Misa Estacional presidida por Mons. Luis Antonio Scozzina OFM, obispo de Orán,
Queridos hermanos y hermanas: Paz y Bien
Acabamos de proclamar en el Evangelio de Juan (3,13-17) esta buena noticia para nosotros peregrinos del Milagro: «Dios amó tanto al mundo, que entrego a su hijo único… Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». De este gozoso anuncio, hoy nuestra Iglesia peregrina en el norte argentino quiere hacer presente el rostro de Cristo pobre, crucificado y glorificado para que todo el Pueblo fiel de Dios se vaya configurando con su rostro humilde, samaritano y misericordioso.
Después de días de peregrinación, trayendo él cansancio, la fatiga y el dolor del camino guiados por el Señor del Milagro y la protección amorosa de la Madre del Milagro. En este año atraemos novedad de la beatificación de los Mártires del Zenta, es decir, el gozo y la alegría de haber, experimentado como el amor preferencial del Jesús por los últimos se hizo visible en la vida de la comunidad misionera.
En ellos descubrimos como nuestro norte salteño ha sido bendecido por la sangre de los Mártires que testimonian el amor privilegiado del Padre por los pobres y excluidos. Hoy veneramos en la Cruz que preside el Santuario de los Mártires en Pichana, la vida donada por amor a los pueblos originarios y por la pacificación sus territorios en tiempos de dominación y avasallamiento de la dignidad de sus habitantes.
Traemos también los rostros sufrientes de tantos hermanos y hermanas que cargan la cruz de la desnutrición infantil crónica, la falta de cuidado sanitario, la falta de agua potable en las poblaciones del Chaco salteño, la falta de trabajo digno; y el grito de tantos rostros que claman reconocimiento y justicia. También a tantos hombres y mujeres que han perdido el sentido de la vida, que están absorbidos en diversas adicciones, que han perdido el sentido de la vida porque se han quedado en mero consumir como única razón para vivir.
Una Iglesia en escucha a la voz del Espíritu es una Iglesia samaritana que se sensibiliza con el dolor de sus hijos, que con un corazón con extrañas de misericordia es capaz de captar los rostros deshumanizados de los hombres y mujeres de su tiempo para curar sus heridas. Así, como el buen samaritano sabe curar las heridas de quienes son lastimados y atropellados por las injusticias y violencias de aquellos que se sienten poderosos y dueños de la vida.
Nuestro ser Iglesia peregrina y misionera exige signos y gestos de salvación comunitaria que promuevan el desarrollo humano integral. Cada persona debe ser reconocida en su dignidad para ello es urgente asegurar, que todos tengan acceso a las condiciones mínimas, no sólo de sobrevivencia, sino de una vida digna.
Es un llamado a la esperanza y a la compasión. Esperanzare que en el misterio de la cruz encontramos la luz y fortaleza para vivir nuestra entrega y nuestro servicio a la humanidad sufriente con generosidad. La compasión que nace de contemplar el amor universal y gratuito del Padre en la entrega de su Hijo. Dios ama a la humanidad, a cada ser humano para ofrecerle la liberación integral, para ofrecerle la plenitud de la vida.
El amor fraterno, la amistad social nos comprometen en el valor inalienable e inviolable de toda vida humana. Dignidad de cada ser humano que nadie tiene el derecho a ignorar o a dañar. Por eso, nuestro compromiso es vivir nuestra fe con un verdadero compromiso social. Donde prime el bien del otro, donde la necesidad del hermano sea una razón para salir de la comodidad y del ensimismamiento que nos repliegan en nuestros propios intereses y proyectos.
Nos urge una Iglesia en salida, una Iglesia sinodal. Es decir, que camina, va al encuentro, escucha, camina juntos. La sinodalidad entendida como aceptación del otro, del distinto en la diversidad reconciliada.
Todos, llamados a vivir la fe en el compromiso por los más postergados como un modo de garantizar la paz social y la armonía comunitaria a pesar de las situaciones de conflictos y tensiones que vivimos como comunidad nacional.
Hoy como Iglesia compasiva y misericordiosa queremos ser casa, morada par los caídos del camino de la vida, lugar y espacio de encuentro y comunión. Damos gracias por el don de fa presencia misteriosa de Dios que ha elegido al pueblo salteño para acampar en medio de él. Imploramos que la gracia del Espíritu Santo reanime nuestra fe y nuestro compromiso en él servicio fraterno. Que nuestros corazones y nuestras comunidades se abran para que escuchemos cuáles son los sueños de Dios para cada uno de nosotros, para cada comunidad y para nuestra patria.
Unimos nuestra oración a nuestros hermanos sufrientes en los centros de salud y por aquellos que no tienen la atención adecuada, por tantos hermanos heridos que buscan el alivio y la salud; para que encuentren el consuelo y la fortaleza que nace del amor al Crucificado.
Que el Señor y la Virgen del Milagro, guíen nuestro camino en la fe y nos concedan las gracias y bendiciones que venimos a implorarles.
Señor y Virgen del Milagro, rueguen por nosotros.
Mons. Luis Antonio Scozzina OFM, obispo de Orán