13 de septiembre de 2024 – Catedral Basílica de Salta. Homilía.

Hermanos muy queridos:

Agradecemos a Dios poder celebrar también este año, en este 13 de septiembre, la Solemnidad de la Bienaventurada Virgen del Milagro.

I

La Primera Lectura, tomada del Libro de Judith, nos pone delante de una mujer que ha sido capaz de jugarse entera para salvar a su pueblo ante el peligro más que inminente de ser destruido. Ella se juega, entra en el corazón mismo de los enemigos y logra vencer al jefe del ejército. Cuando ella regresa se reúnen todos a saludarla y el sacerdote le dice: “Que el Dios Altísimo te bendiga hija mía, y bendito sea el Dios, creador del cielo y la tierra que te ha guiado”. La  bendición es  ese acto de una palabra creadora de Dios que dice y hace el bien;  envuelve a esta mujer y  la hace capaz de poder ir y jugarse  por su pueblo hasta corazón del peligro. ¿Dónde  radica la fuerza de esta mujer?  “Nunca olvidaran los hombres la confianza que has demostrado”.  Judith es un testimonio de hasta  donde puede llegar la confianza del hombre en Dios y de lo que somos capaces al confiar en Él. El Señor manifiesta su poder.

En el pecado del hombre siempre hay una desconfianza frente a Dios. La tentación hace que nosotros pensemos a Dios como un rival ¿Por qué no comes del fruto prohibido? Le dice a la mujer “No, Dios nos ha dicho que no” y el tentador les dice: “Van a ser como dioses”. La tentación es creer que Dios es una molestia en la vida personal o en la vida social y que vamos a ser más libres y nos vamos a realizar plenamente, si prescindimos de Él.

La Virgen da vuelta todo esto. Siguiendo la línea de las grandes mujeres del Antiguo Testamento, siendo una joven, madurando en su fe, es capaz de decir: “Aquí esta la servidora del Señor, que se haga en mí tu Palabra”. Ella confía en Él, crece en su fe porque pregunta, porque busca,  confía en Dios plenamente. Ella arriesga todo. Como  Judith, que no vaciló en exponer su vida al ver la humillación del pueblo, Ella también arriesga totalmente su vida.

El Dios con nosotros es un Dios que nos desafía como seres humanos, a confiar en Él. La actitud de confianza en Él  es lo que marca a un buen cristiano: “Yo tengo que confiar en Dios, porque nadie tiene más interés que Él en nuestra felicidad”. Tantas veces el hombre ha intentado ser el  artífice único de la felicidad de todos y otras tantas, somos testigos de destrucciones, de muertes, de desentendimientos, de tragedias.

La Fiesta de la Virgen es siempre una invitación a confiar. El texto de la Carta a los Romanos: “A los que conoció los predestinó, a los que  predestinó los llamó, a los que llamó los justificó, a los que justificó los glorificó”. Nos permite ver que esto se realiza en la Virgen, Ella fue elegida, pero le piden el gesto de libertad de aceptar o no. Ella confío, convirtiéndose en la garantía de que podemos confiar en Dios.

II

En la historia de nuestro pueblo aquí en Salta, el origen del Milagro está ligado a la presencia de la Virgen que inspira y genera confianza. Cuando en los terremotos el pueblo se arrima a la Iglesia Matriz de los jesuitas, que estaba donde ahora es una galería ¿Qué ve? La imagen de la Virgen caída al pie del Sagrario y el pueblo interpreta rápido. Ella está rezando por nosotros.  Ella nos invita a confiar. Surgirá la moción interior del Padre Carrión de ir hacia el Cristo que estaba guardado en la Sacristía para sacarlo por las calles. Así comienza una historia que hoy la actualizamos, celebrando a la Virgen, en este Triduo y en toda la Fiesta del Milagro. Hoy asumimos todo lo que se ha ido generando a lo largo de estos siglos, transformando nuestra sociedad. A cada generación nos toca responder, para ser creadores de una sociedad que confía en Dios.

La tentación nuestra es creer que la solución del problema humano está solamente en nuestras manos. Está en nuestras manos, en la medida que tenemos que ser responsables frente a la llamada de Dios; pero primero es un don y tenemos que confiar. No tenemos que cerrarle las puertas a Dios en la vida social de nuestros pueblos.  

¿Qué queremos como Iglesia? ¿Queremos una especie de manejo como si la Iglesia fuera dueña? No, no queremos eso. La Iglesia no propone eso. La Iglesia defiende, lo ha propuesto en el Concilio, la mutua independencia entre el poder civil  y el poder eclesiástico, y la unidad no entre la componenda de las autoridades al margen o espaldas del pueblo, sino en el servicio de lo  que la gente necesita y realizado delante de cualquiera.

Pero ¿Qué pide la Palabra de Dios?  Que creamos en su ley: No mentir, no robar, buscar el bien, hacernos cargo del hermano.  Cuando  Dios nos pone en un lugar de mayor responsabilidad, más tenemos que ensanchar los hombros para cargar con los hermanos, y agradecer a Dios la posibilidad de hacer el bien. Se trata de creer en la verdad, creer en la justicia y en la fraternidad, ser capaces de construir amistad social en una Nación para no vernos como enemigos de entrada.  Nadie tiene la llave mágica para dar solución a todos los problemas. Eso es confiar en Dios. Esto vale para las familias, para un club, para las sociedades intermedias, para las empresas, vale para cualquier trabajo humano, vale para nosotros hoy.  Volver a confiar en Dios y creer que si nosotros en la fe, obramos de esta manera va a ser posible construir una generación de la que no tenga vergüenza la generación que nos suceda.

¿Qué es lo mejor que le podemos legar a las generaciones que vienen? La conciencia de haber intentado de todas maneras una sociedad un poco más fraterna, más justa, que camina en la vía de un desarrollo más humano y para todos. Es muy difícil, claro que sí, nadie está diciendo que la tarea sea fácil. Saben los gobernantes todo lo que cuesta, pero también lo sabe un padre o madre de familia, en cualquier lugar.  Hay que intentarlo, hay que creer en el Señor y confiar en Ella que nos invita a emprender con audacia este camino. ¿Quién nos guía?: “Feliz el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron”,  Jesús nos da la clave: “Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y lo que los practican”: ese es el mensaje del Señor: siempre estar dispuestos a confiar en el Señor.

El pueblo de Dios lo sabe, se abraza a  Ella y se deja abrazar por Ella. Yo creo que la hora de la patria es una hora desafiante. Los mayores lo sabemos porque son muchas las crisis que hemos vivido. Ojalá la grandeza real de los católicos argentinos emerja y transforme ésta en una crisis que nos haga salir mejores, encarando un desarrollo humano y para todos.

Confiemos en Dios como la Virgen y pidámosle a Ella, como los peregrinos de la Puna:  “Pedimos por la Patria, para que podamos solucionar esto”. Esa es la oración de nuestra gente, también tenemos que escucharla.

+ Mario Cargnello

Arzobispo de Salta

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