La celebración fue presidida por el señor nuncio apostólico en la República Argentina, Monseñor Miroslaw Adamczyk. Aquí le ofrecemos texto de la homilía.
Salta, 15 de septiembre de 2023
Excelentísimo Monseñor Mario Antonio Cargnello, Arzobispo de Salta,
Excelencias Señores Obispos,
Reverendos Sacerdotes y Religiosos,
Reverendos Diáconos,
Reverendas Religiosas, Reverendos Diáconos, Seminaristas,
Honorables Representantes de las Autoridades civiles,
Queridas Hermanas y Hermanos peregrinos aquí reunidos para dar gloria a Cristo nuestro Señor,
San Pablo Apóstol comienza su carta a los Romanos de esta manera: «A todos los que Dios amó y llamó a ser consagrados, que se encuentran en Roma: Gracia y paz a ustedes de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Rom. 1, 7). Sabemos bien que la Palabra de Dios está siempre viva y presente entre nosotros; entonces, permítanme saludarles a todos ustedes aquí reunidos en Salta: amados por Dios, Gracia y Paz de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo. Dios los ama a ustedes y lo ha escogido a ustedes para ser sus discípulos.
Ante todo, quiero agradecer a Su Excelencia Monseñor Arzobispo por su cordial invitación, que me permite de participar en el famoso triduo del Milagro. Nos reunimos desde hace tres días alrededor de la imagen del Cristo y de su Madre.
El Papa Benedicto XVI, en 1989 en aquel entonces Cardenal Ratzinger, escribió un libro con título: «Mirar a Cristo. Ejercicios de Fe, Esperanza y Amor».
Queridos peregrinos, son justamente nuestra fe, esperanza y amor a Cristo que nos han traído hoy día a Salta, para venerar la imagen del Cristo del Milagro.
Nuestra presencia quiere decir que creemos en Jesucristo, único Hijo de Dios Padre. Con nuestra presencia queremos decir que Él es nuestro Señor y Salvador.
En la primera carta de San Juan leemos, «El que cree en el Hijo de Dios tiene ese testimonio. El que no cree a Dios, hace de Él un mentiroso, porque no cree en el testimonio que Dios ha dado de su Hijo. Y el testimonio es éste: que Dios nos ha dado la vida eterna y esa vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al Hijo, no tiene la vida» (1 Jn 5, 10-13). Si creemos en Jesucristo lo tenemos todo; tenemos la vida eterna.
San Pablo nos enseña que «si confiesas con tu boca que Jesús es Señor, y crees en tu corazón que Dios o resucitó de la muerte, te salvarás» (Rom 1 O, 9).
Queridos peregrinos, esta Eucaristía es una excelente ocasión para confesar con nuestra boca que Jesús es nuestro Señor y Salvador; que él es el único Hijo de Dios Padre; que gracias a Él podemos salvamos.
Sí, lo confesamos con nuestra boca, pero también con nuestra mente y nuestro corazón. Cada vez que escuchamos el Evangelio durante la Santa Misa, después de las palabras “Del Evangelio según san Marcos, Juan, Mateo o Lucas” hacemos la señal de la cruz en la frente, en la boca y en el pecho, justamente para decir que creemos en las palabras de Jesús con nuestra mente, nuestra boca y nuestro corazón.
Nuestro Salvador y Redentor dijo de sí mismo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va la Padre si no es por mi» (Jn 14, 6). En el Evangelio de Jesús encontramos indicaciones de cómo vivir. La vida no es siempre fácil, todos queremos ser buenos y hacer el bien a nuestros familiares y a nuestros semejantes, pero, a veces, no somos capaces, y los resultados de nuestras acciones no siempre son positivos. Lo describe muy bien San Pablo, «Lo que realizo no lo entiendo” escribe él en la carta a los Romanos, «porque no hago lo que quiero, sino que hago lo que detesto./…/ No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» (Rom 7, 15 y 19).
Hay sin embargo un modo para evitar todo esto. El Señor dice «Yo soy el camino», entonces cada vez que no sabemos cómo hacer, pensemos «¿qué habría hecho Jesús en mi lugar?»
Queridos peregrinos, hoy día veneramos la estatua del Cristo del Milagro. Nuestro Señor se encuentra clavado en la cruz, pero el Cristo crucificado no es sólo símbolo de sufrimiento. Ante todo es símbolo de la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte. La cruz de
Jesús es un símbolo de la resurrección y de la esperanza cristiana.
En nuestra segunda lectura de hoy día, de la primera carta del apóstol San Pablo a los cristianos de Corinto, hemos escuchado: “Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres” (1, 22-25).
Porque nuestra fe en Cristo trae frutos maravillosos y también divinos. El primer fruto es la vida eterna.
Nuestro Señor ha dicho «Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; quien vice y cree en mí no morirá para siempre» (Jn 11, 25-26).
El verdadero final de la esperanza humana sería la muerte, porque con la muerte se acaba todo; pero nosotros sabemos que Jesucristo ha vencido la muerte. A sus discípulos, antes de su pasión, les decía “Tengan valor, yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33). Él es una esperanza viva.
El fundamento de la esperanza cristiana es justamente la resurrección de Jesús. La pascua del Señor es el día del nacimiento de la esperanza cristiana. La palabra «esperanza” no aparece en la predicación de Jesús. Los evangelios hablan mucho de la fe y de la caridad pero en ningún lugar hablan sobre la esperanza. Por lo tanto, después la Pascua podemos ver una verdadera explosión de la esperanza en la predicación de los apóstoles. San Pablo llamó a Dios, «el Dios de la esperanza» (Rom 15, 13).
El mismo Apóstol afirma, «justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de Jesucristo /…/ y podemos estar orgullosos esperando la gloria de Dios /…/ La esperanza no quedará defraudada en nuestro corazón, porque el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones … “ (Rom 5, 1 y 5).
Sí queridos Hermanos y Hermanas, en Cristo tenemos una fuerte esperanza que nunca será defraudada.
Queridos hermanos y hermanas, estos días son los de la fiesta de la Iglesia que vive en Salta, fiesta patronal, para mí es una apropiada ocasión para presentar al Pueblo salteño mis mejores augurios, que tengan fuerte fe en Dios, que la Madre de Dios les obtenga de su Hijo muchos milagros, grandes pequeños, que necesitan en sus vida.
Hemos venido aquí con nuestras alegrías y éxitos· hemos venido también con nuestros dolores y problemas. Estoy seguro que cada uno de nosotros tiene muchas intenciones que queremos pedir a Dios. Hagámoslo en el nombre de Jesucristo, recordando sus palabras «Si ustedes me piden algo en mi nombre, yo lo haré» (Jn 14, 14). Y así sea. Amén.