Misa Estacional en Catedral Basílica de Salta – 14 de septiembre de 2024

Queridos hermanos y hermanas: Permítanme comenzar con un poco de historia, para después venir a nuestras vidas.
Se nos narra que el 13 de septiembre de 1692, a las 10 de la mañana un gran temblor sacudió y arrasó la ciudad de Esteco, cerca del Río Piedras, en Tucumán. El mismo terremoto también se hizo notar en Salta, causando graves daños, aunque no tanto como en Esteco.
En la Iglesia Matriz de Salta se encontraba una imagen de la Inmaculada Concepción, que posteriormente se llamaría «Virgen del Milagro», propiedad de una familia que la había dejado por unos días —desde la festividad de la Natividad de la Virgen María el día 8 de septiembre— en un nicho superior del altar, a unos tres metros de altura aproximadamente. Al ingresar al templo, se encontró la imagen de la Virgen en el suelo, a los pies del Cristo, como si lo mirara en actitud orante, sin que sufriera ningún daño en su rostro ni manos, pese al gran tamaño de la imagen y la altura desde la cual había caído. Los temblores de tierra continuaron, aunque con menos intensidad. Uno de los padres de jesuitas, José Carrión, afligido por la situación sintió una voz, con toda claridad, que le decía «mientras no sacasen al Cristo en procesión, no cesarían los terremotos». Sacaron la imagen y la colocaron frente a la iglesia, y el pueblo acudió con antorchas encendidas. Las campanas llamaron a penitencia e hicieron la procesión con los fieles salteños. Al amanecer del día 15 de septiembre la tierra dejó de temblar, aunque volvió a estremecerse a la noche, en medio de procesiones y rogativas. Al cesar los estremecimientos, el día 16 renació la calma y con ella se comenzó a hablar del «milagro».
El pueblo salteño creyó que gracias al Señor, y por intercesión de la Virgen María, cesaron los terremotos.
Nosotros somos los continuadores de esa historia. Y, como en aquel momento, aquí venimos todos: ricos y pobres; criollos y originarios. Aquí somos todos iguales.
Pero esta igualdad no se percibe después en nuestra vida diaria. Cuando en las estadísticas se habla de “crecimiento”, me pregunto: ¿“crecimiento” de quiénes? De unos pocos, porque vemos que para muchos hay “decrecimiento”, ya que el poder adquisitivo de muchos ha disminuido notablemente. Y estas desigualdades son terremotos para nuestra sociedad y para la vida de muchos.
Todos los años llegan a esta Catedral Basílica innumerable cantidad de fieles, seguramente muchos para dar gracias, pero otros vienen con sus propios terremotos.
Porque hoy hay muchos que sufren el terremoto de haber pedido el trabajo; el terremoto que sufren los que tienen trabajo formal, pero no les alcanza; el terremoto que viven los jubilados que cobran una miseria. Y ni que hablar del terremoto de los que viven de la economía popular o están en situación de calle.
Parece que los argentinos vivimos de terremoto en terremoto.
Y pienso, también, en el terremoto con el que pudieron venir muchos de ustedes: terremotos por problemas laborales y económicos, terremotos por problemas de salud propios o de algún familiar, terremotos porque algún miembro de la familia está atrapado por alguna adicción. Terremotos, terremotos, terremotos.
Nosotros nos llegamos hasta aquí porque creemos que nuestro Padre Dios nos ama tanto que nos envió a su Hijo. Y porque creemos en ese Dios amor que puede detener todos los terremotos. Hemos venido con la misma fe de aquellos fieles de año 1692, esperando el milagro del Señor por la intercesión de su Madre, la Virgen María.
Venimos llenos de fe a renovar nuestro pacto de fidelidad, como decimos en la oración: “Hacemos nuestro el pacto de fidelidad celebrado por nuestros antepasados, prometiendo que Vos, dulce Jesús, serás siempre nuestro y que nosotros seremos siempre tuyos.”
Renovar nuestro pacto de fidelidad es renovar nuestras promesas bautismales, nuestro pacto bautismal, donde hemos renunciado al demonio, a los criterios y comportamientos materialistas y mundanos, y a todo pecado, para servir solamente al Señor y al prójimo. Señor, somos tuyos y Tú eres nuestro, por eso te pedimos: “calmá todos nuestros terremotos. Amén”


Claudio Castricone
Obispo auxiliar de la Nueva Orán

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