9 de abril de 2023
HOMILÍA
Queridos hermanos:
Si habláramos en el lenguaje de la evolución, diríamos que la Resurrección de Jesús, constituye un salto de calidad en la creación superior a todos los otros grandes saltos. El salto de la no vida a la vida, el salto de lo no humano a lo humano, son verdaderos saltos de calidad. Pero, el salto de la Resurrección nos hace pasar del nivel de esta vida que acaba en la muerte a la vida que no tiene fin, a la vida plena y eso lo hizo un hombre: Jesucristo, que es Dios con nosotros. Eso es lo que celebramos y es el fundamento de nuestra fe. Si nosotros, mirando la creación advertimos la dignidad del ser humano, que puede pensar, querer, decidir, que tiene un proyecto, que tiene gusto por lo eterno y lo trascendente, pensemos la diferencia que hay entre ser un ser para la muerte a ser uno para la vida definitiva. Nosotros somos eso, los cristianos somos personas llamados a la vida que no acaba, a la eternidad, al cielo y todo nace de la Resurrección del Señor. Esa es la experiencia fundamental de la Resurrección.
¿Dónde nacemos nosotros para la vida? En el bautismo, por eso hoy, lo bautismal atraviesa la Liturgia y la Eucaristía. Comenzamos con la bendición con el agua bendita sobre nuestras cabezas para revivir el bautismo, para recordarnos que el bautismo no queda en un rito que acabó cuando fuimos llevados en los brazos de nuestros padres o padrinos. Es una fuente de agua que brota hasta la vida eterna, un agua viva que clama dentro de nosotros, como decía San Ignacio de Antioquia: “Ven al Padre”; un agua de vida que nos hace llamar a Dios: “Papá”. Por eso la oración del cristiano es el Padrenuestro, porque la dijo Jesús, el Resucitado. Esta la experiencia fundamental de nuestra fe.
Nuestra vida no acaba en el Viernes Santo, sino que es la entrada a lo profundo de nuestro ser para que, acompañados por el Señor, tomemos nuestras decisiones que nos proyecten a la vida, a la Resurrección. Esto celebramos, por eso tenemos esperanza y debemos impregnar nuestro pararnos el mundo, nuestro vivir en el tiempo que se nos regala al estilo del Resucitado, sembrando la eternidad.
¿Cómo hacerlo? En la primera lectura, en los Hechos de los Apóstoles, se nos narra uno de los discursos de Pedro. “Ya saben ustedes lo sucedido en toda Judea, que tuvo principio en Galilea, después del bautismo predicado por Juan: cómo Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret, y cómo éste pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”. Acá está el punto clave para la transformación del mundo, para ser coherentes con ese paso inmenso de la muerte a la vida. “Él paso haciendo el bien y sanando a todos los que habían caído en el poder del demonio”, ése es el plan de vida del cristiano, nuestro plan de vida, que debiera ser el primer pensamiento de cada jornada ¿Puedo hacer el bien hoy? ¿Cómo puedo hacerlo? ¿Quién espera de mí que le haga el bien? Primero serán los que están cerca, la familia, el prójimo, los amigos, la patria entera y la humanidad. El cristiano que vive el estilo de Jesús busca hacer el bien, el corazón se le va abriendo para que dentro de su corazón entre la humanidad entera. Éste debiera ser el primer pensamiento al inicio de la jornada, también debiera ser la pregunta a la hora del examen de conciencia ¿He hecho el bien? ¿He aprovechado para hacer el bien a los demás? Es un camino que no es fácil, el camino de Jesús pasó por el Viernes Santo. La Resurrección supone haber entregado la vida totalmente, como lo hemos contemplado en la Semana Santa. Ese es nuestro estilo, es nuestra esperanza.
Frente a los conflictos del mundo de hoy, frente a los conflictos de nuestra Patria, que no nos domine la tentación del abatimiento y la desesperación. Nosotros tenemos la exigencia de la esperanza. Es posible mejorar si nosotros tomamos en serio esto de hacer el bien. Pero, no es simplemente hacer el bien en una circunstancia cualquiera, dando una moneda a alguien en las puertas de nuestros templos o en las orillas de nuestros bancos; sobre todo es hacer el bien que nos corresponde: ser un buen padre o madre de familia, ser buenos hijos, ser buenos trabajadores y estudiantes en donde nos toque, ser buenos y responsables como ciudadanos, no buscar los intereses personales o de algún grupo sino el bien común. Debemos, por ser cristianos, dejar que la Palabra de Dios nos comprometa. Lo que Pedro dice y lo que la Iglesia nos recuerda este Domingo de Pascua es clave: “Él pasó haciendo el bien” y el hacer el bien trae salud, “sanando a todos los que habían caído en poder del demonio”. No se trata de hacer actos extraordinarios, sino que se trata de no dejarse vencer por la tentación de creer que el mal tiene la ultima palabra, porque nosotros creemos que el bien va a triunfar, como Jesús. Esta verdad se cree en la comunidad nueva que nace también de la Pascua que es la Iglesia. No se trata de una cuestión subjetiva simplemente, de creer lo que yo sienta o deje de sentir, sino saberme parte de una comunidad que cree y la fe nos hace uno con esa comunidad que es la Iglesia. Ella une a todas las familias de los cristianos.
“Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró. En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos”. Sólo en la Comunión de la Iglesia se cree y se empieza realmente esta transformación que significa un salto de calidad que nos acerca a Dios y nos hace tocar a la humanidad con el mismo Dios.
Es tan grande la fe, el horizonte de la fe. Muchas veces nosotros la reducimos a lo inmediato, a los intereses de techos para abajo, al puro placer sin solidaridad real, sin hacer el bien desde una fraternidad.
Un último detalle, el mismo Pedro nos dice que los que vivieron la experiencia del Resucitado fueron unos pocos elegidos: “a nosotros que comimos y bebimos con Él después de su Resurrección” ¿Cuál es la señal más fuerte de la Resurrección del Señor? La Eucaristía, la Misa. Acá compartimos la presencia de Jesús que se hace pan y vino, que entra dentro de nosotros y nos da fuerza para seguir adelante.
Uno piensa en experiencias como la de la madre Teresa de Calcuta: fue una monja que padeció varios años, que sale del convento -en esas épocas era inadmisible-, en una tierra que no era suya y tiene que pasar un largo camino para encontrar su vocación, que la descubrirá en el rostro de un moribundo sucio al lado de un charco, a quien le limpia la cara y él le sonríe y muere; allí descubre una vocación y entrega una vida reconocida por el mundo entero. Es la misma experiencia de los santos; cuánta gente que ha padecido en campos de concentración cuentan lo que hacían para celebrar la misa. ¡Cuántos enfermos se han visto fortalecidos por Jesús en la Eucaristía! los curas y ministros de la Eucaristía somos testigos de lo que nos enriquecen los enfermos cuando reciben al Señor. Pasan los años, pasan los siglos y esto sigue siendo verdad, por eso, Cristo es el viviente y Cristo en la Eucaristía es el Pan de Vida.
Demos gracias a Dios de ser parte de esta familia que cree en Jesús, que se queda así, entregándose en su Cuerpo, derramando su Sangre y ser depositarios de esa fe desde el día de nuestro bautismo. Alimentemos la fe y no nos achiquemos los cristianos en medio de una sociedad que necesita el testimonio de una esperanza que brota de la Resurrección del Señor. Que Dios nos conceda unas buenas Pascuas.
+ Mario Cargnello
Arzobispo de Salta
* Fotografía gentileza de Catedral Basílica de Salta.