28 de julio – Catedral Basílica de Salta
Mis queridos hermanos:
En su carta sobre la Liturgia, el Papa Francisco, comienza citando justamente lo que nosotros escuchábamos en el Evangelio: “He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión porque les aseguro que ya no la comeré más hasta que llegue a su pleno cumplimiento en el Reino de Dios”. El Papa nos recuerda que eso se repite en cada Celebración Eucarística en la que participamos. El primero que desea reunirse con nosotros es el Señor, nuestra participación es una respuesta a su deseo. Hoy, esta frase adquiere especial fuerza para vos David porque hoy te va a dar, además de la participación de la Celebración de la Eucaristía, el don sacerdotal, que va a hacer que respondas al: “Hagan esto en memoria mía”, como elegiste. También son ustedes, el papá, la mamá, su hermana, su cuñado los que participan de este deseo de Jesús, de reunirse hoy 28 de julio del 2023 de un modo especial.
Dios sigue amando y manifestando su amor dándose desde el misterio de la Cruz y la Resurrección, de modo especial en cada Eucaristía, pero no quedándose, sino derramándose en la vida a través de todos nosotros. Nosotros comemos la Eucaristía para ser Eucaristía: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión”.
Tú lema sacerdotal es: “Hagan esto en memoria mía”. Escuchamos el texto de Lucas (lo tomaste de la 1° primera Carta a los Corintios) es justamente la frase que marca la voluntad de Jesús de constituir a los Apóstoles en los que prolonga el Misterio de su entrega en la Eucaristía. Te vas a familiarizar con la Eucaristía. Será tu comida diaria, tu vida, tu sol, como decía San Francisco de Sales.
Yo quisiera, en esa perspectiva, por el texto del Evangelio que nos fue proclamada y teniendo en cuenta lo que en tu corazón maduraste de cara a la Ordenación, pensar el ser sacerdotal a la luz de la Plegaria Eucarística, que es el centro de la Liturgia de la Eucaristía, que comienza con el Prefacio: “El Señor esté con ustedes, levantemos el corazón” y termina cuando toda la comunidad sella con el Amén el “Por Cristo con Él y en Él, a ti Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”. Nosotros hoy podemos usar 12 fórmulas, pero todas tienen una estructura común que van modelando nuestro ser porque nosotros de allí nacemos, hacía allí apuntamos, con ella nos fortalecemos, en ella nos apoyamos para seguir hasta el final. Y toda Plegaria Eucarística, con sus matices, tiene una estructura común: comienza con una Acción de Gracias, sigue el Memorial, hay dos Invocaciones al Espíritu Santo –Epíclesis, es decir: “invocación sobre”- y luego las Intercesiones.
Comienza con una Acción de Gracias, que es el Prefacio: “Es verdaderamente justo y necesario alabarte” y recordamos el Misterio de Dios en nuestra vida, el misterio de Dios en la historia de la Salvación, el Misterio de Jesús en nuestra vida. La vida del cristiano es una alabanza y una Acción de Gracias.
Sólo se puede vivir el sacerdocio en plenitud cuando nos llena el corazón la gratitud. El agradecimiento es un sentimiento profundamente humano, que nos humaniza. Saber que hemos recibido la vida y reconocerla como don, es saber que lo que tenemos es don, incluso el sufrimiento. Muchas veces, después de pasar por la Cruz vemos cuánto de regalo de Dios hubo en ese momento. Vivir la vida sacerdotal desde la gratitud y la alabanza ensancha el corazón y alegra a los demás, da capacidad para recibir a todos, para tolerar, para ser pacientes, porque sabes que todo es Gracia, que todo es don. Y el gesto de Jesús: “Te alabo Padre” que se lo ha revelado a los pequeños, nos muestra como se agrandó el corazón de Cristo por la obra del Espíritu. Esto debe marcar nuestra actitud. Como curas tenemos que ser agradecidos y tenemos tantos motivos para agradecer a Dios y a los hermanos que en cualquier parroquia, en el pueblo más humilde, siempre están dispuestos a darte una mano. Esto forma parte del Misterio de la Providencia de Dios para con sus Ministros. Y cuanto más generoso sea tu gratitud, más te bendice el Señor. No hay una medida y en la medida de que somos capaces de darnos sin medida, Dios nos hace ver que se da sin medida.
Segundo, el Memorial. Cuando empezamos el relato de la Institución de la Eucaristía y se dan las palabras de la Consagración, después se hace memoria de la Pascua, de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, algunas anáforas agregan la Ascensión al cielo, la venida del Espíritu y la espera. Nosotros estamos haciendo presente esa realidad de la Eucaristía, que nos compromete. El cura tiene que ser un signo de la presencia de Jesús. En la medida que sepamos desaparecer y no busquemos ser protagonistas, el Señor nos usa y podemos hacer mucho bien. Nosotros tenemos que ser presencia de Jesús. El centro de nuestra vida no somos nosotros, es el Señor. ¡Ojalá vivas siempre esa relación con el Señor!.
Se hace memoria de la Vida, Pasión y Muerte del Señor, pero es viva, nuestra referencia es la Pascua, allí encontramos el camino para pasar de nuestras tentaciones del egoísmo, del aburrimiento, de pensamientos, de cerrazones… pasando a darnos cuenta de que nosotros tenemos que ser, memoria y presencia.
Cuando leía el texto, se me puso en primer lugar la conciencia que fue el mismo Dios que dijo que: ”Brille la luz en medio de las tinieblas”, es el que hizo brillar la luz en nuestros corazones para que resplandezca el conocimiento de la Gloria de Dios reflejada en el rostro de Jesucristo. Pero esto no nos tiene que hacer creer que somos más que nadie. El mismo Pablo sigue diciendo: “Llevamos ese tesoro en recipiente de barro para que se vea bien que ese poder extraordinario no procede de nosotros sino de Dios”. El Papa Francisco insiste que no nos la creamos. Es Dios el que nos usa y para hacer pastores tenemos que aprender a ser ovejas todos los días, ya lo decía San Juan Crisóstomo hablando de los sacerdotes.
Y después de la Memoria, viene la Oblación, donde se ofrece el sacrificio. El cura también es un hombre que se ofrece todos los días a la gente, a su deber, a la Palabra, al Señor, a los más necesitados. Tenemos que ser memoria del Señor, como lo rezamos todos los días en la Misa.
Lo tercero es la invocación al Espíritu. La primera sobre los dones. Antes del relato de la Consagración pedimos que el Espíritu descienda para que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Nuestra obra es obra del Espíritu, tenemos que estar abiertos para poder hacernos pan para que nos coman y vino, para que convierta nuestro Cuerpo y nuestra Sangre en una prolongación del Cuerpo de Jesús que entregamos y recibimos. Esa docilidad al Espíritu debe acompañarnos toda la vida.
Y la segunda invocación al Espíritu es sobre la comunidad, para que seamos un solo pueblo. Me viene a la memoria lo que escuchábamos en el Libro de los Números, que se repite en la oración de tu Consagración. Moisés experimenta la soledad ya que se ve sobrepasado para conducir al pueblo y el Señor le dice que llame a los presbíteros, a los ancianos y comparte el Espíritu. Un cura, un sacerdote integra un Presbiterio, no eres sólo tú, David, eres miembro del Presbiterio de Salta y juntos vamos llevando la Cruz, como lo que somos, con nuestros defectos, con nuestras virtudes. A partir de ahora vas a ser hermano de los casi 100 –si incluimos a los religiosos- que forman parte del Presbiterio de Salta, con las luces y sombras, pero hermanos, juntos llevando la carga como los 70 ancianos acompañaron a Moisés y como se prolonga siempre. Esto es obra del Espíritu de la Comunión, la docilidad al Espíritu te va hacer hermano del Presbiterio.
Lo cuarto: Acción de Gracias, Memorial, Invocación, Intercesión. Nosotros en la Misa rezamos por los hermanos, recordamos a los santos, pedimos por los hermanos que están en el purgatorio, nuestros difuntos y luego pedimos por la gente nuestra y el mundo entero. Esa actitud de abrirnos al mundo entero está impulsada por la misma oración. La misa te va modelando. Esa apertura para todos, que brota de la Eucaristía, nos invita a nosotros a ser siempre abiertos a los demás, en nuestra oración tienen que estar incluidos todos, no se excluye a nadie.
El Cura Brochero, que se dio sin medida a la gente, al final cuando ya estaba leproso, no podía salir de la casa, escribe: “Aquí estoy quieto, Dios me ha sacado de la vida activa y me dedico a la vida de oración para que rece por la salvación de todos los hombres que estuvieron, que están y los que estarán”. El corazón del cura se va abriendo a todos. Nosotros en el clero secular lo tenemos casi como una marca espiritual, la apertura para todos. Es un aprendizaje, ahora con todo el fervor, porque empiezas; luego será como el vino más añejo pero más sabroso en la medida que uno madura, sufre, crece, aprende, perdona y mira siempre hasta la eternidad.
Teniendo en cuenta de que es el Señor el que ha deseado estar con todos nosotros, contigo, con este Presbiterio representado en los curas, con los hermanos religiosos, con las hermanas religiosas, con los laicos, con tu familia, con tus amigos, con todos… volvamos al comienzo. Que tu Misa sea fuente de tu vida. No le falles porque el Señor no te va fallar nunca. Y que tu vida sea la prolongación de la Misa; que seas un hombre de agradecimiento, hay tanto para amargarse, pero nosotros tenemos que ser consuelo y es la gratitud las que nos hace capaces del consuelo. Que puedas mostrar la presencia de Cristo, la entrega, que seas dócil al Espíritu para unir a todos, desde el Presbiterio a todos, esta es la sinodalidad, que es el rostro de la Comunión. Caminar juntos y que tú corazón este en la oración y que en la vida se abra a todos, que la dimensión misionera incluya a todos.
Dios ha querido que la Ordenación fuera en el marco de la Fiesta del Milagro. Estás a los pies de la Virgen y el Señor del Milagro ¡que Ellos te abracen! Ya cuando fuiste ordenado diácono, el Prefecto para la Congregación de las Iglesias Orientales te autorizó que fueras ordenado en el rito latino. Yo me alegro de que esto se profundice. Nació desde la llegada y la presencia de más de 10 años de las Hermanas Basilianas y a nosotros nos abrió el corazón. Ahora te toca a vos, como fruto de ésto. ¡Que la Virgen Santísima sea tu Maestra, tu Madre y te bendiga!
- Mario Cargnello
Arzobispo de Salta