Catedral Basílica de Salta – Homilía

Queridos hermanos:

La oración y el ayuno, es decir, el sacrificio y la caridad, iluminados por la Palabra de Dios, nos han acompañado a lo largo de los cuarenta días transcurridos. Ahora se nos pone delante del Señor Jesús.

La Semana Santa es una invitación muy seria que nos hace la Iglesia, la familia de Jesús, para que cada uno de nosotros se sitúe delante del Señor y viva la experiencia decisiva de la vida  humana: Dios y yo.

¿Quién soy? San Agustín le decía a Dios: “Que te conozca para que me conozca”.  La Semana Santa nos pone delante de Dios frente a ese pedido y a la pregunta: “¿Quién soy?”.

La narración de la Pasión nos permite descubrir a los otros protagonistas del drama del Calvario. No sitúa delante de la obsesión por matarlo de parte de los sumos sacerdotes, que se pusieron de acuerdo para detener a Jesús con astucia y darle muerte; delante de Judas, del grupo de uno de sus amigos que lo traiciona y lo cotiza por monedas;  delante de Pedro, del hombre de confianza de Jesús que lo niega tres veces y sale y llora amargamente; delante de la gente que lo mira con indiferencia; delante de Poncio Pilatos, que ni siquiera el consejo de su mujer lo fortalece para tomar una decisión justa; delante de los discípulos que lo abandonaron o de la gente que ve una oportunidad para hundir a Pedro, como esas dos mujeres que dicen conocerlo porque tiene la tonada de los galileos.

Nosotros somos un poco de cada uno de ellos.  Estamos llamados a mirarnos pero  no en el espejo que solemos mirarnos siempre.  Cuando  queremos descubrir nuestro cuerpo nos miramos en el espejo, pero cuando queremos descubrir nuestra alma nos cuesta mirarnos en el espejo interior, aceptar nuestras debilidades y miserias y, más bien, tendemos a huir, a evadirnos, a juzgar a otros, a justificarnos, a no querer cambiar.

En la Semana Santa somos invitados a mirarnos en el espejo de los ojos de Jesús, que son ojos de misericordia. En esos ojos nuestra miseria no nos humilla sino que nos hace entregarle lo que somos, porque confiamos en que su amor hace más poderoso su poder, nos invita a empezar de nuevo, nos permite diagnosticarnos con verdad y pronosticar un tiempo nuevo y de esperanza, porque desde Dios podemos empezar de nuevo.

La humanidad necesita que los cristianos nos pongamos en serio delante de Jesús para poder dar a los hermanos el testimonio de una vida nueva que brota de la Pascua. Ese es el mejor regalo que uno puede hacer a la humanidad: ponerse delante de Dios, dejarse llamar por el Señor y encarar la vida con Jesucristo y junto a Él haciendo el bien a los hermanos.

Ser capaces de reconocernos es una gracia de Semana Santa. No creamos que se agota esta semana en la bendición  de ramos, sino que es esta Celebración la puerta de entrada. Es necesario que nos abramos a la Palabra de Dios y contemplemos a Jesús golpeado, encarnecido por los soldados del gobernador, con la corona de espinas, escupido, ”ninguneado” –diríamos hoy-, incluso despojado de su ropa que fue sorteada y con una experiencia muy dura frente al Padre.  Jesús vence con su confianza total en el Padre y su amor incondicional, sin medida, por cada uno de nosotros. ¡Cuánto amor como respuesta frente a  nuestra ingratitud,  a nuestro abandono, a nuestro interés de querer usar al Señor para nosotros, sin preocuparnos en ser sus amigos! Él es un amigo que golpea las puertas de cada uno de nuestros corazones, en especial en la Semana Santa, al ofrecernos esa amistad que nos dignifica, que nos salva, que nos entrega la llave de la felicidad, no negando las cruces, sino dándoles sentido. Es necesario que emerja la figura de Jesús en nuestros corazones, por eso es importante no descuidar la Palabra de Dios, buscarla y leerla en esta semana.

Es importante celebrar especialmente el Jueves Santo, la celebración de la institución de la Eucaristía; el Viernes Santo, celebrar la Pasión del Señor; la Vigilia Pascual para sumergirnos en el agua del bautismo y volver a nacer. Vivir la Semana Santa de cara a Jesús, de amigo a amigo: Él, Dios y yo. No tengo que encerrarme, porque si me encuentro con Él, me tengo que abrir a los hermanos, a todos sin excluir a nadie.

Les deseo una buena Semana Santa para todos, bien vivida en comunión con Jesús, bien vivida en comunión con la Iglesia, bien vivida desde el corazón con los hermanos que más sufren, los enfermos, los ancianos, los pobres, los que no tienen esperanza. Que el corazón se agrande contemplando a Jesús. ¡Dios y yo, el Señor Jesús y  cada uno de nosotros!

¡Vivamos con fe la Semana Santa!  

+ Mario Cargnello

Arzobispo de Salta

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