Nos convocamos para unir nuestras oraciones y nuestras voces por las víctimas de la trata y tráfico de personas. Rezamos y luchamos por una sociedad sin esclavos ni excluidos en la que se reconozca y se respete la dignidad y la libertad de todos y de cada uno.

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Lamentablemente, el vergonzoso e intolerable crimen de la trata de personas daña seriamente la vida de muchas personas. Este tiempo de aislamiento por la pandemia, agudiza este delito y lo hace más visible e insostenible en tantos rostros de hermanos que cada día vemos sufrir y padecer a nuestro lado.

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Estos rostros de excluidos son más de lo que creemos. Y duelen. Hay miles de personas –niños, hombres y mujeres de todas las edades– cautivos y obligados a vivir en condiciones de verdadera y penosa esclavitud.

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Conocemos el drama de migrantes que se ven obligados a vivir en la clandestinidad por diferentes motivos sociales, políticos, económicos. Un buen número de ellos son los más vulnerables ya que, con el fin de poder ganarse un pedazo de pan, aceptan vivir y trabajar en condiciones inadmisibles, habiendo caído en manos de redes criminales y corruptas que trafican con los seres humanos.

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Ante esta tragedia, existen personas de corazones dispuestos y manos activas que hacen un gran trabajo silencioso: congregaciones religiosas, especialmente femeninas, organizaciones eclesiales y civiles y tantos voluntarios que desde hace muchos años realizan con notable eficiencia un servicio de ayuda a las víctimas y a los más pobres. Asistencia, rehabilitación, reinserción, promoción, acompañamiento, son las respuestas evangélicas en favor de estos excluidos.

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Este incansable y silencioso trabajo requiere coraje, paciencia y perseverancia. Se requiere también de un gran compromiso a nivel institucional. El Estado, que cuenta con mecanismos legales competentes, debe cuidar la vida, proteger la vida, eliminar toda forma de servidumbre o trata y explotación de personas, sin dejar espacio a la corrupción y a la impunidad. Eso deseamos y esperamos.

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Este tiempo de pandemia es tiempo de mirar con los ojos de la Virgen. Una mujer de esperanza. Cuando una espada le atravesó el corazón, se quedó de pie, junto a la cruz, junto a su Hijo. Creyó contra toda esperanza. Por eso fue elegida y nació para ser Madre. Madre de Dios y Madre nuestra, compañera de camino y discípula de Jesús, cuidadora de nuestras vidas, auxiliadora de la humanidad.  

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Le pedimos a Ella que nos enseñe a ser artífices de solidaridad, de fraternidad y de amistad social. Que sepamos dar respuestas generosas y adecuadas y ayudemos a reanudar con ánimo el camino que nos lleve a construir una sociedad sin esclavos ni excluidos.

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Comisión Episcopal de Migrantes e Itinerantes

8 de febrero de 2021, Fiesta de Santa Josefina Bakhita

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COMISION EPISCOPAL DE LA PASTORAL DE MIGRANTES E ITINERANTES

​Fundación Comisión Católica Argentina de Migraciones (FCCAM)

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TEL. (011) 4963-6889 / 4962-2663 – FAX (011) 4962-8175
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