Catedral Basílica de Salta

6 de junio de 2021

 

 

Hermanos queridísimos:

 

Estamos celebrando, con toda la Iglesia, la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo.

 

Como  tendiendo un arco con el Jueves Santo, vuelve la Iglesia a fijar su mirada  en el misterio de amor ofrecido por el Señor Jesús en la Última Cena y, a través del cual, perpetua su presencia, la presencia de su máxima entrega al hombre desde el corazón del Padre que lo ha enviado para estar así, entregado totalmente en su Pascua, en todo tiempo y en todo lugar.

 

I

 

Jesús ha querido perpetuar su presencia, desde una Cena. Jesús les dice a los apóstoles: “Vayan y preparen el lugar”, ordenándoles disponer todo para la celebración de la comida pascual. Ahí el Señor se quedó con nosotros, para hacerse, no sólo de toda la humanidad, sino de cada uno de nosotros, para ser para ti y para mí, para mostrar la relación interpersonal que desde el corazón del Padre Dios  quiere establecer con cada uno de nosotros. Dios busca a los hombres como un amigo busca a su amigo.

 

Los teólogos, los sabios y los padres de la Iglesia, los doctores y pontífices. a lo largo de la historia, han intentado y siguen intentando explicar el misterio de la Eucaristía a cada tiempo y en los diversos lugares de la tierra.  Cuanto más se contempla más profundo aparece el océano del amor.  El Papa Urbano IV le confió a Santo Tomás que escribiera el texto de los ritos del Cuerpo y la Sangre del Señor y, los textos que usamos en la misa de hoy, son básicamente los ofrecidos por Santo Tomás.  En  la antífona de la comunión, él dice: “Oh sagrado banquete, en el que es comido, recordamos la memoria de su Pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura”.

 

El misterio acontece en un banquete, en una comida que anticipa la Muerte y la Resurrección del Señor. Él ha querido quedarse en el banquete de la Eucaristía, que a su vez, anticipa el banquete definitivo del Cielo en el cual nos encontraremos con el Padre, el Hijo y el Espíritu. Es un banquete de vida, de dignidad y libertad, es un banquete de fraternidad,  que une el pasado con el futuro en un presente que se carga de sentido, porque es un banquete que me da el Sacrificio mismo de Jesús, que muere y resucita por nosotros. Toda la fuerza del amor de Cristo en la Cruz se nos entrega en la Eucaristía. Sólo  el silencio puede abrirse a un misterio semejante. Como lo grande del amor de Dios que,  además de eterno, tiene una profundidad inconmensurable, puede resumirse en el pan y el vino de la Eucaristía. Así es Dios, se muestra plenamente Dios cuando en lo pequeño resplandece lo inmenso. Eso lo enseña el Papa, hoy emérito, Benedicto XVI.

 

Esto es lo que contemplamos y celebramos. Así, desde una actitud contemplativa, que no puede ser sino de agradecimiento, de adoración, de disponibilidad, queremos  reflexionar: ¿Qué quiere decirme Jesús en la Eucaristía en este día, en este tiempo? Qué quiere decirme en esta circunstancia especial como es la de la pandemia, que tiene características que parecen inéditas,  porque pestes hubo en el mundo, pero así universales como ésta, que se extienda por toda la superficie de la tierra,  tengo entendido que no y que dure tanto tiempo, me parece que no y que comprometa de tal manera la estructura social de la humanidad, me parece que no.

 

II

 

¿Qué nos puede decir el Señor? En primer lugar nos da la certeza que Él no nos va abandonar, está con nosotros. Es una provocación a renovar la fe y la confianza en Él. Él va guiando a la humanidad y no nos va a soltar la mano en estas circunstancias. Me atrevo a decir, que los que fallecen por causa de la pandemia, se convierten en intercesores nuestros para que la humanidad encuentre el camino que la supere. Hoy recordamos a dos laicos, miembros de la Acción Católica.  Son  varios los laicos que pertenecen a instituciones o movimientos de nuestra Iglesia en Salta que han fallecido a causa del COVID o que han tenido un golpe muy fuerte de la enfermedad. Pero el Señor no nos ha abandonado. Desde esta certeza podemos ponernos de pie y preguntarle ¿Qué quieres de nosotros? ¿Cómo podemos servir a la humanidad nosotros que tenemos la certeza de tu cercanía? Surge inmediatamente la exigencia de ser testigos de esa Presencia, siendo testigos del amor de Dios que da su vida y se pone al servicio de los demás. En repetidas oportunidades hemos insistido que éste es el tiempo de una Iglesia de la Caridad, que se traduce en el escuchar, en el ayudar. Estamos cerca de la Colecta Nacional de Cáritas, expresión viva de la caridad. Agradezco a tantos hermanos que testimonian el amor a los hermanos necesitados.

 

III

 

Es necesario que, desde la experiencia del amor de Dios que nos convoca a todos a reunirnos alrededor de  la mesa de la Eucaristía, nos preguntemos cómo podemos cultivar responsabilidades y actitudes que ayuden a encontrar prontamente la solución al problema.

 

Lo primero es la necesidad de una actitud humilde. No pretendo decir que no debo creer en la ciencia; de ninguna manera. Cómo no vamos agradecer a Dios, que la humanidad haya podido desarrollar las ciencias  que le permitieron  avanzar tanto en el mundo de la medicina, de la organización social, del conocimiento del mundo puesto al servicio de la humanidad.  Pero tenemos que reconocer que el hombre –científico o científica- es limitado.  Sólo con una actitud humilde, de saber que no lo sabemos todo, podremos estar abiertos al descubrimiento de la verdad científica, que puede ponerse al servicio de una curación, alguna vez definitiva, de esta enfermedad.

 

La soberbia no nos ayuda, no ayuda a nadie de la humanidad, tampoco nos va ayudar en esto. Es una actitud responsable el saber que no sabemos todo y que no podemos saber todo inmediatamente y tenemos necesidad de recurrir a Dios para que nos ilumine; a la oración, pedir ayuda a los hermanos y pedirle ayuda a Dios.

 

Una segunda actitud que debemos cultivar es aceptar que nos necesitamos mutuamente.  Es un grito que  surge de la misma realidad. El llamado a vencer las divisiones entre nosotros. Cuando se encara sólo desde la perspectiva puramente económica, que quiere lucrar con la misma enfermedad, como de la perspectiva política, que quiere fanfarronear con supuestos logros o atacar desde supuestas debilidades, nos mostramos pusilánimes y somos destructores.

 

La Eucaristía nos invita a ser humildes y abiertos a los demás, capaces de grandeza y magnanimidad.

 

IV

 

Hay una segunda línea de reflexión. Si la primera nos interpela a todos,  ésta se dirige a los jóvenes de modo particular. En la primera lectura Moisés convoca a los jóvenes para que sacrificaran los animales que iban a ser ofrecidos. Dijimos que la Eucaristía trae el sacrificio de Jesús en la Cruz.

 

Queridos jóvenes, católicos que nos escuchan. Estamos juntos celebrando, venciendo la distancia, la Eucaristía. Como aquellos jóvenes hebreos de la primera época de la historia de la salvación, son ustedes los que están llamados por el Señor a  asumir este dar la vida de un modo nuevo, dando la vida de Jesús -no de animales-, en este tiempo. Aprovechen este tiempo para pensarse a sí mismos como constructores de un mundo distinto. Aprendan a decir que ¡No! a lo que frivoliza la historia, su propia historia, su propia vida. Aprendan a descubrir el valor de la santidad como camino que hace que la vida tenga sentido y capacidad de transformación.  Aprendan a saber, a formarse para poder dar y poder servir de verdad con una actitud fraternal. De un modo particular, escuchen  el llamado a la santidad, que se hace un grito desde la Eucaristía. Es el Señor que se hace presente, que se dirige al discípulo amado que se puso junto al Corazón de Cristo en la Última Cena para escuchar la fuerza del latido de ese corazón que estaba dándose todo, para todos nosotros.

 

Por último, un llamado a nuestras autoridades. La disposición del decreto presidencial de Necesidad y Urgencia entierra la posibilidad de celebrar la Eucaristía.  Yo me  atrevo a pedir que se revise eso, por muchos motivos:  porque el concepto de salud no puede negar lo religioso como un elemento que hace a la salud integral de las personas. Basta escuchar a la gente que viene a nuestros templos o al templo de algún otro culto u otra religión. El número de personas que se sienten afectadas profundamente por no poder rezar en sus templos, por no poder celebrar su fe es alto.  No teman, en su inmensa mayoría, los sacerdotes hemos respetado, seguimos respetando y vamos a respetar las disposiciones de los protocolos. No es posible que no vean como salvación para la gente y no se descubra la bondad del hecho que la gente se siente en un templo, tomando las distancias, abriendo las ventanas de los templos para pedirle a Dios, que es el Señor de la historia. Es necesario abrir la mente también, es parte de la humildad que nos permitirá salir adelante. Entiendo que se quiera ver desde pretendidas reflexiones de base científica, pero cuando se habla de las personas no hablamos de números simplemente.  Es necesario vencer todo falso temor a Dios. Nunca podremos olvidar el clamor del Papa San Juan Pablo II, cuando comenzó su pontificado, el 22 de octubre de 1978: ¡No teman, abran las puertas a Cristo!

 

No pedimos nada excepcional, sólo que la gente que todos los días va a las confiterías, va a las canchas de fútbol –jugadores- puedan estar aquí sin tocarse, tomando las distancias. Y de parte nuestra, limpiando el templo, los muebles y las imágenes y los pisos, como lo hacen nuestros voluntarios, ofreciendo el alcohol y la alfombra con lavandina para que se cuiden todos. Desde el corazón de la Eucaristía,  éste es un ruego a quienes nos gobiernan.

 

Ofrecemos al Señor Su sacrificio.

 

 

 

+Mario Cargnello

Arzobispo de Salta

 

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