VIGILIA DE PENTECOSTÉS
Sábado 8 de junio – Colegio Santa Rosa de Viterbo
Queridos jóvenes, queridas familias:
Culminando el tiempo de Pascua celebramos hoy Pentecostés. Celebramos la vigilia, un tiempo de oración que culmina en la Eucaristía.
En la primera lectura escuchábamos un texto del Génesis que habla de una humanidad que se divide. La ambición los lleva a querer enfrentar a Dios porque les molesta y terminan dividiéndose entre ellos.
Ayer el Papa nos pidió que dediquemos un minuto para rezar por la paz. Nos preguntamos ¿En qué ámbitos de nuestra vida no hay paz, en nuestros grupos, en nuestra familia, en el mundo, en la Iglesia?; ¿Cuáles de esas cosas nos duelen más?
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Escuchando a los cuatro jóvenes que nos brindaron su testimonio, advertimos que marcaron lo que ya nos decía el Génesis: Nos duele la división, porque estamos llamados a la unidad. Primero a la unidad interior, a ser yo mismo, a no experimentar la división de decir algo y hacer otra cosa; de desear algo y hacer lo contrario; y luego, la unidad con la gente que me rodea. Ese grito que pide la unidad se experimenta, según las etapas, a lo largo de la vida. Ese clamor por ser uno mismo contrasta con la división que vivimos sea en el curso, en la comunidad cristiana, en la parroquia.
I
Dios, en sí mismo, es una familia: Padre, Hijo, Espíritu Santo y se juega por nosotros, guiándonos para que encontremos la felicidad en la unidad y, ¿qué hace? Aquí viene la segunda lectura a respondernos. Aparece Moisés, que tiene de conducir al Pueblo y no tiene todos los dones, era tartamudo. Sin embargo Dios lo llama para que conduzca a Israel, teniendo que enfrentar muchos temores, con el apoyo de su hermano Aarón. Tendrá que recorrer un largo camino para llevar a los israelitas a ser pueblo.
Hoy, en esta Vigilia de Pentecostés, dejémonos llamar por Dios. Ya nos llamó cuando nos dio la vida, por eso vivimos. Nuestro proyecto es el proyecto de Dios para nosotros. Si hay algo que quisiéramos encontrar es qué quiere Dios de nosotros para encontrar el camino de la felicidad. Por ahí pasa mi unidad como persona y mi unidad con los demás, cuando sé lo que yo quiere de mí y trato de hacerlo, como Moisés. Dios sella y, a través de él con el pueblo, un pacto de amor, con la fuerza del fuego que hace arder la montaña.
Hay que dar el corazón entrando en el corazón de Dios, y esa obra de entrar de Dios en mí y de mí en Dios lo hace el Espíritu. Él es el aliento del Padre, es el aliento de mi vida, que me transforma porque me va sacando de aquello que me divide, de mi egoísmo, de mi orgullo… y me va transformando según el proyecto de Dios.
¿Qué hace el Espíritu en mí? En un mundo dividido llama a Moisés y, en este mundo dividido, me llama a mí que soy pecador, pobre. ¿Qué puedo hacer frente al mundo? ¿Qué puedo hacer frente al poder económico, político, cultural? ¿Qué podemos hacer? Es bueno vivir la experiencia de que no podemos nada porque ahí nos damos cuenta de que hay alguien que lo puede todo: es el Espíritu Santo.
En esta semana, el lunes leímos en el Oficio de Lecturas un texto que nos habla acerca de cómo actúa el Espíritu en mí. El Espíritu viene con la bondad de un genuino protector, viene a salvar, viene a curar, a enseñar, a fortalecer, a consolar, a iluminar, a sanar. Cuando uno sufre la experiencia de la división ¡qué bueno es saber que estoy dividido porque soy pecador, pero el Espíritu va recreando la unidad en mi interior!
Hoy, la psicología nos permite entrar en lo más profundo de nuestro inconsciente y descubrir dolores que nos van limitando a la hora de poder pararnos frente a los demás. El Espíritu viene a sanar ahí. Es ese aliento que respira en mí y me sana porque hace nuevas todas las cosas.
En la tercera lectura escuchábamos que Dios puede hacer revivir huesos secos. El Espíritu es justamente el don que me perdona porque me recrea. Nadie puede quedarse en el “yo no puedo”, porque Dios quiere darte el Espíritu para renovarte, y Él sana, te recrea, viene a curar y a enseñar. Nos ilumina, trabaja en nuestra conciencia. Dios me va envolviendo para reconstruir en mí un hombre nuevo, que es capaz de hacer nuevas todas las cosas, me enseña y me aconseja, me fortalece y cuando estoy triste me consuela, me ilumina ¡Qué bueno es saber que yo puedo ser útil a todos, porque el Espíritu me transforma y transformándome cambia mi familia, mi ambiente, mi colegio, mi grupo apostólico, mi curso!
II
San Juan Pablo II, cuando escribió la Encíclica sobre el Espíritu Santo, planteaba el problema de las dificultades del mundo: ¿alguien puede cambiar este mundo marcado por la guerra, donde los genocidios se repiten, donde hay injusticias? ¡Sí!. Alguien puede cambiarlo, es el Espíritu. Nosotros creemos que, a pesar de la división, del fracaso y de la muerte… la última palabra la tiene el Espíritu, la tiene Vida y nosotros tenemos que ser testigos porque el Espíritu nos es dado para eso.
La escena de Pentecostés, no es simplemente algo que sucedió, sino que sucede en nosotros, quiere suceder esta noche, Dios quiere entrar y darme su Espíritu para que entre en mí y yo experimente un paso adelante en ese camino que va del miedo a la valentía, de la queja a una actitud proactiva, transformadora en mi propia vida y de los demás.
Hoy vimos lo negativo pero, ¿hay signos del Espíritu en mi comunidad? Estoy seguro que sí. He visto los jóvenes que trabajan; jóvenes que se ayudan, personas mayores que quieren a sus hijos y los acompañan, jóvenes que buscan salir de sus límites, de sus adicciones, de sus resentimientos porque van viendo la luz y quieren salir. Son signos del Espíritu. Chicas jóvenes que esperan a su hijo, que se preparan, son signos de que el Espíritu está actuando. Hay un futuro mejor, pero no le cierres la puerta al Espíritu. No va a hacer cosas espectaculares. Piensen en la Virgen cuando la invade para que nazca Jesús: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” le dijo el Arcángel Gabriel a la Virgen. Cuando desciende, no es que haya producido algo espectacular, sino que la saca de si y la impulsa a visitar a Isabel: “Partió sin demora”.
Ojala esta noche sintamos también algún movimiento aquí dentro, obra del Espíritu que respira en nosotros. Que digamos: ¿cómo puedo salir un poco más de mí, ser una Iglesia en salida, porque la Iglesia vive en mí? Que el Espíritu nos ayude que nos haga gritar cuando recemos el Padrenuestro. El cristiano sabe que el horizonte es Dios, por lo tanto este momento, que es el de ustedes, está lleno de Dios, lleno del Espíritu. Superemos todo miedo, toda cerrazón y convirtámonos en constructores de un mundo nuevo, de un mundo más unido.
Vamos a ofrecerle el corazón. El Espíritu va a venir con sus dones para que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor. El Espíritu va a venir a sus corazones para que sean el Cuerpo y la Sangre del Señor que se entrega en sus familias, en la sonrisa que ofrezcan a sus padres, en el perdón que puedan ofrecer.
+ Mons. Mario Cargnello
Arzobispo de Salta