Catedral Basílica de Salta
24 de junio de 2022
Homilía

Queridos hermanos:

I

“Porque así habla el Señor: ¡Aquí estoy yo! Yo mismo voy a buscar a mi rebaño y me ocuparé de él… Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar… Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré la herida y curare a la enferma” (Ezequiel 34, 11.15-16) nos decía Ezequiel en la Primera Lectura.

“Aquí estoy yo”, vos también dijiste recién cuando se te llamo: “¡Aquí estoy!”. Es una respuesta al “Aquí estoy” del Padre, es una respuesta al “Yo estaré con ustedes siempre” de Jesús. El sacerdote es un signo viviente de la fidelidad del Dios con nosotros, en su proyecto Dios ha querido que sea así. El Señor Jesús ha elegido a sus apóstoles y estos eligieron a sus sucesores y a los colaboradores. La Iglesia transita la historia, de generación en generación y el sacerdocio de Cristo, puesto al servicio de todos los fieles va marcando ese “yo estaré con ustedes siempre” de parte del Señor.

Hoy, Diego, entras a formar parte de esa cadena de manifestaciones del Señor que nos dice que está con nosotros, que no nos abandona. Vos tienes que ser signo de Aquél que no abandona a los demás. Es grande la misión, por eso te consagra, el Espíritu te transforma, por eso te ordenarás sacerdote para siempre, no puede ser de otra manera, porque el amor es total o no es amor; si no estás dispuesto a amar para siempre, es que no estás dispuesto a amar, esto lo decía San Juan Pablo II en Córdoba.

A partir de este texto, no solamente tenemos que rescatar esa fidelidad para siempre, sino también que el sacerdote es signo del amor incondicional del amor del Dios que quiere que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4). Esta expresión de Pablo a su discípulo, nos pone a nosotros frente al horizonte de lo que es nuestra tarea y nuestra razón de ser. Aprender a amar con esa pasión del Padre, de Cristo y del Espíritu que quieren que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Nunca pierdas de vista el horizonte de la universalidad en el que se te pone ahora, delante del mundo, mientras dure y seas llamado por Dios a la eternidad. Esa pasión misionera, esa fraternidad universal que destaca tanto el Papa y resplandece en la figura de San Carlos de Foucauld, el hermano universal.

II

“Si alguien tiene cien ovejas pierde una ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos y les dice: “alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido” (Lc 15, 4-6).

El sacerdote es pastor en la medida que se deja cargar por el Buen Pastor. Eres sacerdote como el Señor para seguir cargando a las ovejas, para hacerte cargo de los hermanos, de los enfermos, de los pobres, de los niños, de los jóvenes, de los que te necesiten. No cedas a la tentación de cerrarte, gracias a Dios, Él te ha dado un buen espíritu, cultívalo con firmeza, con fuerza, con perseverancia.

Del texto podemos inferir que es necesario cultivar los sentimientos del Corazón de Cristo para transmitir la verdadera alegría: “… Cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos y les dice: “alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido”. La verdadera alegría, la de ser fieles al proyecto de Dios, al amor de Dios, al todo, al todos y siempre.

Es bueno hacer el examen de conciencia sobre los motivos de mi alegría: “¿Qué me hace feliz en mi vida sacerdotal? ¿Qué me entristece? ¿Es la pasión por el Reino o la falta de éxito? ¿el fracaso? ¿la búsqueda de mi mismo? Un buen examen me indica dónde está mi tesoro y, por tanto, donde está mi corazón. No descuides esto. Déjate cargar por el Señor, ofrece tus hombros para cargar a tos hermanos y alégrate cuando puedas cargar a un hermano y llevarlo al encuentro de Jesús.

 

III

Escuchábamos en la Carta a los Romano “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que no ha sido dado… porque si siendo enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida” (Rm. 5, 5.10).

Somos pecadores perdonados y por ellos testigos de la esperanza. Nosotros sabemos que podemos confiar en el Señor, que sigue apostando cada día, lo cual supone lucha, una lucha espiritual. Nunca pierdas el ritmo de la lucha espiritual, no cedas a la tentación de aburguesarte, no te conformes con la mediocridad en el mundo de hoy que nos pone valores de bajo peso. ¡Qué importante es mirar hacia Dios, hacia arriba y luchar siempre por dar un paso más en el camino de la santidad!

El amor de Dios tiene que impregnar todos nuestros amores: Jesucristo, su Iglesia, su Madre, los fieles, toda la humanidad. Que Dios este en el centro, que Jesús sea tu pasión. No te canses de amar a la Iglesia, a la Virgen porque es Madre nuestra, ella resguarda a los sacerdotes y ella también nos enseña a amar a los fieles, a toda la humanidad.

Ahora que estamos reconciliados seremos salvador por su vida, por lo tanto tenemos que vivir la vida del Resucitado, vivirla sacerdotalmente, dando la vida todos los días para ganar la vida, la nuestra y la de los hermanos, hasta darla totalmente.

IV

La Divina Providencia ha querido que te ordenes el Día del Sagrado Corazón. El Santo Cura de Ars decía que el sacerdocio es el amor de Jesús. En el Año Sacerdotal, Benedicto XVI habló mucho de esto, del amor del corazón de Jesús. La devoción al Sagrado Corazón no se puede quedar solamente en lo devocional: la imagen, el primer viernes, el mes de junio, la jaculatoria, aunque está muy bien que lo hagamos; pero en nuestro caso tenemos que dejarnos enseñar por Él y nos enseña que sólo se ama cuando se sufre por alguien. Ama la Iglesia hasta que te duela para que la puedas amar más. Ama a tu parroquia que Dios te vaya poniendo en el camino, aunque recién empiezas como sacerdote. El amor está desposado con el dolor y cuando es fiel a ese desposorio se hace un amor fecundo.

Empiezas un camino Diego. Te has preparado, eres el segundo junto a Lucas Ríos que ha recibido su formación aquí en Salta. En un momento en el que nos faltan sacerdotes, nos alegramos doblemente. ¡Que el Señor se acuerde de nosotros!. Te agradecemos que hayas dicho: “¡Si!”. Gracias a tu padre y a tu madre, a tus hermanos y a tu familia, a tu parroquia de la zona sur que siempre es tan generosa y te ha acompañado. Agradecemos a todas las comunidades que te han venido acompañando, a tus formadores, a todos.

Ahora vas a ser sacerdote. Nos ponemos en marcha para seguir la celebración.

+Mons. Mario Cargnello
Arzobispo de Salta

 

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