Apertura Año Mariano Nacional

Catedral Basílica de Salta – 8 de diciembre de 2019

En el andar del Adviento, tiempo en el que la invitación a despertar y a estar en vela se hace fuerte y creciente en la medida que nos vamos aproximando a la Navidad, celebramos nosotros como un regalo de la Divina Providencia a la Inmaculada Concepción y, con esta celebración, inauguramos junto a las otras diócesis de nuestro país, el Año Mariano Nacional.

I

La Celebración de la Inmaculada nos pone a la luz de la Palabra de Dios ante una realidad: la vida es una lucha. La tentación que el hombre tiene de huir, de entregarse a la fatalidad de un mundo difícil, de dejarse aplastar por el peso del pecado es eso,  una tentación.  Adán ha caído, Eva ha caído y el Señor busca dónde está y se excusa Adán diciendo: “Tuve miedo porque estaba desnudo y  por eso me escondí”.  Es la tentación de todos los hombres de todos los tiempos: dejar que la vida nos aplaste y no ser protagonistas, dejarnos arrastrar por la fuerza de las circunstancias, por el peso de los otros; incluso, por el peso de nuestros propios límites y pecados, por nuestros miedos y cobardías, por  nuestras perezas y egoísmos.  Nos convencemos que no se puede transformar mi corazón ni tampoco el corazón del mundo. Lo experimentamos muchas veces en la vida, es ese peso hacia abajo,  es ese “No hago el bien que quiero y muchas veces hago el mal que no quisiera” que afirma San Pablo y que nos acompaña. Frente a lo que nos sucede ¡con qué facilidad no defendemos la propia familia, la realidad de la unión familiar, no defendemos la vida, no defendemos a los demás, miramos para otro lado ante la injusticia, somos cobardes! Si miramos la realidad -no sólo personal- sino la familiar, social, cultural,  económica, política y en las diferentes dimensiones de la existencia ¡con qué facilidad caemos en una actitud casi fatalista: “es así”,  “es lo que se dice”,  “es lo políticamente correcto”…! ¿Quién puede cambiar esto? Entregamos nuestra propia historia a dioses; no solamente al dinero, a la fama, al poder, al prestigio sino también a ciertas figuras que manejan el mundo de la economía o de los medios.

Nosotros hoy celebramos que esto no es así. No podemos pararnos ante el mundo con una actitud entregada porque la vida es una lucha y el bien tiene la última palabra.  Nosotros creemos que este Dios que buscó a Adán en el comienzo del historia,  plantea el tema de la lucha desde la mujer: “pondré enemistad entre ti y la mujer”, le dice a la serpiente y la mujer se convierte en la madre de todos los vivientes. Interesante porque en el tiempo de Adviento, en el cual, el Apóstol nos invitaba a estar despiertos, a consolarnos mutuamente y ayudarlos con la Palabra de Dios aparece la figura de la Virgen en esta Solemnidad de la Inmaculada como el primer fruto de un Dios que viene a liberarnos. San Pablo VI, decía que María es todo lo contrario de una mujer sumisa, es una mujer fuerte, llena de iniciativas. Después de recibir el anuncio del ángel narrado en el texto que acabamos de escuchar del Evangelio, ella partió sin demora y se fue a la montaña de Judá a acompañar a la prima anciana que la necesitaba. Se adelanta al proyecto de Jesús y arma en Caná la primera presentación de su Hijo, Ella se convierte en la presentadora de Jesús.

María es una mujer verdaderamente protagonista de la historia, ella no huye, no mira para otro lado, responde al “¿dónde estás?” diciendo: “Aquí está la servidora del Señor”.  Por eso, en la historia de la Iglesia, la Virgen siempre ha estado al lado de gente y de su pueblo. En la historia de América Latina, esto aparece con rasgos particularmente definidos, a tal punto que San Juan Pablo II llamaba a nuestro continente “La tierra de la nueva visitación”.  María, es una mujer verdaderamente líder; Jesús la llama “mujer”, cuando nos la entrega diciendo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo y luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre”.

II

La Fiesta de la Inmaculada Concepción es una celebración que sacude lo más profundo de la conciencia del cristiano, que la  reconoce como madre, como guía, como cercana. Nos invita a acercarnos a ella por su ternura como madre, porque nos pone de pie.  María no puede generar cristianos gregarios. Ella nos hace jugar la libertad, nos invita a convertirnos en protagonistas de la historia. Santo Tomás decía que “la libertad nos convierten en causa de nosotros mismos”. La Virgen se pone al lado para que seamos capaces de decisión y de protagonismo en este decir: ¡No! a un mundo que nos tira hacia abajo y ¡sí! a la posibilidad de rehacernos cada día desde una decisión que, tomados de la mano de Jesús y de María, busca el bien. La última palabra la tiene el bien, la tiene Dios.  

La Virgen es generosa; sólo la alegría nos da capacidad de entrega, la tristeza nos achica, en cambio la alegría nos da oxigeno que llena el pulmón. A María la llamamos “causa de nuestra alegría”. Ella vence el temor y por eso se convierte en una mujer disponible a Dios y solidaria con los hermanos.

III

En esta fiesta y clima del Adviento, la Conferencia Episcopal Argentina ha decidido que celebremos durante este año: el Año Mariano Nacional. Hacia 40 años que no celebrábamos, el último fue en 1980 en Mendoza.

El Papa ha querido dar una serie de indulgencias para enriquecer el Año Mariano, pero pide que recemos por 3 intenciones: Primero, por la fidelidad de Argentina a su vocación cristiana; segundo, para pedir vocaciones sacerdotales y religiosas y tercero, para defender la institución natural de la familia.

Que sea un año en el que proclamemos la alegría del amor y de la familia, como lo dijo el Papa Francisco en la Exhortación sobre la familia.  Nos corresponde como hijos de la Virgen dejarnos llenar de esa alegría que trajo el Ángel y convertirnos en anunciadores del amor familiar. Frente a las situaciones que nos muestran nuevas realidades de familia, todavía no hemos medido el impacto en los hijos. Si creemos tenemos que apostar por la familia, quizás herida. La familia es ese espacio donde el ser humano respira hondo y puede llenarse de la alegría que dura, que no se proclama por gritos y por vestidos falsos, sino en la sencillez de lo cotidiano, en la tranquilidad del apoyo de papá y mamá, en la capacidad para superarse porque se aprende a perdonar. En la familia y en la alegría familiar, escuchando el anuncio del Ángel, nos convirtamos en este año en heraldos de la alegría de la familia.

Segundo, pedir vocaciones sacerdotales y religiosas, sería el ámbito de la Iglesia. Hacer de la iglesia una Iglesia servidora,  para servir a la comunidad y al mundo entero es la consigna. Procuremos vivir la alegría de nuestra pertenencia a la comunidad cristiana, ser factores de unidad en la Iglesia, constructores de una Iglesia misionera, que sale de sí misma como la Virgen, que es toda de Dios,  toda de nosotros. Así tiene que ser la Iglesia, así tenemos que ser nosotros, particularmente en el Año Mariano.

Lo  tercero, por la fidelidad de Argentina a su vocación cristiana. En el año 80 vivíamos momentos difíciles y en el Congreso se pidió por la unidad de la República Argentina, porque María es capaz de tejer los vínculos de unidad.  Ella que desafía nuestra libertad,  alimenta también nuestra unidad, porque favorece una libertad que se convierte protagonista haciendo el bien. La libertad que no busca el bien se destruye, destruye la condición humana, haciéndote sentir falsamente libre y después vacío e inconsistente. En  cambio, la libertad que hace el bien aún en la dificultad y que se esfuerza, te hace más persona, más capaz de ser hombre o mujer… esa es la libertad de María, que va al lado de Jesús y al lado de los discípulos hasta la Cruz. La Cruz crea unidad en Pentecostés y desde entonces no cesa de estar al lado de los hombres, al lado de los discípulos para hacer de esta Iglesia, familia de Jesús.  Ella también gesta unidad en nuestra Patria, Ella con Jesús al pie de la Cruz, nos abrazan a todos para hacer una sola familia en la que haya respeto, en la que haya capacidad para cargar en el hombro al otro, a mi conciudadano.

IV

Que el espíritu de María quien llene el corazón de todos argentinos, de nosotros que somos cristianos y que amamos la Patria, pero que la tenemos que amar con una actitud no de creernos perfectos,  sino convencidos que tenemos que ser los servidores de la unidad, en el respeto a los demás. “Nadie tiene derecho de destruir al otro”, nos decía Mons. Scheinig esta mañana.  

¡Ojalá el Año Mariano nos dé capacidad para tejer la amistad social que puede reconstruir el país! No  miremos para otro lado, no nos escondamos. Que seamos capaces de dar pasos positivos en la construcción de una sociedad más familia, de una familia más a la medida humana y una Iglesia capaz de saber pedir perdón por el mal ejemplo que muchas veces hemos dado y ponerse más al servicio de los que más nos necesitan.

Celebremos la Eucaristía pidiéndole al Señor que la gracia del Año Mariano nos interpele a todos.

+ Mons. Mario Cargnello

Arzobispo de Salta

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