdotes.

En 1899 viaja a Roma para participar del Concilio Plenario de América Latina. En esa ocasión obtiene del Papa autorización para coronar las imágenes del Señor y la Virgen del Milagro.

Desde esa fecha hasta el año de su muerte, concreta cantidad de obras en beneficio de su diócesis, según se detallan en el siguiente ítem.

En 1914 viaja a Buenos Aires por razones de salud, para su tratamiento. Allí, cumpliendo su viejo anhelo, se recluye en el convento de Sion, de los franciscanos de Tierra Santa, donde muere el 20 de abril de 1914. El gobierno nacional dispuso que se le tributaran honores de General de División, en ocasión del traslado de sus restos a Salta.

Obras realizadas durante su ejercicio pastoral:

Instalación en Salta de Órdenes Religiosas:

  • Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas, setiembre, 1887. Matías Linares –entonces Pro Vicario− les presta especial apoyo.
  • Hermanas Franciscanas de la Caridad (Enfermeras). En 1892 llegan las primeras Hermanas, pero tienen muchas dificultades para instalarse definitivamente. A partir de la donación, en 1897, por parte de Doña Rosa López y hermanas de un terreno para la futura casa, el 18 de setiembre de 1906 reciben la “licencia y bendición” del obispo Linares, para su instalación.
  • Autorización para la venida de los Padre Carmelitas, 1910. Mons. Padilla había iniciado los trámites para su instalación en 1893; pero ésta llega a concretarse varios años más tarde.
  • Canónigos Regulares de Letrán, 1899.
  • Sacerdotes del Verbo Divino, para la atención del Seminario Conciliar, 1903.
  • Sacerdotes Salesianos de Don Bosco, 1911.

Inauguración de instituciones educativas:

  • Colegio Belgrano, a cargo de los Padres Lateranenses, 1900.
  • Escuela primaria y Colegio de Artes y Oficios (futuro Colegio Salesiano), junto a los Exploradores de Don Bosco, 1911.

Gestión para instituciones de promoción social:

  • Círculo de Obreros de San José: (gestiona su personería jurídica en 1906).

Inauguración de iglesias:

  • Bendición de la piedra basal del templo del Buen Pastor, en Salta, 1899. En setiembre de 1901, había otorgado su anuencia para la instalación del templo de la misma congregación, en Jujuy, por parte del entonces Obispo de Tucumán, Mons. Padilla, jujeño, que fue su fundador y benefactor.
  • Iglesia de La Viña (cuya piedra fundamental colocara el Obispo Rizo Patrón),      10 de julio de 1904.
  • Iglesia de La Merced, 1914 (cuya piedra fundamental colocara él mismo en 1910).
  • Iglesia San Alfonso. Fue bendecida por el entonces canónigo Julio Campero y Áraoz, 1° de agosto de 1911.

Tareas de equipamiento de la Iglesia Catedral:

  • Obra en su archivo numerosa correspondencia intercambiada con Don José I. Machain, que le hiciera de intermediario para el encargo, en París, de las imágenes de la Asunción de la Virgen (altar del Santísimo), San José con el Niño Jesús, Sagrado Corazón, Buen Pastor y los cuadros del Vía Crucis. El propio Señor Machain habría donado la de San Roque, en reconocimiento por estos reiterado encargos. Por esta misma vía, realizó pedidos de instrumentos litúrgicos, ornamentos para el templo, telas para revestimiento de altares y casullas, y medallas del Señor y la Virgen del Milagro. Las imágenes de San Pedro y San Pablo son debidas también a su gestión. Tramitó, por otra parte, posibles decoraciones para las columnas del templo. Adquirió, además, el reloj para la torre, hizo completar la cúpula y colocar la cruz exterior.

Colocación de la Cruz (1901) y el Cristo Redentor (1903),en el cerro San Bernardo.

Coronación de las imágenes del Señor y la Virgen del Milagro (setiembre de 1902).

Actividad periodística:

  • Particularmente a través del periódico bimensual La Esperanza[3].

Organización del Primer Congreso Episcopal Argentino, realizado en Salta, en ocasión de la Coronación de las imágenes del Señor y la Virgen del Milagro, que había convocado la presencia de todos los obispos diocesanos de la Iglesia en la Argentina.

Donaciones:

  • La casa de calle Florida 186, donde comenzó a funcionar la obra salesiana, hasta la construcción del edificio definitivo, debida a la generosidad de Don Ángel Zerda. (Casa en la que el propio Don Matías había dictado a los niños clases de doctrina cristiana[4], y que le fuera  donada por su tía Josefa Sanzetenea y Morel, cuando era Diácono, en 1864[5]). El Obispo donó también las primeras máquinas para la Escuela-taller de Artes Gráficas, que comenzó a funcionar en 1913, en el futuro Colegio Salesiano.
  • La propiedad de calle Deán Funes (entre Caseros y España), donde funcionó la prensa católica, destinada a la difusión de la doctrina eclesiástica.
  • Una casa anexa a la anterior, cuyos alquileres destinó a la celebración de una Misa solemne en honor de la Asunción de la Virgen, en sufragio de su alma, y el resto a limosnas a los pobres, a entregarse ese día o la víspera de la Asunción.
  • El terreno donde se levanta el Colegio Santa Rosa de Viterbo. (El futuro Obispo habría comprado y luego donado el terreno, cuya piedra fundamental se colocó el 14 de setiembre de 1887).

[Las tres primeras donaciones obran en su Testamento. La cuarta, está tomada de referencias del material consultado].

  • Habría donado incluso las dos importantes estatuas de San Felipe y Santiago, que flanquean el presbiterio de la Catedral[6].


Perfil humano:

            Es muy significativo que en casi la totalidad de las referencias a la personalidad del Obispo Linares se lo define a partir del atributo de la santidad. Sea en los Diccionarios históricos, en los textos eclesiásticos, en las notas y artículos de periódicos y revistas  publicados en ocasión de aniversarios, y  hasta en evocaciones de personajes provincianos, exentas de connotación religiosa.

            Santidad que estaría cimentada en sus relevantes virtudes cristianas. Se destaca de modo particular su caridad evangélica, manifiesta en la compenetración entrañable con las necesidades de los más desposeídos especialmente; y se puntualizan hechos reveladores en tal sentido. Por una parte las donaciones efectuadas de los bienes heredados del patrimonio familiar, que puso a disposición de la Iglesia y de las instituciones que generó en su tarea apostólica, con reconocida discreción.

            Ese afán de despojamiento en beneficio de las necesidades de su comunidad, se manifestó incluso en la generosidad extrema con que administró los bienes destinados a su subsistencia como Ministro de la Iglesia. Al punto de que llegaron a comprobarse estrecheces económicas e insumos faltantes en el funcionamiento del palacio episcopal, debidas a la munificencia con que disponía de los bienes que le estaban destinados.

            Y además de la práctica de la caridad a través del desprendimiento, la vivía en la atención personal solícita, y hasta con visos de ternura paternal para con los más pequeños. Hay anécdotas registradas en algunos de los textos consultados, que lo testimonian. Como el invitar a un niño a subir al auto episcopal, para proporcionarle una experiencia gratificante; o el auxiliar a la pequeña hija (de apenas dos años) de la cocinera del palacio: estando su madre imprevistamente ausente una noche, el Obispo la sorprendió llorando de temor y de frío y, compasivo, la cobijó en su aposento, y le cedió su lecho, donde la niña se durmió reconfortada. Es significativo, también, que las únicas personas a las que hace depositarias explícitas, en su Testamento, de donaciones significativas de dinero, son las que le “han acompañado en el servicio doméstico”, e incluso los hijos de ellas, a los que dispone les sean entregadas al alcanzar la mayoría de edad. 

            Su preocupación por los más desposeídos y sufrientes lo impulsó a gestionar, por otra parte, la venida de las Hermanas Franciscanas de la Caridad (Enfermeras), durante su Vicaría en el Obispado, y a involucrarse en el funcionamiento del Círculo de Obreros de San José.

            De consuno con esa entrega sin retaceos a la caridad, se patentiza otro de los rasgos más señalados de la personalidad de Matías Linares: su ascetismo y austeridad de vida. Señalan sus biógrafos que, del amplio edificio episcopal, se había reservado una sola habitación, que le servía tanto de cámara personal como de escritorio, y en la que se ocupaba incluso por sí mismo de los enseres domésticos, para liberar de tareas a las personas encargadas del mantenimiento del palacio.

            Rasgos, los señalados, coincidentes con su declarada vocación por la vida recoleta. Esta llamada, complementaria de su predilección por el espíritu de pobreza franciscano, lo llevó a elevar, en repetidas ocasiones, su renuncia a la jerarquía episcopal; sistemáticamente rechazada, por S.S. León XIII, primero, y por su sucesor, Pío X, después.

            Esta actitud es una demostración, además, de la sencillez y modestia, que se le reconoce reiteradamente en las evocaciones de su itinerario pastoral. Resulta ilustrativa en este sentido la reflexión de Mons. M. A. Vergara, a propósito de su designación como Obispo de Salta:

            Puede decirse que cuando se supo el traslado de Mons. Padilla a Tucumán, en Salta, en las esferas nacionales y en la Santa Sede se produjo un fenómeno singular de sincronismo de simpatías  y voluntades. Todos como en plebiscito unánime, eligieron Obispo para Salta […], al Señor Linares. Uno hubo en cambio que discrepaba: era Don Matías. Jamás creyó Monseñor Linares, ni entonces ni después, que él fuera digno y llamado al supremo sacerdocio del episcopado[7].

            Los textos de sus renuncias son también una prueba de ello; en todas (se pudo registrar cinco) manifiesta sentirse incapaz de cumplir con la alta misión a la que se lo destinara. Alude a problemas de salud,  “que [lo] imposibilita[n] para visitar personalmente [su] Diócesis”. Y además argumenta, en la segunda de ellas, del 4 de agosto de 1903:

Yo contemplo con dolor  de mi corazón S.S.P. los males que acarrean á la grey que me está confiada estos defectos insalvables de que adolesce mi persona y en conciencia creo mi deber hacer esta renuncia protestando delante de Dios nuestro señor que no me induce otro motivo que el temor de que se pierdan las almas por culpa mía cuando estoy íntimamente convencido de mi impotencia para el ministerio episcopal.

En otras fundamenta su incompetencia en su “falta de la ciencia necesaria y aun de la preparación en los conocimientos más indispensables para el desempeño de tan delicado cargo” (24 de febrero de 1905). Mientras S. S. León XIII destaca, en el documento de la designación como Obispo (febrero de 1898), su condición de Doctor en Sagrada Teología y sus méritos personales.

            Por otra parte su opción, al final de su vida, por recluirse en un convento franciscano, cuando viaja a Buenos Aires por problemas de salud, testimonia asimismo, claramente, hacia dónde lo impulsaba su inclinación más profunda. Precisamente por ello resulta más llamativa su enorme consagración a las tareas apostólicas, que concretó en una cantidad de obras destinadas a la educación de los jóvenes, la atención de los enfermos, la solidaridad con los desprotegidos, la difusión de la doctrina evangélica, el cultivo de la fe de la feligresía salteña y especialmente de su devoción a los Patronos del Milagro. Obras que dan cuenta de una acabada compenetración y análisis de la realidad que le tocara pastorear.

            La evocación de Don Matías Linares −como se lo llamaba habitualmente− por parte de quien es considerado el “padre de la poesía salteña”, Juan Carlos Dávalos, es muy significativa por su particular enfoque al respecto. Escrita con motivo de la muerte del Obispo, e incluida luego como la última estampa de su libro Salta, se focaliza en lo que considera la “contradicción” que habría existido “entre las íntimas tendencias espirituales que lo solicitaron y la elevada misión pública que desempeñó”. Desde su óptica de escritor respetuoso de las tradiciones de su provincia, pero de ningún modo ubicable dentro de una escritura de carácter religioso, exalta la conducta de su evocado, a quien juzga “más que un sacerdote, un asceta”; “y más que un apóstol, un santo”. Y ello a  partir de una consideración un tanto sesgada del sacerdocio y de la santidad, la que, según él, “acaso [sería] incompatible con la acción”. Minimiza en cierto modo la ímproba labor apostólica del Obispo Linares, en función de hacer resaltar la ejemplaridad de su vida, afirmando: “Su carácter jamás se avino con su cargo. Y, por la sola fuerza prodigiosa de la virtud, el hombre fue superior al cargo”. “Se impuso quizá sin quererlo, seguramente sin ambicionarlo, a la alta estima y consideración de su grey y de su pueblo, por el ejemplo más que por la acción…”[8].

            No obstante, resulta evidente que el Obispo Linares logró conciliar, y con realizaciones realmente sorprendentes, estas dos facetas del actuar humano; lo que no excluye, desde luego, el indudable mérito de haber encarado, con visos de santidad, el indudable conflicto interior que destaca con sutileza el poeta salteño. Porque es evidente que el Pastor tenía un claro y compenetrado conocimiento de las necesidades de su diócesis y de su feligresía.

Prueba de ello es su denodada consagración a promover las instituciones educativas para niños y jóvenes varones, dado que, según referencias del material consultado, se encontraban huérfanos de cauces de formación idóneos, por los serios problemas suscitados en la Escuela Normal de Varones, creada en 1877[9]. La fundación de los Colegios Salesiano y Belgrano de nuestra ciudad, posibilitada por la llegada de sacerdotes de la Orden de Don Bosco y Lateranense, gestionada por Don Matías, bastaría por sí sola para avalar con creces  cualquier desempeño pastoral; incluso su preocupación lo llevaba a prever que estuvieran atendidos los diversos sectores sociales, por ello la elección de dos órdenes que ofrecían diversas salidas laborales.

Sólo tres años después de surgidos los citados problemas en la Escuela Normal, en 1900, consigue inaugurar el Colegio Belgrano, bajo la conducción de clérigos llegados de Europa conjuntamente con él, a partir de las gestiones realizadas en Roma, ante el Abad General Don Luis Sartini, en ocasión de su viaje al Concilio Plenario.

Y en cuanto a la instalación de los padres salesianos y la fundación del colegio a su cargo, resulta realmente conmovedor y ejemplarizante el denodado esfuerzo a través del cual pudo concretarlas, luego de ¡veinte años! de persistir en su objetivo, a pesar de los resultados sistemáticamente negativos de los trámites realizados durante los primeros años. Según consta en la publicación “Monseñor Matías Linares y el Colegio Salesiano de Salta”, del sacerdote Eduardo Luis Giorda, este objetivo estaba  en el corazón de Don Matías desde antes de su consagración episcopal; ya en 1880 se habían realizado algunas tratativas, pero fue luego de acceder al cargo episcopal, apenas cuatro meses después de ello, cuando el Obispo se consagró a perseguir la realización de  ese proyecto, concebido fundamentalmente en función de atender a las necesidades de los niños y jóvenes de bajos recursos o abandonados, brindándoles formación en la “Escuela de Artes y Oficios” de los padres salesianos. Además de las frecuentes misivas, realizó viajes a Buenos Aires con ese fin y, cuando su partida a Italia, para el Concilio Plenario de América Latina, se desplazó de Roma a Turín, para entrevistar a los superiores de la Orden. Con posterioridad comisionó a su Vicario Julián Toscano para realizar dos viajes más a Turín, con el mismo propósito. Hasta que, finalmente, pudo ver ese sueño concretado en 1911.

En este mismo sentido lo preocupaba también la formación de los sacerdotes, futuros formadores a su vez en la fe, cuya propagación lo desvelaba. Y consiguió a este fin que los Padres del Verbo Divino, vinieran a hacerse cargo de la conducción del Seminario Conciliar. Su celo apostólico lo impulsaba, no obstante, hacia la difusión y preservación de la doctrina cristiana en ámbitos más amplios, que proyectó incluso hacia el periodismo, a través de su colaboración con el periódico local La Esperanza, −destinado a la difusión y defensa de la doctrina de la Iglesia−, y de la donación de una propiedad para el funcionamiento de la prensa católica.

Pero no se centró sólo el Obispo Linares en el plano específicamente educativo y de formación cultural y humana; siempre en el afán de cultivar e incentivar la fe de sus feligreses, se preocupó también por atender al cuidado de los templos. Concretó incluso la colocación de la piedra fundamental e inauguración de algunos de los más representativos de la ciudad y, muy especialmente, se dedicó a vestir de imágenes la nueva Iglesia Matriz, cuya construcción finalizó  en 1883[10], cuando él se desempeñaba como Deán de la misma. La provisión de la mayor parte de las imágenes de Cristo, la Virgen y los Santos y los cuadros del Vía Crucis de nuestra Catedral (salvo los conjuntos de la Virgen del Carmen y del Rosario emplazados en los dos altares del tramo inicial) fue gestionada con gran dedicación por Matías Linares, en Francia. A él se debe también la construcción de las Capillas del Señor y la Virgen del Milagro.

En cumplimiento de una exhortación de S. S. León XIII, que propiciaba la realización de manifestaciones de fe en el mundo cristiano, como homenaje a la entrada en el nuevo siglo, concibió el Obispo dos proyectos que quedarían como mojones en la historia religiosa de Salta: la coronación de las imágenes de sus Santos Patronos y la colocación de una imagen del Cristo Redentor en la cumbre del cerro San Bernardo. En su mentado viaje a Roma consiguió la autorización de su Santidad para realizar la coronación, que dio lugar a celebraciones encendidas  y multitudinarias de la grey salteña. Y con ese motivo hizo erigir, además, la capilla y el altar del Santísimo Sacramento en la Catedral.

En cuanto al proyecto del Cristo Redentor, se había previsto conmemorar la entrada al nuevo siglo con una Misa la medianoche del día 31 de diciembre, en la Iglesia Catedral, y con una procesión a la cumbre del cerro San Bernardo, para honrar al Cristo. Lamentablemente, debido a que la imagen encargada a escultores de Buenos Aires no fue entregada en la fecha prevista, se optó por reemplazarla, en esa ocasión, con una enorme cruz. Es significativa la devota adhesión con que contó Don Matías para concretar sobre la marcha ese plan alternativo: carpinteros, miembros del Círculo de Obreros de San José, un sacerdote donante de la madera, un herrero para el labrado de la leyenda y cantidad de fieles aportaron todo lo necesario para construir la cruz, abrir picada en el cerro para trasladarla y luego para su colocación, que pudo concretarse a fines de diciembre. Todo ello seguido de cerca por la feligresía que acompañó paso a paso el proceso, y que el día 1° de enero, a las cuatro de la tarde, pudo realizar la procesión prevista para la bendición de la Cruz. El Cristo debió ser colocado sólo dos años más tarde, pero desde entonces preside la ciudad extendida a sus pies.

Obras y realizaciones, las apuntadas, que dan cuenta de la preocupación y la dedicación del Obispo por atender a las necesidades de la Diócesis que le fuera confiada y de su feligresía. Mas hay un dato muy significativo además, en orden a la aceptación unánime señalada por Monseñor Vergara, a la hora de su designación episcopal, y es el cariño y devoción que todos sus biógrafos destacan lo rodeaba; producto de su reconocida bonhomía y del respeto que su capacidad  y cualidades morales generaban en todos los ámbitos de referencia, tanto de su provincia como nacionales, religiosos y civiles. Varios testimonios señalan como nota característica de su mandato episcopal, la concentración de los fieles a la salida de las ceremonias religiosas, en procura de la bendición de su Obispo, incluso el ponerse muchos de ellos de rodillas, ante el sentimiento de ser bendecidos por manos santas. Y hasta la solicitud de esta bendición cuando circulaba por las calles de su diócesis.

Porque era un pastor muy accesible a su comunidad y la cordialidad y sencillez de su trato eran proverbiales; se menciona su sonrisa permanente y hasta sus rasgos de humor. Podía encontrárselo “en los días buenos del otoño e invierno salteño, en las primeras horas de la tarde, sentado bajo un sauce, en el parque urbano [San Martín], rodeado de un enjambre de chiquillos, a los que hablaba y obsequiaba” –según recuerda el Padre Eduardo Luis Giorda, en el artículo que le dedica en el centenario de su fallecimiento−. En el que también apunta: “La preocupación de Mons. Linares por los niños era de una sensibilidad palpable. Gozaba, como el Divino Maestro, en exteriorizarles su cariño e interés”.

Pero no sólo se brindaba a los niños y los desvalidos –sus predilectos−; el Obispo era también un “hombre de consejo”, y lo ofrecía cálidamente a cuantos solicitaran el apoyo de su ministerio sacerdotal, cualquiera fuera su procedencia (se apunta que habría sido confesor de uno de los obispos que lo precedieron). El Padre Arsenio Seage apunta, en su trabajo sobre La Iglesia en Salta, que  habiéndose negado el gobierno del  General Roca a cubrir la vacante producida por la muerte de Monseñor Rizzo Patrón, el entonces Pro Vicario Matías Linares es quien sugiere la solución para enfrentar el caso: «dirigirse al Papa solicitando que el vicario capitular, canónigo Dr. Pablo Padilla, sea consagrado obispo “in pártibus infidelium”»[11]. Tuvo por otra parte también contacto con personalidades de la política. Existe correspondencia con autoridades provinciales y nacionales (con algunas de las cuales incluso se tutea, en virtud de antigua amistad), en función de determinadas necesidades de su Diócesis y en cumplimiento de funciones protocolares. Su archivo patentiza que durante su gestión el Obispo fue un personaje insoslayable en la vida de la comunidad salteña. Se lo convoca a celebraciones, inauguraciones y eventos de la más variada índole, tanto por parte de instituciones oficiales, educativas, o de beneficencia, como deportivas y hasta de fomento forestal. (En la inauguración del Conservatorio de Música, es nombrado Padrino de la celebración).

Como corolario de estas apreciaciones sobre la entrega y el predicamento consecuente que generaba la actitud del Obispo Linares, resulta evidente que el período de su ministerio episcopal estuvo signado por una suerte de consensuada armonía entre los diversos estamentos de la estructura político-social de la provincia que, desde tiempo atrás, venía atravesando dificultades y desencuentros entre el poder político y la Iglesia. Las décadas posteriores a 1880 presentaban, junto a los beneficios de la lograda “organización nacional”, un avance creciente de corrientes anticlericales, debidas al positivismo imperante y a la llegada de doctrinas como el anarquismo y el socialismo. Con este panorama, los nombramientos de los obispos anteriores a Linares presentaron muchas dificultades, por desentendimientos con el poder político, que tenía injerencia sobre esas designaciones, e incluso entre diferentes grupos de la sociedad salteña y hasta entre los propios clérigos. Quizá influyera a favor de Matías Linares su condición de salteño; todos los anteriores provenían de provincias vecinas y de Córdoba, y se trataba de sacerdotes de reconocidos merecimientos, no obstante lo cual debieron afrontar serios cuestionamientos. Lo cual no disminuye el mérito del notable aporte a la convivencia entre sus comprovincianos por parte del Obispo salteño.

 Esta suerte de carisma que  evidentemente irradiaba en torno suyo no se limitó sólo a su ámbito natal, como quedó en evidencia a la hora de su designación episcopal. Llama notoriamente la atención la decisión adoptada luego de su muerte  por el gobierno nacional, de que se le tributaran honores fúnebres de general de división en el acto del traslado de sus restos a Salta. Decisión que prueba cómo se había extendido su fama de santidad, más allá de que contradijera la voluntad expresa en su Testamento, al ordenar a sus albaceas “que eviten la pompa mundana en [sus] funerales”. Precisamente en ocasión de su muerte se dijo de él: “desde los tiempos de Esquiú la grey católica no había admirado una encarnación más completa de la bondad y la modestia, de la discreción, el celo y la prudencia, como las que representaba el diocesano de Salta”[12].

Conceptos similares se repiten en diversos periódicos de nuestra ciudad, de provincias vecinas y de Buenos Aires, reiterándose en todos ellos la evidencia de su santidad: El diario La Tribuna Popular, de Salta, afirma luego de haber aludido una y otra vez a la exclamación ¡Es un santo!, pronunciada por sus condiscípulos y profesores desde los días de su adolescencia, y reiterada en su paso por el Seminario, en Córdoba, y ya convertido en sacerdote: “En el púlpito, en el confesonario, en el altar, en la calle, era siempre un santo”. Y concluye así su evocación: “Su muerte ha sido como fué su vida, la de un santo”. También La Nación apunta: “Hemos dicho que Monseñor Linares era un santo varón y no hay en esto la aplicación de un concepto convencional […] Bastaría para demostrarlo con citar… (Y enumera una cantidad de sus virtudes)[13]. El diario La Flecha, de Tucumán, destaca en la conmemoración de los veinticinco años de su muerte: “Todo el pueblo de la provincia, sin distinción de clases, se conmueve ante el nuevo aniversario de la desaparición del que aún más que un Pastor fue un Santo”. Y con motivo del mismo aniversario, en El Intransigente, de Salta se afirma (reiterando la comparación con Fray Mamerto): “Monseñor Linares vistió la púrpura obispal, como pudo haber llevado, a semejanza de Mamerto Esquiú, el roto sayal del peregrino. En su espíritu ardía el fervor del santo”[14]. El Padre Arsenio Seage, por su parte, en la reseña biográfica que le dedica en 1986, en el texto antes aludido, cierra el registro de datos con esta declaración: “Su recuerdo de obispo santo perdura aún ahora”[15].

Bibliografía y material consultado:

Archivos existentes en la Curia, detallados en el ítem “Material sobre Monseñor Matías Linares y Sanzetenea”, que integra la carpeta sobre “Material recopilado”, preparada a solicitud de Mons. Cargnello. (Se incluye copia).

A los que habría que agregar:

Diccionarios biográficos:

Cutolo, Vicente O. Nuevo Diccionario Biográfico Argentino [1968] (1975). Buenos Aires, Ed. Elche

Udaondo, Enrique (1938) Diccionario Biográfico Argentino. B. A., Ed. “Coni”

Figueroa, Fernando (1980) Diccionario Biográfico de Salteños. Salta, EUCASA

Libros y folletos:

Colmenares, Luis Oscar y Chiericotti, Olga (1984) “El apostolado católico en la provincia de Salta”. En Estudio socioeconómico y cultural de Salta. Tomo III Área histórica. Segunda Parte, Capítulo II, Ap. 3. Salta, Universidad Nacional de Salta. Consejo de Investigación

Dávalos, Juan Carlos [1926] (1966) Salta. En Obras Completas. Vol I. Secretaría Parlamentaria. Dirección de Publicaciones

Giorda, Eduardo Luis S.D.B., Monseñor Matías Linares y el Colegio Salesiano de Salta. En el centenario de su fallecimiento. 1914-20 de abril de 2014. Salta, Mundo Gráfico, 2014

Palacios, Nicolás Marcelo (2002) La historia del Milagro en Salta en 1902. Arzobispado de Salta

Seage, Arsenio S. D. B. (1986) La Iglesia en Salta. Boletín N° 39 del Instituto San Felipe y Santiago de Estudios Históricos de Salta

Vergara, Miguel Ángel, Los Obispos de Salta. Salta. En el año Jubilar del Señor del Milagro 1592-1942

Artículos:

Giorda, Eduardo Luis S.D.B., “Monseñor Matías Linares y el Colegio Salesiano de Salta”. En el centenario de su fallecimiento. 1914-20 de abril de 2014. (Reproducción, con mínimas variaciones en cuanto al material fotográfico del folleto del mismo nombre). Salta, xxxxxx, 2014

−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−, “Monseñor Matías Linares. Una educación para la justicia social”. Diario PuntoUno. Salta, 6 de abril, 1914

S/dato autor, “Lo pequeño y lo grande”. En revista Encuentro. Colegio Belgrano. Salta, junio de 1970

Publicaciones periodísticas recopiladas en álbumes familiares:

S/dato autor, “Monseñor Matías Linares” En “Lectura del Domingo”. Hoja de propaganda católica en la Diócesis de Salta, Año I, N°1, 20 de abril de 1927

Linares Fowlis, Calixto, “En el XXV aniversario del fallecimiento de Monseñor Matías Linares”. Diario El pueblo. Salta, 20 de abril de 1939

−−−−−−−−−−−−−−−−−, “Monseñor Linares y la educación católica de la juventud salteña”. En diario El pueblo. Salta, abril de 1939

Saravia Castro, David, “Monseñor Linares”. En diario El pueblo. Salta, abril de 1939

−−−−−−−−−−−−−−−−−−, “Homenaje a Monseñor Linares”. Discurso en el centenario de su nacimiento, 1941

Saravia Linares de Arias, Clara, “Una estampa santa del pasado”. Diario El pueblo. Salta, abril de 1939 (?)

S/dato autor, “Hoy, hace 25 años que murió el obispo de Salta monseñor Matías Linares y Sanzetenea”. En el diario El Intransigente. Salta, 20 de abril de 1939

S/dato autor, Evocación de M. Linares y Sanzetenea, en diario La Flecha. Tucumán, abril de 1939

Vitry Roberto G., Referencias a Mons. M. Linares y Sanzetenea en “El veinte, un siglo de sólo 99 años”. En diario El Tribuno. Salta, 17 de octubre de 1999

Otras publicación periodísticas:

Lo Giudice, Juan Pablo, “Un siglo de vida”. En diario El Tribuno. Salta, 19 de marzo de

1964

Mendieta, Andrés  “La Cruz del Cerro San Bernardo”. En El Intransigente. Salta, 12 de marzo de 2014 .

Documentos:

PASTORAL del Ilustrísimo y Reverendísimo  Señor Obispo de Salta Matías Linares y Sanzetenea con motivo del Acto solemne de la Coronación de las Imágenes del Milagro (1902) Salta, Imp. “El Comercio de R. R. San Millán

Linares y Sanzetenea, Matías (1908) Testamento. Salta, Archivo General de la Provincia.

Otros:

Serrey, Carlos, Discurso pronunciado ante la tumba de Mons. Linares, el 25 de abril de 1914. Copia manuscrita.


[1] Entre sus ancestros españoles, hubo un sacerdote, Juan de Linares, nacido en Fuenterrabia (Guipúzcoa) y hermano de Don Matías Gómez de Linares, fundador de la familia Linares en Salta. Sacerdote de la Orden Seráfica fue destinado a las Misiones Franciscanas del Tucumán, a fines del siglo XVIII, e integró las comunidades de la orden en Salta, Jujuy, Orán y Tarija. (Cutolo, V., 1975, T. IV, p. 198).

[2] Hay referencias en periódicos al respecto, particularmente en el artículo “Un siglo de vida”. El Tribuno, 1964.

[3]  En algunas biografías se le adjudica la fundación de este periódico(se mencionan fechas diferentes: mayo, 1885/ abril, 1886), destinado a la difusión evangélica y la defensa de la doctrina católica, en momentos de creciente hostilidad contra la Iglesia. Pero aparecen otras referencias, más reiteradas, que remiten dicha fundación a Mons. Rizo Patrón, especialmente, e incluso a Mons. Padilla y Bárcena. En La Iglesia en Salta, del Padre Seage aparecen estas dos últimas versiones.

[4] Los Doctores David Saravia Castro y Carlos Serrey rescatan en sus evocaciones de la trayectoria del Obispo esta inolvidable experiencia infantil (D. S. C. en“Monseñor Linares”, en diario El Pueblo, Salta, 1939 y C. S en su Discurso fúnebre).

[5] En las referencias biográficas en general (incluso en las  muy prolijamente documentadas) se reitera la información errónea de que se trataría de la casa paterna heredada por el obispo, pero en los Archivos existentes en la Curia de Salta se puede constatar  el dato aquí registrado.

[6] Según referencia de los Profesores L. O. Colmenares y O. Chiericotti, en el estudio incluido en el libro indicado en la Bibliografía, 1984, pág. 408.

[7] Los Obispos de Salta, 1941,  pág. 26.

[8] En Obras Completas, 1966, Vol. I, pág. 615.

[9] No me fue posible obtener la información referida a los “lamentables acontecimientos” –según los califica Calixto Linares Fowlis− que habrían sobrevenido en ese establecimiento, antes de cumplirse veinte años de su fundación. (En “Monseñor Linares y la educación católica de la juventud salteña”, 1939). 

[10] Su consagración se realizó en octubre de 1878, a cargo de Mons. Buenaventura Rizo Patrón, faltando aún la edificación del frente, el atrio y las torres.

[11] 1986, pág. 142, parágrafo 449.

[12] En Cutolo, Vicente O., 1975, Tomo IV, p. 199.

[13] Ejemplar del 21 de abril de 1914.

[14] En “Hoy hace 25 años que murió el obispo de Salta Matías Linares y Sanzatenea”. Diario El Intransigente, 1939. En el diario La Mañana, de Buenos Aires, se incluye una nueva comparación con el beatífico fraile catamarqueño, en ocasión de la muerte de Don Matías: “La desaparición de Monseñor Linares significa para la iglesia argentina una pérdida irreparable, cual no la ha experimentado desde que el virtuoso padre Esquiú plegó sus ojos ante las decisiones del Eterno”. (Referencia incluida en el artículo “En el XXV aniversario del fallecimiento de Mons. Linares”, de diario El Pueblo, 1939).

[15] El Dr. Carlos Serrey, en el discurso pronunciado ante su tumba, expresó: “Salta ha perdido en su Obispo su hombre más grande: no lo dudéis; […] nadie ha cavado más hondo su surco; nadie ha seguido tan ampliamente su vocación; nadie ha empleado tan bien su vida”.

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