CERRO SAN BERNARDO
Viernes 19 de abril de 2019
Reflexión
(El texto ha sido corregido con el propósito de dar precisión a las ideas)
Queridos hermanos:
¡Gracias por el testimonio de que nos dan en este Viernes Santo!
Esta semana ha sido noticia el incendio en la Iglesia Catedral de París. Es la Iglesia de Nuestra Señora de Notre Dame. ¿Por qué se le dio tanta importancia? Surgieron diversas interpretaciones. Un dato: París es una ciudad universal, multicultural, postcristiana… y. sin embargo, la respuesta de adhesión y conmoción de la gente fue multitudinaria y la caridad que muestra el apoyo es profunda. Lo acontecido quizás pueda entenderse si pensamos cómo nos sentiríamos si algo parecido le hubiera pasado a nuestra Catedral… o a las imágenes del Señor y de la Virgen del Milagro.
Para ilustrar: Vemos la Cruz que preside el Cerro “San Bernardo”. Fue puesta en 1901. ¿Por qué la pusieron los salteños? Fue una respuesta a un pedido del Papa León XIII que invitó a colocar una Cruz o un Cristo en los puntos altos de las regiones para celebrar los 19 siglos de vida cristiana. Sobre la Cruz colocaron la leyenda: “Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera” –se trata del texto de un himno- . Miremos el Cristo Redentor, de bronce. No sé en qué año fue colocado. En una ocasión quisieron serruchar el brazo. Desde la ciudad vieron el reflejo y vinieron a rescatar la imagen evitando la destrucción ¿Por qué lo hicieron? ¿Qué defendían? ¿El bronce? No. Lo que significa esta imagen. Defendía algo que está en el alma de la inmensa mayoría de los salteños: su fe.
Ruego al Señor que no saquen la Cruz ni el Cristo, ni el espacio religioso conformado por la imagen de San Bernardo. Ya sacaron al Señor de las escuelas… que no nos quiten de este cerro estos signos sagrados que expresan la cultura profunda de nuestro pueblo.
Volvamos a lo acontecido esta semana en París. Permítanme leer el testimonio de alguien que vivió los acontecimientos, es Andrei, un joven que no es francés, es bielorruso (me parece que es un católico bien formado), estudia en París y cuenta lo siguiente:
Esto es lo que pasó. Estaba en casa, charlando por teléfono con mis padres, cuando de repente por la ventana empezó a oírse ruido de sirenas. Cerré la ventana pensando: «Espero que no sea nada grave». Terminé de hablar con ellos a las ocho en punto. Entonces abrí Facebook y lo primero que vi fueron las fotos de Notre Dame en llamas.
La última vez que estuve allí fue el 5 de abril, cuando expusieron la Corona de espinas para la adoración. Era el día después de que en mi ciudad, Minsk, se celebraran vigilias espontáneas porque en Kuropat, un lugar de memoria de la represión soviética con grandes cruces, 17 de estas habían sido destruidas. La gente reaccionó yendo a rezar.
Salí de casa. No vivo lejos de la catedral. Desde mi calle veía una enorme columna de humo. Veinte minutos después llegué a la iglesia melquita de Saint-Julien-le-Pauvre, justo enfrente de Notre Dame, en la otra orilla del Sena. Desde ahí se veía todo el incendio. En ese momento me movía la curiosidad, igual que a cualquiera. Aunque algo dentro de mí me decía que debía estar allí. No tenía la más mínima idea de lo que iba a suceder.
Había gente en pie cantando el Ave María en francés, Je vous salue Marie. Me quedé allí con ellos. No dejaba de llegar gente, hasta que la calle acabó bloqueada por cientos de personas cantando. Algunos rezaban de rodillas, otros llevaban en la mano iconos o rosarios.
Nota sociológica: casi todos tenían entre veinte y treinta años. Hombres y mujeres en proporción similar. Había rostros europeos, indios, africanos, marroquíes, chinos. También vi algunos niños. Incluso me encontré con mi compañero de piso y también aparecieron otros tres amigos.
La oración era constante, sin pausa. Vi hombres corpulentos llorando como niños. No eran los únicos. De vez en cuando alguno salía y delante de todos pedía un minuto de silencio. Luego seguían cantando.
Llegando un cierto momento se leyó el evangelio de Juan 2,13-25, donde se habla de la expulsión de los mercaderes y de la profecía de Jesús sobre la destrucción del templo. En el Evangelio de Juan, esa era la primera Pascua de Jesús en Jerusalén. Mientras que en los otros evangelios, este hecho sucede justo después de la entrada en Jerusalén, es decir, antes de la última Pascua. Hay quien piensa que aquel hecho sucedió precisamente en Lunes Santo.
Luego rezamos juntos el Padre Nuestro. Después, la oración a santa Genoveva, patrona de París. Y la oración a la Virgen de san Juan Pablo II, que él mismo rezó en Notre Dame. Luego se leyó la oración de san Francisco y un fragmento de Charles Péguy sobre la Virgen. También rezamos por los bomberos.
Traían agua y biscotes para repartir. No había sacerdotes, no había nadie que dirigiera de alguna manera, todo se organizó espontáneamente. Aparecieron una pareja de jóvenes con violines y acompañaron con música los cantos. Al oscurecer, se encendieron las farolas. Desde las dos columnas de la catedral se veían las luces de las linternas de los bomberos. Encima del incendio, luces rojas, hasta las estrellas parecían rojas, eran drones tomando fotografías. Sonaban las campanas por todas partes.
A las 23.10h una persona anunció a todos que habían conseguido salvar la estructura de la catedral. Algunos empezaron a cantar el himno Nous Te saluons, couronnée d’étoiles y todos se unieron al coro. Luego hubo otros cantos dedicados a la Virgen. Dijeron que la Corona de espinas y la túnica de san Luis se han salvado del fuego, y entonamos el Salve Regina en latín, para repetir después varias veces Je vous salue Marie.
El fuego todavía ardía, pero ya más débil. Poco a poco, la gente empezó a marcharse. Después de medianoche, mis amigos y yo también nos levantamos para dirigirnos al metro. Se me acercó una periodista preguntándome por la oración de Je vous salue Marie, y le respondí.
Fuimos a ver la situación desde otra calle, había muchísima gente también allí cantando. Era como si hubiera sucedido lo mismo en todas las calles, puentes y plazas. Miles de personas cantando por las calles durante horas. Era algo parecido a la revolución.
Ahora pienso que la gente con la que estuve rezando no rezaba por el mero disgusto de la destrucción de una pieza esencial de nuestro patrimonio cultural, no lloraban solo porque ardía un símbolo de la nación francesa. La gente estaba allí rezando a Notre Dame, Nuestra Señora. Nadie había convocado a todos esos jóvenes, ni los curas ni los obispos. Fue un movimiento espontáneo pero al mismo tiempo ordenado y respetuoso. Eran piedras de la Iglesia real, una Iglesia joven y viva que se mostraba a sí misma. Yo también, con aquella periodista, en cierto modo estaba dando un pequeño testimonio. Nadie se esperaba el incendio. Pero tampoco nadie se esperaba una reacción de este tipo. Fue un acontecimiento, diferente a cualquier otra cosa que pudiéramos imaginar. Algo que rompía una continuidad.
Ahora veremos qué nos pedirá Dios en los próximos días que nos esperan para la Pascua.
Hasta aquí el testimonio de Andrei. Pienso que, también para nosotros estos días rompen la continuidad. Lo que acabamos de hacer, lo que ustedes acaban de hacer, queridos jóvenes y familias rompen la continuidad. Muchas veces me he preguntado por qué el Via Crucis a la mañana, si normalmente lo hacemos la tarde. Veo que vienen y rompen la continuidad de nuestra Salta. En un año difícil para la sociedad y para la Iglesia de Salta en particular, ustedes rompen la continuidad y nos dicen que se puede empezar de nuevo. Y si miramos la Cruz, que es el signo del Viernes Santo ¿Qué es? Solamente son dos palos y sin embargo, muchos le temen a la Cruz. Creen que somos retrógrados porque creemos en la Cruz. En la continuidad de la vida en la que se discuten tantas cosas, ahora queremos escuchar al Señor en la Cruz, tratemos de escuchar que nos dice el Señor.
Yo quiero recalcar dos cosas. La primera: tratémonos bien. En el Evangelio de Juan aparece como muchos se juegan por mitades, hay traiciones por la debilidad pero vuelven al Señor, se recuperan y se convierten (pensemos en Pedro y traigamos nuestra debilidad sin miedo). Pero también hay otros gestos más hipócritas, que venden al Señor para quedar bien: Pilatos, Herodes, los fariseos, que se sienten seguros. Hay dos figuras en el Evangelio de Juan: Nicodemo y José de Arimatea, que quizás tarde -nunca es tarde para hacer el bien- toman el cuerpo del Señor y lo sepultan. Y, antes, en el Evangelio de Lucas, que leímos el domingo: el buen ladrón, que no tenía ningún mérito para presentarse, solamente lo trató bien y el Señor le dijo: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Quiero repetir lo mismo que he dicho esta semana: si nos tratamos bien, si tratamos bien a Jesús en el hermano, vamos a traer algo de paraíso a nuestro mundo. Muchas veces renegamos mucho con y desde los “colectivos”, pero mucho más importante que los colectivos es que somos humanos, somos personas. Después vienen los otros grupos, cualquiera sea: la nación, ser negros o blancos, ricos o pobres… (todo eso cae frente al hecho de ser personas). Hablando con los curas que están detenidos y forman parte del dolor de la Iglesia me dicen que “la cosa que aprendí en la cárcel es que ahí no nos juzgamos”. A veces hay que estar ahí para darnos cuenta.
Segundo: en el mirar el rostro de Jesús busquémoslo en los que no nos van a dar nada, a quien no podemos sacarle nada: en el pobre y en el más necesitado y aprendamos a respetarnos desde ahí, desde el que necesita más de nosotros. Muchas veces nos tratamos mal entre los pobres, nos herimos, nos ofendemos y muchas en la familia. ¡Cuánto chico o chica amargados porque han sido insultados o humillados por el padre, la madre o el tío! (uno tiene que pedir perdón al sobrino). Descubre que te necesita el que está al lado tuyo. Si hacemos un poquitito de bien romperemos esta continuidad de tanta pelea, esta monotonía ya repugnante de tanta ofensa y construiremos un poco el paraíso para que esta Pascua nos encuentre algo mejor.
Levanten la Cruz para que nos veamos en Él, en el Señor. ¡Te adoramos Cristo y te bendecimos!
+ Mons. Mario Cargnello
Arzobispo de Salta