Con algunas diferencias respecto al año pasado, nos acercamos a la segunda Navidad en tiempos de pandemia. Son muchas las dificultades que reconocemos en nosotros mismos, en nuestras familias, en todo el contexto sanitario, social, político, económico desde que el covid llegó para cambiar al mundo. Al mismo tiempo también necesitamos redescubrir la belleza y la actualidad del mensaje navideño: ¡Dios está con nosotros! En el Niño recién nacido y envuelto en pañales adoramos la bondad de un Dios que ya vino y viene cada día a cambiar nuestra historia, a asumir nuestras alegrías y tristezas, a abrirnos los ojos para que nos reconozcamos más hermanos entre nosotros.
“Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado”, nos decía el Papa Benedicto XVI hace unos años. Los cristianos en este nuevo tiempo navideño queremos fortalecer esta convicción y compartirla con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, tal como los ángeles auguraban la paz a los pastores en aquella helada noche de Belén. Hace 2020 años la “noche mala” de la soledad, las tristezas o el desamparo se hizo “nochebuena” de la esperanza y la solidaridad, de la alegría, la justicia y la paz, porque Dios se hizo hombre.
Siempre me cuestiona o me pregunto porqué hablar de novedad frente a situaciones o celebraciones iguales o ya vividas en tantas oportunidades anteriores. Entonces pienso que los que sin lugar a dudas nunca somos iguales somos cada uno de nosotros. Yo no soy igual al año pasado ni a todas las navidades anteriores de mi vida. Y por eso le pido al Espíritu Santo la capacidad de admirarme, sorprenderme, alegrarme, encandilarme con la inocencia de los niños ante el misterio siempre nuevo del “Dios con nosotros”.
“También este año, las luces de la Navidad se verán atenuadas por las consecuencias de la pandemia, que todavía pesa en nuestro tiempo. Con mayor razón estamos llamados a cuestionarnos y a no perder la esperanza. La fiesta del Nacimiento de Cristo no desentona con la prueba que estamos atravesando, porque es por excelencia la fiesta de la compasión, de la ternura. Su belleza es humilde y llena de calor humano. La belleza de la Navidad se manifiesta en el intercambio de pequeños gestos de amor concreto, algo que no es alienante, ni superficial o evasivo; sino al contrario, es algo que ensancha el corazón, lo abre a la gratuidad, al don de sí mismo, y puede generar también dinámicas culturales, sociales y educativas”. Con estas palabras el Papa Francisco recibía el pasado 22 de noviembre a los participantes en la iniciativa “Concurso de Navidad”. Pueden motivarnos para encontrar el sentido profundamente cristiano de la Navidad.
La memoria del Dios Niño al que recibimos en la Navidad nos recuerda dónde podemos poner las bases para la alegría verdadera, que es todo lo contrario de la euforia hueca de momentos sin raíz. Es en lo pequeño, en lo frágil, en lo vulnerable que se hace fuerte, donde puede echar raíz una dicha más profunda, un regocijo más auténtico. Es en los márgenes convertidos en centro. Y cuando miremos a nuestra vida, ojalá podamos encontrar en ella ese canto profundo, ese villancico vital que brota cuando entendemos alguna vez, y aunque sea por un instante, qué es lo que de verdad importa.
Esta Navidad en tiempos de pandemia nos desafía a ser capaces de redescubrir lo esencial: Dios está con nosotros, en su Hijo Jesucristo hecho hombre y en toda persona creada a su imagen y semejanza, todos hermanos. ¡Ojalá así podamos vivir una FELIZ NAVIDAD!