Sábado 28 de mayo

Plaza España

Homilía

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La Iglesia en el Concilio Vaticano II se preguntó acerca de su identidad.

 

“¿Qué dices de ti misma?”, esta expresión de San Pablo VI acompañó todo el desarrollo del Concilio.

 

Esta pregunta condujo al Concilio a entrar en la conciencia de la Iglesia como un misterio de comunión misionera. Ella no es una institución de poder paralelo a los estados, a la organización de los diferentes pueblos, a los cambios de la historia. La Iglesia es una realidad profunda que se enraíza en Dios, que es comunión, porque es Padre, Hijo y Espíritu Santo. La Iglesia si existe, existe porque, desde el corazón del Padre y con la fuerza del Espíritu Santo Cristo nos envía: “Vayan, anuncien, enseñen, bauticen”,  den luz y vida, den fuerza para vivir y para vivir en comunión.

 

Asume la Iglesia el proyecto de Dios que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Ella no es el sol, ella es la luna que refleja la luz del sol que es Jesucristo.

 

¿Cómo ser luz? Cómo transparentar  ese misterio de comunión que la identifica? ¿cómo hacerlo hoy?. Una intuición feliz del Papa Francisco ha sido invitar a la Iglesia a que  se asuma como Pueblo de Dios que tiene en su corazón la Palabra de Dios, descubrirse como un pueblo que camina anunciando el Evangelio. Entonces se preguntó: ¿Cómo evangelizar en este nuevo siglo de las comunicaciones, de las cercanías lejanas o de las lejanías cercanas a través del fenómeno del internet?  ¿Cómo ha de ser la Iglesia hoy?

 

Mirando la experiencia de Jesús y la experiencia de la iglesia primitiva, el Papa nos propone el estilo de la sinodalidad. El Papa Francisco nos invita a  escuchar. Escuchar a Dios para poder escuchar a los hermanos y escuchar a los hermanos para descubrir la voz de Dios. Nos invita a escuchar a toda la Iglesia, no solamente a los obispos. Así lo hizo Jesús, que supo mirar y escuchar, por eso enseñó invitándonos a mirar a los lirios del campo, a las aves del cielo, a la mujer que cuida la casa y la ordena.  Jesús  preguntó a los apóstoles: ¿Quién dices que soy yo?,  atendió a Felipe cuando preguntaba,  también a Tomás.

 

Así lo hizo la iglesia primitiva viendo a Jesús. Estos días hemos escuchado lo acontecido en el Concilio de Jerusalén: Pablo había vivido con Silas la experiencia de su viaje y había anunciado el Evangelio en medio de muchas dificultades y persecuciones. Viaja  a Antioquía y comparte la alegría con los cristianos. Se encuentra con un problema: ¿para ser cristiano había que ser judío o no? Fue un debate fuerte, se reúnen y discuten. El texto de Los Hechos nos dice que discutieron acaloradamente, antes y durante el Concilio. Se escucharon y luego vino la palabra de Pedro y Santiago, y ahí fueron viendo la luz, porque indagaron el corazón mismo de Dios y resolvieron el no comer del sacrificio de los ídolos y a seguir marchando en paz.

 

El Papa nos invita a recorrer caminos de escucha, de caminar juntos, de preguntarnos ¿Qué quiere Dios? El Papa se muestra necesitado de toda la Iglesia.  Ya Juan Pablo II había escrito pidiendo que lo ayudaran a descubrir cómo ejercer el servicio de Pedro, lo hizo también Francisco y el Sínodo es eso. Ayudémonos a poder ser una Iglesia fiel al Señor, ayudemos a toda la Iglesia y ayudemos al Papa a ser una Iglesia fiel al Señor. El tiene claro que está para anunciar el Evangelio. Si la Iglesia no sirve para evangelizar, no sirve.

 

La pregunta para nosotros ha sido: Tenemos una riqueza: la  piedad popular única en el país y más allá, no solamente en la devoción el Señor y la Virgen del Milagro sino en otras convocatorias ya sea en la ciudad, sea en el interior, ¿Cómo crecer a partir de allí, desarrollando su potencial evangelizador? ¿Cómo hacer para escuchar a los hermanos,  para escuchar a Dios?

 

Son siete meses que pasaron desde que se lanzó el Sínodo de la Sinodalidad. Se ha trabajado mucho. El tiempo ha sido breve. Hemos tratado de escuchar a Dios. Se ha trabajado en los Decanatos y en las parroquias, en muchas instituciones y movimientos, se ha escuchado, se ha conversado, como nos pedían al comienzo. Estamos aprendiendo. Para nosotros, los sacerdotes, ha sido un desafío el aprender a callar  y escuchar más. El Sínodo recién empieza, sólo terminamos una etapa.  El sínodo no es una moda, lo acaba de decir el Papa, Ni el Sínodo ni la sinodalidad es una moda sino que hace a la identidad de la Iglesia. La Iglesia siempre actuó así. Estamos tratando de aprender a ser así, metidos en la realidad humana que es buena porque es creada por Dios, pecadora porque somos hijos de Adán y redimida porque Jesús nos abraza a todos.

 

La Iglesia es vida, nace de la vida de Dios, y va para adelante, entonces refresca, hace nacer el árbol, contribuye a la vida de los animales… la Iglesia es así. Si queremos una Iglesia aburguesada, quieta, la estamos matando. La Iglesia se mide por esa disponibilidad para salir, Como dice el Papa Francisco, por evitar la autorreferencialidad, por reflejar la luz del sol.

 

Tengo que aprender a levantarme cada mañana para decir que tengo una nueva oportunidad para testimoniar al Señor. Él me quiere, Él me necesita y… a ponerse en marcha.

 

El testimonio de ustedes y su apoyo ha sido elocuente, fuerte y generoso. La comisión central ha trabajado a destajo, horas escuchando, horas escribiendo, horas comunicándose, horas elaborando la síntesis, simplemente gracias a todos los miembros, Aquí está la Hna. Rossana, Dardo Galarzo, Noemí Puente, Hna. Mariela, Carolina de los Ríos, los matrimonios que han trabajado desde el colegio San José, el Padre Pancho, el Padre Gustavo, el P. Edgardo, el Diácono y muchos más.  Agradezco a los curas y laicos en general, religiosos y religiosas, porque demuestran que la Iglesia vive, están los jóvenes y mayores, desde diferentes barrios, de diferentes parroquias de la ciudad y del interior, de instituciones y movimientos. Hay que seguir adelante y gracias porque sé que puedo contar con ustedes.  Lo que se ha vivido en las reuniones de decanato ha sido muy lindo, eso es signo de que tiene futuro nuestra Iglesia. Demos gracias al Señor. Que nosotros seamos capaces de estirar los brazos tan grandes como los del Señor del Milagro porque en nuestro corazón tienen que caber todos los salteños y que tengamos la capacidad juntar las manos como la Virgen del Milagro para enganchar y abrazar a los salteños hasta la eternidad del mismo Padre Dios en cada Eucaristía que celebramos.

 

Los diez puntos que se han ido leyendo de las conclusiones, a los  que se incorporarán después los aportes que surjan, sobre todo para relanzar el Sínodo en nuestra Arquidiócesis en octubre serán incorporados a un documento base del mismo.  Quiero recalcar el punto que dice “celebrar”. La Iglesia nace de la celebración, el altar es la mesa que nos convoca, Dios ha reunido a su Pueblo en torno a una mesa, como lo hizo el Señor. Si no hubiera sido la mesa de la Última Cena, ¿como hubiéramos descubierto el sentido de la Cruz? La cruz era un fracaso en sí misma, era morir como un esclavo ¿Quién entiende esto? Los apóstoles que pudieron comer con Jesús, entendieron que era su Cuerpo entregado y su Sangre derramada, ahí se dieron cuenta, pasada la resurrección, que murió como un esclavo, pero había triunfado Nuestro Señor. Por eso los clavos de la cruz se convirtieron en los granos de incienso del cirio.  Para nosotros también, lo que vivimos y sufrimos, lo que gozamos y maduramos, desde la Eucaristía se transforma totalmente. Celebremos cada día porque ahí está la fuente de la Iglesia Sinodal.

 

+Mario Cargnello

Arzobispo de Salta

 

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