30 de diciembre de 2024 – Catedral de Salta
Solemnidad de la Sagrada Familia
Empezamos un Año Santo. Lo que voy a decir lo escuchamos en gran parte del camino, pero vale la pena repetirlos. Son textos pertenecientes a la Bula de convocatoria que firmara el Papa Francisco en mayo para invitarnos a vivir el Año Santo.
I
Escuchábamos del Libro del Profeta Samuel que Ana no podía tener hijos y era objeto de desprecio de la otra mujer de Elcaná y ella lloraba y le pedía al Señor con mucho dolor. En una ocasión, su dolor era tan profundo que, cuando fue a Jerusalén y estaba en el templo, lloraba con tal profundidad que su dolor se hacía un balbucir ininteligible, de tal manera que el sacerdote Samuel pensó que estaba borracha y la reprendía. Ella le cuenta su dolor y el sacerdote le dice que vuelva a casa tranquila. Ana concibió, dio a luz un hijo y le puso por nombre Samuel, diciendo: “Al Señor se lo pedí”. Después de un año, Elcaná, su marido, subió con toda la familia para hacer el sacrificio anual y honrar al Señor y para cumplir la promesa que habían hecho, pero Ana se quedó en su casa. Un tiempo después, Ana llevó a Samuel, que todavía era muy pequeño, a la casa del Señor, en Silo, y llevó también un novillo de tres años, un costal de harina y un odre de vino.
“Al Señor se lo pedí”. La oración es la expresión más elocuente de la esperanza. En un mundo marcado por el desasosiego, la desesperanza y la desesperación, el grito de la Iglesia a través del Papa Francisco nos llama a la esperanza y nos recuerda lo que dice el Apóstol Pablo a los Romanos: “La esperanza no quedará defraudada porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”.
II
Nosotros no celebramos un año de falsas esperanzas o una esperanza de corto tiempo o caduca. Nosotros queremos enraizar nuestra esperanza en Dios, que es la fuente de toda esperanza, el Dios que nos ha dado la vida y nos acompaña y nos espera para consumar la esperanza en el banquete eterno del cielo. El es el manantial de la esperanza. La esperanza nace del amor. El Papa nos dice que «la esperanza nace del Corazón de Cristo Crucificado», de “Cristo atravesado por la lanza”. Él es nuestra esperanza.
En el fracaso del hombre que tiene su máxima expresión en la muerte, Él Señor vence a la muerte en la Cruz, para darnos vida resucitando y en esa Vida se derrama abundantemente sobre cada uno por el Espíritu Santo que irradia en nosotros. La esperanza se fundamenta en la fe y se nutre en la caridad.
Celebramos un año en el cual estamos llamados a ser envueltos por la Santísima Trinidad y entrar en el corazón del mismo Dios. Lo resume el himno que cantábamos:
Llama viva para mi esperanza,
que este canto llegue hasta ti,
seno eterno de infinita vida,
me encamino, yo confío en ti.
La llama viva es Dios. Juan de la Cruz habla de la llama de amor vivo que es Dios. Ahí esta la fuente de nuestra esperanza, que se nos entrega en la fuente bautismal que está en el Templo. Cuando entramos para la celebración nos recibió para llamarnos a sumergirnos como en un manantial que quiere renovarnos y renovar al mundo entero.
La esperanza que se enraíza en Dios no es un engaño; no es un baño de barniz envuelto en sentimentalismo; no es un canto de sirena. Es una virtud que nace del amor de Dios y se alimenta en el mismo amor y es sostenida por la fe y que nos acompaña a lo largo de la vida en todo momento, sobre todo en la prueba. Por eso la esperanza nutre la paciencia y se expresa en la misma.
Nosotros, que vivimos en un mundo tan tensionado, en la continua búsqueda de noticias y compramos todo, ¡qué importante es detenernos y descubrir que la paciencia acompaña toda la creación! La semilla tiene que morir y tiene su tiempo para germinar, crecer, hacerse un árbol. El que trabaja la tierra tiene esperanza. El que trabaja en el día a día, sabe de esperanza. ¡Qué importante es sumergirse en la fuente del bautismo para aprender el arte de esperar y ser pacientes, como los padres que tienen que tener paciencia para acompañar a los hijos, como la Virgen y San José con Jesús!.
Hemos caminado con nuestro pueblo, con nuestro NOA. En la Argentina profunda la peregrinación está en nuestros tuétanos: camina el hombre de la Puna, el de la Quebrada, el de los valles, el del Chaco, el hombre de la selva tucumano-oranense… Nuestros hermanos saben de caminar, porque la vida es un camino: un día se sucede al otro, pero no en una rutina constante, sino siempre en un paso adelante. La historia es un camino y, a medida que la vida te va haciendo madurar te das cuenta que tu caminar es corto en el largo camino de la humanidad.
El camino, a veces nos cansa o nos abate. Vivimos nuestro tiempo tan lleno de descubrimientos, con tantas victorias del hombre sobre el mundo con la experiencia de un tiempo que nos aplasta. Los Jubileos intentan siempre reanimar la esperanza, y en ellos se favorece la peregrinación, porque en ella se vive la experiencia del caminar juntos, de ayudarnos.
III
En el inicio del Año Santo no atravesamos la puerta, pero si estamos llamados a atravesar la Cruz. Ustedes observaron que durante el camino llevamos la Cruz, que fue cargada por nuestras queridas religiosas, por la gente de pastoral juvenil, por la gente ligada a quienes quieren superar adicciones (familiares), luego fueron familias. ¿Qué significa atravesar la Cruz? Lo explica muy bien San Lucas en el Evangelio: “Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén para las festividades de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, fueron a la fiesta, según la costumbre”.
Atravesar la Cruz es enfrentar la vida desde la esperanza y enfrentar las dificultades de la vida desde el acto de clavar el corazón en Dios y, desde ahí, recomenzar. Es el dolor que busca. El Niño Jesús encontrado en el Templo te muestra dónde buscar de verdad, que es en el Padre y de ahí Él vuelve a la vida de familia sujeto a sus padres en obediencia y amor. El que vive la esperanza no huye, enfrenta la vida, busca la verdad. El que vive la esperanza reza, no choca a tontas y a locas.
IV
El Año Santo es un momento para vivir la oración y vivir el compromiso de descubrir y proponer los signos de la esperanza. El Papa presenta dos signos: El primero es trabajar por la paz, “porque los que trabajan por la paz serán llamados hijos de Dios”. El Concilio recuerda que la paz se construye en el corazón de cada uno y, por más que parezca insignificante, es importante el gesto de paz del que perdona, sonríe, devuelve el saludo, supera tensiones.
Segundo signo: Tenemos que redescubrir el sentido de la vida. Es increíble que los matrimonios jóvenes no quieran hijos, como si un hijo fueran una carga. La vida es un don, un hijo es un don. ¿Cómo no vamos a admirar a los papás que cargan a sus hijos que tienen diferentes capacidades? ¡Hay tantos padres que nos muestran el valor de la vida de los hijos!. Y, aunque no se haga propaganda de ello, son verdaderas llamas de esperanza para los demás. El Papa nos invita a cultivar la apertura a la vida, sobre todo en las parejas jóvenes. Eso significa apostar por la familia como espacio, como templo natural de la vida.
Cuidar a los enfermos y a los ancianos, recuperar el sentido de vivir. Y en este valorar la vida, agrego como un signo de esperanza el recuperar la educación en nuestra patria. Los chicos merecen ser educados como corresponde. No los podemos dejar librados a la ignorancia disimulada porque saben usar una computadora o teléfono, es necesario recuperar el lugar primero de la educación en el ejercicio de la caridad. No se olviden que la esperanza se sostiene y se alimenta en el amor y, el amor se expresa en las obras de misericordia, como enseñar a quien no sabe.
V
En Salta me parece que es importante proponer humanizar la economía. Vivimos en estos últimos tiempos el desarrollo de la minería como una verdadera explosión. Pero ¡cuidado!. En primer lugar hay que tener en cuenta el cuidado del medio ambiente, este es un compromiso para las empresas: cuidar el agua y el impacto ambiental por los productos que se usan. Por su parte corresponde al Estado el control. Puede entusiasmar lo que la economía trae de dinero pero que no se haga al precio de sacrificar generaciones. Segundo, para humanizar la minería hay que respetar y consultar a los habitantes que viven allí; procurar darles trabajo y formarlos para que trabajen bien y, en tercer lugar, que se respete la justicia de quienes trabajan. En cuarto lugar, es necesario hacerse cargo de los empleados enseñándoles a administrar lo que ganen. Muchas veces, ante la abundancia de dinero, se malgasta. En esos lugares comienzan a aparecer casinos, prostíbulos, venta de droga.
Un cuarto signo de esperanza, que es urgente, es luchar contra la droga. El daño que la droga hace a la persona es irreversible en la inmensa mayoría de las situaciones. La droga rompe vínculos, los padres sufren detrás de un hijo o una hija que se droga. De esa manera se daña a la sociedad. La droga multiplica por diez la pobreza económica y humana. La verdadera tragedia es ver a criaturas de menos de diez años drogados y peor aún, cuando es la familia la que los usa para vender drogas. Ese es un pecado que clama al cielo; no podemos llamarnos una provincia cristiana mientras esto no se erradique. Yo pido que el estado no se canse de luchar contra las adicciones y agradezco a las familias que luchan para sostener a los jóvenes que quieren vencer el flagelo de la droga. Eso es un signo de esperanza: unirnos para luchar.
VI
Este año celebramos también el 1700° del Concilio del Nicea. Fue el primer gran concilio en el que se reunieron obispos de la Iglesia de Oriente y Occidente, quienes procuraron para cuidar la unidad del Pueblo de Dios y el anuncio fiel del Evangelio. ¿Cómo se puede sintetizar el Evangelio? Nos ofrecieron el Credo, el “símbolo de la fe” que rezamos los domingos, que hoy lo profesamos en la Celebración Eucarística. Es un momento de volver a tomar conciencia de nuestro Credo y nuestra fe. Los primeros cristianos morían por testimoniar la fe ¡ojalá nosotros seamos testigos de la esperanza!
La esperanza nace y crece por la caridad. ¿Por qué creemos? Porque Jesús venció a la muerte y Él nos prometió la vida eterna, murió por amor y Él resucito. Esa es nuestra fe y por eso luchamos y esperamos, por eso los mártires dieron la vida. Aún hoy hay países en Asia donde ir a Misa es arriesgarse a morir. A nosotros no nos cuesta la vida; pero tomemos en serio el Credo. Afirmados en el Credo vivimos nuestra fe y sabemos que tenemos que pasar por el juicio en el atardecer de la vida. Sabemos que somos flojos, por eso nuestra fe nos dice que nos puede corresponder hay un paso previo a la Gloria, que es el Purgatorio. Por eso nosotros como Iglesia compartimos el don de la indulgencia. Entonces el bien que hiciste en Cristo me sirve a mí. Estoy llamado a hacer caridad en el Año Santo, tiempo de la Misericordia. El Año Santo nos predispone a celebrar la Reconciliación. Hay que creer en el valor del sacramento de la Reconciliación, que es un acto de fe donde Dios me perdona y su misericordia me libera. Volvamos a la celebración frecuente de este Sacramento.
¡Es tan rico lo que se puede vivir en el Jubileo! No bajemos los brazos y renovemos la esperanza. Miremos a la Virgen, que ha sido la Madre de la esperanza, por eso Ella está al lado de la Cruz, de pie, diciendo siempre ¡Si! y su ¡Si! le abrió los brazos para acogernos a todos en Pentecostés y estar al lado nuestro. ¡Madre del Milagro, Virgen de la Esperanza!
+Mario Cargnello
Arzobispo de Salta