Virgen del Milagro
¿Cuál es el mayor elogio que podía hacer Jesús de su Madre con toda la autenticidad de su corazón de Hijo y la discreción de su amor filial?
“Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la practican”
Ya que ella como ninguna creatura encarno a fondo esta bienaventuranza.
En ella se verifica con una coherencia sin igual la palabra escuchada y la fe vivida.
Abandonada totalmente en Dios concibe a su Hijo en su alma y en sus entrañas y lo acompañara en todo su camino como fiel discípula. Atenta a su palabra y siguiéndolo en la oscuridad de la cruz aceptara la nueva maternidad que el Señor le confía para con todos nosotros asumiendo la misteriosa plenitud de su vocación de Madre justamente de aquellos que somos los causantes de la muerte de su Hijo.
En este momento tan delicado de la vida de nuestra Patria queremos ponernos bajo su mirada maternal y dejarnos mirar largamente frente a su rostro amoroso.
El Santo Padre en un retiro predicado a los sacerdotes con motivo del año de la misericordia nos hablaba de cuatro miradas de la Virgen:
La primera es la mirada de la ternura. El espacio que abre en sus ojos es el del regazo. Esta mirada responde a nuestra necesidad de hogar, a experimentar la certeza de que no estamos solos, que tenemos familia, que todos tenemos nuestro nombre escrito en su inmaculado corazón. En su mirada no hay excluidos. Podemos sentir aquí las palabras de la Virgen a Juan Diego “no estoy acaso yo aquí que soy Tu Madre”.
La segunda es la mirada que teje, que busca combinar para bien todos los acontecimientos de nuestra vida. La trama de nuestra vida esta tejida con hilos negros, grises y blancos. Ella no rechaza nada de nosotros, nos quiere y nos recibe como somos, no a pesar de nuestros pecados sino con ellos. Nos hace entender que nuestras experiencias mas oscuras y dolorosas son oportunidades para aprender y crecer. Ella puede transfigurar con su mirada amorosa todo dolor transformándolo en un camino de luz.
El tercer modo de mirar de la Virgen es el de la total atención. Su mirada se detiene largamente en cada uno. Como si no tuviera otra cosa que hacer que mirarnos. Como las madres que miran el milagro de la vida de su hijo pequeñito y su mirada es de una concentración total en el, como si no existiera el tiempo. Frente a esta mirada podemos sentirnos confiados y seguros de ocupar un lugar privilegiado en su corazón y podemos poner ante ella con infinita confianza toda la carga de la vida que traemos a su presencia: Nuestras sombras y preocupaciones, nuestros desalientos y nuestros cansancios, nuestra angustia y nuestros proyectos.
La cuarta mirada es la mirada integradora. Cuando nos mira, mira toda nuestra vida, nuestro pasado, presente y futuro. Para las madres no tenemos edad, somos siempre los mismos. Ella mira la esencia de nosotros mismos, nuestra identidad fundamental. Como si superara el ropaje del tiempo y del espacio. No tiene una mirada fragmentada como la nuestra. Mira la totalidad de nuestra vida y capta inmediatamente lo que necesitamos.
Querida Madre del Milagro, en esta hora necesitamos invocarte con la antigua querida oración de la Salve en la que te decimos: “Vida, dulzura y esperanza nuestra.”
Vida que es la plenitud de todo lo que deseamos. El bien supremo al que servimos y defendemos y en el que debemos crecer y madurar, cuidando la vida de los hermanos.
Dulzura ya que necesitamos suavizar las piedras del camino que causan inmenso dolor en nuestro peregrinar y hacen muy áspero el sendero.
Esperanza nuestra ya que eres la estrella de la evangelización y la aurora de nuestra salvación, la Madre de la Luz que es Cristo capaz de renovar los motivos más profundos de nuestro caminar, los ideales que nos mueven a construir una verdadera patria de hermanos.
Por eso te queremos pedir “vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos” y enséñanos a dejarnos mirar largamente por ellos para poder nosotros llevar tu mirada serena de Madre a todos los hermanos, convencidos de poder vivir como Vos la alegría del Evangelio.