Catedral Basílica de Salta
24 de julio de 2021
Homilía
Queridos hermanos:
La lectura dominical continua del Evangelio según San Marcos se interrumpe en este domingo y comenzamos providencialmente a leer el capítulo 6 del Evangelio según San Juan, con el largo discurso del Pan de Vida. Digo “providencialmente” porque entramos por esta puerta a la celebración del tiempo del Milagro.
En este lugar, marcado por la presencia de Felipe y Santiago y de nuestros queridísimos Patronos Tutelares, el Señor y la Virgen del Milagro, el altar que es el centro de nuestro templo, de esta Catedral, tiene el sobre relieve del escudo que reza, resumiendo los pedidos de Felipe a Jesús: “Padre y Pan”.
El tiempo del Milagro es una llamada a descubrir el rostro del Padre. Cada año la comunidad se reúne, primero con un gran predominio de los que vivimos en la ciudad de Salta, pero luego se va incorporando el grupo cada vez mayor de peregrinos, (aunque este año se verá muy limitado en razón de la pandemia) se reúne buscando. Pero, ¿qué buscamos? Queremos vivir una experiencia religiosa, buscamos el rostro del Padre, de este Dios en quien creemos y profesamos nuestra fe diciendo: “Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra”.
También nosotros, como Felipe, le decimos al Señor: “Muéstranos al Padre y eso nos basta”. La experiencia fundante del Milagro fue aquella de los temblores que movió el corazón del pueblo a clamar al Señor y a pedirle al Padre que se manifestará como tal y el Padre, en el rostro de Jesús, se nos mostró como Padre providente que no abandona su pueblo. Por lo tanto queremos vivir este tiempo del Milagro buscando el rostro del Padre. Y el Padre, por medio de Jesús, nos da como garantía de su cercanía, el Pan.
Escuchábamos en el texto del Evangelio y, haciendo eco de mismo, en la Primera Lectura, cómo el Señor se compadece de su pueblo y lo alimenta. Entra dentro del corazón de la realidad total de la persona, lo alimenta para ponerlo de pie, para hacerlo responsable de su propia vida y de la de los demás, para hacerlo su hijo, el que comparte su mesa y por lo tanto, comparte su corazón, porque el Padre nos habla y nos da el pan que alimenta el cuerpo y el alma.
El centro de la vida del cristiano, el centro de aquel que es devoto del Señor y la Virgen del Milagro es la Eucaristía. En los momentos de la fundación del Milagro, María está al pie del sagrario, así la encuentran y así la descubren como la que intercede ante Jesús que es el Emmanuel, el Dios con nosotros. También nosotros en estos días queremos vivir ese mismo movimiento, dejarnos llamar por el Señor y responder a esa invitación, viniendo, rezándole. Algunos lo harán dirigiéndose a los templos de nuestras parroquias, en nuestros barrios. Todos buscando el rostro del Padre para descubrir nuestro propio rostro, el de hijos delante de Dios, el de hermanos delante de los otros hombres y mujeres que nos rodean y habitan este mundo.
Responder a esta propuesta del Señor, que nos es presentada en este domingo, es dejarnos educar por el Señor para ser responsables de los demás, como los hizo responsables a los apóstoles. Ante la pregunta de Felipe: “¿Dónde compraremos pan para darles de comer?”, Jesús les dice: “Hagan sentar a la gente” y comienza a repartir lo que le alcanzan. Él multiplica lo que somos, nuestros talentos, nuestras posibilidades. También nosotros, por la propia experiencia humana, por la fragilidad de nuestra condición, por la presencia dolorosa y humillante de nuestros pecados, sabemos que no podemos enfrentar el mundo de hoy. Hemos experimentado y seguimos experimentando la fragilidad, la amenaza, incluso la amenaza que significa la muerte como posibilidad; pero confiamos en el llamado del Señor, confiamos en Él que nos muestra el rostro del Padre, y le vamos a decir con nuestro Patrono San Felipe: “Muéstranos al Padre” y buscaremos con él dónde podemos comprar pan para compartir, recibiremos de él ese don que supera todo lo que nos podemos imaginar, por eso estamos aquí y por eso vamos a celebrar este Milagro llenos de confianza, porque la fuerza nos viene del Señor. Queremos centrarnos verdaderamente en la Eucaristía.
Este año se nos ha propuesto las intenciones siguientes:
Primero, que San José interceda por el pan y el trabajo de cada familia. Con toda la Iglesia estamos celebrando el Año de la familia, también nosotros queremos volver la reflexión del Papa Francisco que nos ofreció en el cap. IV y V de su Exhortación “La alegría del amor” para contemplar cómo la Palabra de Dios nos muestra la fuerza, la belleza del amor en el matrimonio y en la familia. Y ligada a esto, en el trabajo. La figura de San José, al lado de María y acompañando al Señor Jesús, y con ellos a nosotros nos estimulará a convertirnos en verdaderos discípulos de Jesús en la vida del hogar y a ser testigos misioneros del amor matrimonial y familiar. Ese amor que se alimenta en la Eucaristía, que llama a los esposos a celebrar juntos la Eucaristía, ese amor los hace caminar juntos, cada familia en el pueblo, cada pueblo en la nación, cada nación en el mundo. Y así, en la Eucaristía, en la Palabra de Dios que desde la Eucaristía se nos ofrece día a día en este tiempo, queremos aprender el arte de la fraternidad, cultivando la amistad con todos, procurando descubrir que ser ciudadanos de una nación y del mundo, es una gracia de Dios; que los hermanos son una gracia de Dios y que al mismo tiempo es una tarea de cada uno nosotros tratar de ser verdaderamente hermanos. Además, junto a todos los hermanos, queremos pedir el fin de esta pandemia, que hace ya larga. Tenemos que ser humildes y ver que no lo sabemos todo, la ciencia no es omnisciente, no lo sabe todo, porque anida en la inteligencia humana y somos limitados. Ya son más de ciento tres mil vidas humanas que ha costado esta pandemia a nuestro país. Va quedando mucho dolor y gente que ha quedado mal de la enfermedad; se viven temores, familias que han sufrido y siguen sufriendo.
Queremos desde el amor nacido de la Eucaristía, alimentados por el corazón mismo de Cristo y del Padre con la fuerza del Espíritu; queremos hacer nuestro el dolor de tanta gente y pedir al Señor que nos haga humildes de corazón para poder ser verdaderamente hermanos.
Que en nuestra ciudad, provincia y en nuestra Patria demos un paso, nosotros los cristianos, que tenemos más razones y fuerza para hacerlo porque Dios está con nosotros; que nosotros los cristianos contribuyamos en serio a tender puentes en la vida social de nuestro país. El Señor y su Madre estarán más cerca de nosotros, en el signo de las imágenes que ya están en su trono. Pongamos en la mesa del altar, el corazón de cada uno de los que estamos aquí dentro en el templo, de los que están en la plaza y aquí al costado, de los que nos siguen desde sus hogares en nuestras transmisiones en Salta y en cualquier lugar del país y del mundo. Y también nosotros comprometámonos a no dejar que caiga nada del pan que Jesús nos da, que sea como mandato el de recoger los pedazos que sobran para que no se pierda nada.
¡Señor, que no perdamos nada de lo que nos quieras decir en estos más de cincuenta días, que podamos ir superando la situación crítica y, ojalá podamos hacer la procesión!
+Mario Cargnello
Arzobispo de Salta