Catedral Basílica de Salta

25 de diciembre de 2020

Homilía

Hermanos muy queridos:

Durante el día de Navidad, la Iglesia proclama los textos que acabamos de escuchar.  En el prólogo del Evangelio de Juan, así como sucede en la obertura de una obra musical,  se resume todo lo que luego se desplegará con mayor profusión; así también este prólogo sintetiza el misterio de Jesús en esta introducción: “Al principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios”.

El misterio que nosotros contemplamos es Jesús, que nace en Belén de María la Virgen; ese misterio es mirado desde la eternidad. Esta criatura es Dios. Con mirada de águila, Juan,  se remonta al origen y dice: “Al principio existía la Palabra y la Palabra era Dios”. Nosotros no estamos recordando un evento cualquiera, se trata de la irrupción de Dios en la historia del hombre; esta es la fe cristiana.  Dios se ha hecho hombre y el niño que balbucea es el mismo Dios, y es Palabra que va a explicar el sentido de todas las cosas. ¿Dónde aprende Jesús Palabra?  “Al principio estaba junto a Dios”, la Palabra se aprende escuchando al Padre. Por eso conoce el secreto de todo lo creado, de todo corazón humano, el secreto de mi propio corazón. “Todo ha sido creado por medio de la Palabra y, sin ella no se hizo nada de todo lo que existe,  en ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres”. Esto significa para nosotros los cristianos, que si queremos conocer el rostro de Dios, no existe otro camino que no sea Jesucristo. ¿Y cómo empieza hablar esta Palabra eterna en nuestra historia? Con el balbucir de un niño. No viene con la elocuencia de un gran orador, ni con los conceptos difíciles que podamos esgrimir, no…! Simplemente balbucea como un bebé.  Como un niño que se abre como queriendo decir algo, que luego aprenderá y hablará; pero inicia con el balbucir. Es el misterio de la vida, que dice: ¡Aquí estoy! Lo dice de cara al Padre y de cara a nosotros, como pidiendo ayuda, porque un niño necesita ayuda. Ese es Dios, el que se muestra en la fragilidad extrema desde un principio, desde el origen y en el final: en el pesebre de Belén y en la Cruz, siempre necesitando, siempre pidiendo. Dios no entra derribando puertas, sino golpeando la puerta, llamando y esperando que le permitan pasar.

El respeto que tiene Dios por la libertad humana, nos desconcierta,  nos admira. Nos admiramos que Dios nos respete y nos desconcierta cuando quisiéramos que las cosas se arreglen de un día para otro, y nos preguntamos ¿Por qué no arregla a este fulano? ¿Por qué estas actitudes? ¿Por qué estas situaciones? ¿Por qué no interviene Dios? Y Dios siempre respeta. Así actuó Jesús, desde su condición de bebé hasta la Cruz; y así nos invita a los cristianos a actuar, conscientes del don de la vida que nos ha dado, aprendiendo a ser responsables de la vida personal y de la de los demás;  convirtiéndonos en servidores de la vida, de esa vida que balbucea pero que dice siempre: ¡Aquí estoy!

Navidad aparece en esta circunstancia, en este año 2020, como un canto a la vida. Es muy fuerte lo que dice: “En ella estaba la Vida y la vida era la luz de los hombres”.  La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la percibieron”.  Dije que este año tiene fuerza especial en el mensaje de la vida, porque tenemos que tener en cuenta todo lo que vivimos a lo largo del 2020, con lo que ha significado la pandemia del coronavirus. El hombre ha sido fuertemente llamado a ser humilde, a descubrir que sólo es un hombre que no es omnipotente. La ciencia no tiene la palabra total; la necesidad de unirse aparece con toda fuerza y la realidad nos muestra que hay conflictos de poder económico (por ejemplo en la luchas de laboratorios) y hay conflictos políticos que muestran luchas de poderes. Sólo si nos ayudamos vamos a poder enfrentar esta epidemia mundial, por eso la llamamos pandemia. Hemos visto amigos, familiares de amigos, amigos de amigos que han muerto o que han estado cerca de la muerte, hemos descubierto el valor de tantos médicos, enfermeros y enfermeras, personal del servicio de la salud, que con actitud heroica, han estado y siguen estando al pie del cañón para cuidar la vida de sus hermanos.  Sabemos de familiares que han estado cuidando a familiares enfermos, no sólo por COVID. Se comparte el dolor de familias que no han podido despedir a sus seres queridos al modo que estamos acostumbrados, teniendo que ver que se llevan al enfermo y te devuelven las cenizas. Todo esto nos ha golpeado y sigue golpeando a la comunidad y, a la par, la crisis económica que ha cacheteado a muchas familias pobres, incluso muchas familias se han ido empobreciendo y ven que su presupuesto ya no alcanza. También hemos visto gestos de caridad increíbles de personas que se han hecho cargo, que han compartido sus bienes para conseguir comida para responder necesidades.

El misterio de una vida digna ha aparecido con toda fuerza y, en medio de eso, ha aparecido el dolorosísimo debate por la cuestión del aborto. Parece un enfrentamiento que no deja que dialoguemos con seriedad, sino que se acusa, se trampea como si se estuviera debatiendo cuánto cuesta un kilo de harina y ahí se juega el tema de la vida, que es  un valor innegociable. Ahí se juega la coherencia eucarística, como dijo el Papa Emérito Benedicto XVI: No se puede ser cristiano y aprobar una ley así. San Juan Pablo II en la  Evangelium Vitae, denunciaba esta situación, expresión de la cultura de la muerte que ha penetrado de tal manera en la mentalidad que lo considerado un delito, tiene que ser un derecho sostenido por el Estado. Se ha dado vuelta el concepto mismo del deber del Estado, argumentando que la mayoría de los países lo tienen. Sí, pero la mayoría no impone la verdad. La verdad emerge del mismo ser: la vida es la vida y es innegociable.

Nuestros sacerdotes han sido depositarios de la confidencia de enfermeros jóvenes que comienzan a trabajar y quedan perplejos cuando los obligan a atender un aborto y dicen: “Yo veo que ahí hay vida, el chiquito se mueve” y con miedo, sin otra posibilidad de futuro terminan aplastados por esa situación. Sólo nos queda pedirle al Señor que ilumine y dé fortaleza a los legisladores, porque algunos no ven la gravedad de la ley y otros viéndola, son débiles ante las presiones de los partidos políticos o de las facciones que se enfrentan, o de la coima y se venden al mejor postor.

Necesitamos redescubrir el valor del Estado como cuidador de la vida de la sociedad y de la vida de todos, porque no nos mueve ningún malestar contra la mamá, al contrario, todos queremos que la mamá se salve. Tenemos que formar una sociedad con mucho respeto por la mamá y por el chico, capaz de ayudar y sostener. El tema es integral, nos invita a revisar qué pensamos de la sexualidad y, en eso, no tenemos que cargar las tintas sobre la mujer porque también el varón tiene responsabilidad, en el uso adulto, responsable, abierto a la vida, de la sexualidad. De hecho, en los fundamentos de la presentación de la ley, al menos como fue presentado en la Cámara de Diputados –no sé si se ha modificado- se percibe una batalla desde un feminismo antimachista –por decirlo de alguna manera-, siempre en clave de grieta.

El balbucir del Niño Jesús nos haga descubrir el valor de toda vida, que por obra del Espíritu Santo ilumine a nuestros Senadores.  No está fácil la situación.

Mario Antonio Cargnello

Arzobispo de Salta

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *