Catedral Basílica de Salta
15 de enero de 2021
Jer. 1,4-9
Sal 88,21-22.25.27
2 Cor 4,1-2.5-7
Mt 20,25b-28
Queridos hermanos:
En medio del clima creado por la pandemia que nos viene acompañando hace 10 meses, con los altibajos de decisiones que nos han mantenido más o menos encerrados en nuestros hogares o limitados en el ejercicio de nuestras tareas, es un signo de esperanza poder celebrar juntos la Ordenación Presbiteral de Lucas, verdadero regalo para nuestra Iglesia en Salta. La presencia de Jesús se prolonga en medio de su pueblo al que acompaña por la acción de sus ministros que Él, El Señor, el Viviente, elige.
Lucas es el primer sacerdote que ha sido acompañado en todas las etapas de la formación inicial en el Seminario Mayor de Salta, por eso para nosotros también tiene una fuerza especial este momento. Vemos como bendición especial del Señor su ordenación. Pedimos a Jesús que nos siga sosteniendo para consolidar el Seminario Mayor en todo el curso formativo. La Arquidiócesis de Salta es la tercera fundada en el territorio argentino, después de Córdoba y Buenos Aires.
Es importante preguntarnos, admirarnos y agradecer a Dios el hecho de que haya jóvenes que confíen su vida para vivirla en el ejercicio del Ministerio Sacerdotal en un momento en el cual la Iglesia está siendo purificada por las denuncias de cuestiones de pedofilia que, sin lugar a dudas, han afectado su credibilidad.
Ver que todavía hay jóvenes que confían, me hace pensar que el Señor sigue mostrando que es Él quien guía la Iglesia y que el Espíritu no descansa en la obra de animar y consolidar a la Esposa de Cristo y que, más allá de las miserias y pecados nuestros –míos y de todos los cristianos- el Señor la mantiene santa, porque Él es la fuente de la Santidad. Una Ordenación Sacerdotal muestra el poder, la fuerza de atracción que ejerce la adorable figura de nuestro Señor. Por eso, en ese clima que nos limita, sea por la pandemia, sea por la situación que vive la Iglesia, es “justo y necesario” –como dice el prefacio en la Misa- que nos alegremos y demos gracias al Señor por la Ordenación de Lucas.
I
El Señor no abandona a su Iglesia y, en el designio de la Providencia Divina, el Señor quiere hacerse presente a través de sus ministros; por eso eligió a los Apóstoles y los apóstoles a sus sucesores. Los antiguos escritos dan testimonio de esto. Padres de la Iglesia de los tiempos apostólicos nos hablan del Ministerio que Jesús va confiando a algunos de sus discípulos para que lo prolonguen, para que lo hagan presente. El Señor quiere seguir enseñando, mostrando el rostro el Padre, porque la voluntad del Padre es que todos los hombres se salven. Por eso elige a los jóvenes para llenarlos de la pasión por la salvación de todos y para prepararlos para enseñar, para que hagan el bien, para que sanen, para que liberen del pecado.
En estas primeras semanas del Año Litúrgico estamos escuchando los primeros capítulos del Evangelio de San Marcos. Por él guiados vemos al Señor que cura los enfermos a quienes dedica su jornada entera, libera del pecado y ayuda al hombre a tomar conciencia de que en el origen del mal que él padece está el misterio del pecado. Jesús enfrenta este dramático misterio con misericordia, rescatándonos, redimiéndonos y lo quiere seguir haciendo para cada uno de los seres humanos y por eso, en el corazón de la Iglesia elige a jóvenes hombres para que haya Ministros de su ser y de su obrar. Un sacerdote es un prolongador de la persona y del ministerio de Jesús, para hacer que la persona de Jesús resplandezca en la Iglesia y en todos los cristianos. El sacerdote es un servidor. No somos los perfectos, no somos los omnipotentes, somos los servidores, porque somos signos de Jesús, que hizo del servicio el estilo de la autoridad, el servicio hasta dar la vida.
Lucas, Dios te ha elegido para eso. Has seguido el camino del Señor, Él te ha llamado cuando era joven y en tí se cumple lo que escuchamos del profeta Jeremías: “Antes de formarte en el vientre materno yo te conocía”. El Señor te ha formado, Él nos ha formado, te conoce desde el origen, cuando tu mamá y tu papá aún no te veían, Conoce nuestras entrañas, nuestra mente y nuestro corazón y así te ha elegido y te conocía y nos conoce a todos los cristianos, no solamente como quien estudia una biografía, sino que conoce lo que pensamos y lo que somos, con los límites, las grandezas y las posibilidades. Y así te eligió y te consagró, es decir, te separó para que estés en las cosas del Padre, para que puedas a experimentar en ti mismo, con el tiempo, el profundo deseo que el Padre experimenta por la salvación de los hombres.
“El Padre quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Te toca en esta generación ser testigo del amor apasionado del Padre, de Jesús y del Espíritu y, para eso, te consagra en esta celebración en la que te hace Sacerdote. ¡No tengas miedo! Jeremías le dijo al Señor: “No sé hablar, soy joven” y el Señor le responde: “La fuerza no viene de tí, sino de Mí”. Debemos volver a este texto, porque muchas veces experimentamos la tentación de creernos nosotros los salvadores, los protagonistas número uno y sólo somos ministros, siervos. Nuestra alegría está en poder dar, aprender de Él. Hemos de cultivar una certeza que nos da paz: “Yo estoy contigo para librarte, yo pongo mis palabras en tu boca”. Vivimos esto en el ejercicio del misterio profético: anunciar a Jesús, no anunciarnos a nosotros mismos -como lo decía el apóstol en la Segunda Carta a los Corintios- sino a Jesucristo, no falsificando la Palabra de Dios sino manifestando abiertamente la verdad. “No nos predicamos a nosotros mismos sino a Cristo Jesús, el Señor”.
La enseñanza, sea por la homilía, por la catequesis, por el encuentro personal con nuestros fieles y con cualquiera que llegue a nosotros, tiene que brotar del profundo conocimiento de Jesús. Como Él me conoce yo estoy comprometido a conocer al Señor, Por eso la formación permanente (parafraseando a San Francisco de Sales) es el octavo Sacramento del sacerdote. No podemos ser un disco que repite sino una persona que transmite el amor por la persona adorable de Jesús.
II
Celebra con dignidad. Entre las cosas que me han interpelado en este tiempo de pandemia, me parece que reaparece el llamado a descubrir la fuerza de la Liturgia y de la Eucaristía. Nosotros, sobre todo en América Latina y el Papa lo ha extendido al mundo entero a partir de “Evangelii Gaudium”, proponemos la Iniciación Cristiana como camino de formación en la fe. La escuela de la misma es la Liturgia, sea en la Celebración de los Sagrados Sacramentos, culminando en la Eucaristía, sea siguiendo el curso del Año Litúrgico: Caminar permanentemente en la Escuela de Jesús, siguiendo la enseñanza de la Liturgia, invitando a los hermanos a seguirlo es la tarea.. Siempre detrás de Jesús, como Él le enseñó a Pedro: “Ve detrás”, no creas que vas a ir delante de mí marcándome los tiempos. Nosotros, siguiendo a Jesús, nos convertimos en iniciadores de la vida cristiana. Es tarea nuestra y lo espera el Pueblo de Dios. Y así con la Palabra y los Sacramentos nosotros nos convertimos en guía del Pueblo de Dios y favorecemos la unidad de los fieles. Que las personas, los movimientos, las instituciones, los grupos apostólicos encuentren en ti un padre y un hermano, un servidor al estilo de lo que proclamó en el Evangelio el Señor.
III
Entramos en el rito de la Ordenación, todos los Sacramentos nos introducen en el misterio de la Iglesia, y el Orden Sagrado brilla en la dimensión eclesial. En la Letanía de los Santos que inmediatamente vamos a invocar, se expresa la alegría de la Iglesia que te recibe como sacerdote.
Hazte amigo de los Santos. Este Año el Papa quiere que nos miremos en San José y el presbítero tiene que aprender de Él. Contempla su discreción y su servicio al Misterio. Imagínate a José que tiene que recibir a la Virgen y apostar por ella –no entendiendo-, aceptando y obedeciendo la voluntad del Padre y lo va acompañando a Jesús, le va enseñando a ser un hombre de bien, un judío ejemplar. Jesús aprende de José, que con la obediencia va siempre adelante, escucha la Palabra de Dios, sea en la Escritura, sea en la consulta a los sabios, sea en la oración profunda de la que nos hablan los sueños. San José es un maestro para los sacerdotes, confía en Él.
En los brazos de la Virgen te entregamos –y nos entregamos- para celebrar plenamente este Misterio que te va a transformar, ahora sí, en el Padre Lucas Ríos.
+Mario Cargnello
Arzobispo de Salta