15 de Septiembre – Catedral Basílica de Salta
Homilía
Hermanos queridos:
¡Padre, glorifica a tu Hijo, a Jesús!. Ayúdanos a ver resplandecer la luz que brota de la Cruz en este 15 de septiembre del año 2020.
Brilla la luz en medio de este silencio, verdaderamente sonoro, de nuestra ciudad que, vacía de personas, está llena del amor de tantos devotos, tantos cristianos y hombres y mujeres de buena voluntad que aman a tu Hijo Jesucristo.
¡Señor Jesús! Hoy queremos gritar: ¡Somos tuyos!; necesitamos hacerlo. En esa pertenencia, se define quiénes somos, a dónde vamos. Los creyentes reconocemos que Tú, verdadero Dios y verdadero hombre eres el que conoce lo más profundo del corazón de cada hombre y eres el que, en nombre de la humanidad, estás ante el Padre. Queremos reconocer que somos tuyos para poder decirte esta tarde: ¡“Tú eres nuestro”!.
I
El Papa San Juan Pablo II, cuando viajó a la Argentina, al reunir a los agentes de pastoral de la Iglesia en nuestra patria nos invitó a reflexionar sobre esta verdad: “Somos de Jesucristo”.
Somos de Jesucristo porque Él es el Rey de la Creación. En la Carta a los Colosenses hay un himno que nos entrega Pablo donde muestra que la clave de lo creado es Jesús. Este mundo que nos desconcierta tiene sentido en la Palabra, no es el fruto de un azar, tiene un sentido: “En el principio existía la Palabra, la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios” (Jn. 1, 1) y el Señor Jesús es quien da sentido a lo creado; le da consistencia y sentido. Esto no significa negar lo que la ciencia ha descubierto y nos enseña acerca de las leyes escritas sobre lo creado, sólo significa descubrir cómo, en el movimiento de las leyes, todo va teniendo un sentido y el hombre tiene un sentido en la creación. La pandemia es un grito de esa creación, un grito que se dirige al hombre para que la respete. Jesús nos muestra la actitud del verdadero hijo de Dios que, puesto en la creación, la respeta y sabe usarla para el bien de los demás y suyo. No abusa, profundiza el conocimiento de la misma, sin soberbia, sin actitudes prometeicas sino con el deseo de compartir y glorificar a Dios. Por eso Jesús puede admirarse ante los lirios del campo y sabe compartir el pan y el vino. Por eso Jesús puede mostrarnos el sentido último de lo creado. Ser de Jesús nos invita a aprender de Él una actitud libre, humana, que cuida la creación. Nosotros estamos celebrando esta Fiesta del Milagro en el marco de este tiempo de la “Laudato Si”, propuesto por el Santo Padre entre el 1° de septiembre y el 4 de octubre. ¡Qué bueno que aprendamos también de Jesús, de sus santos a ser una Iglesia que testimonia el respeto, el cuidado de la creación y la pone al servicio de todos los hombres, sin excluir a nadie. No puede la Casa Común ser patrimonio de la rapiña de pocos, excluyendo a inmensas multitudes, echándolos de su propia casa. La casa es común y sólo con el cuidado respetuoso podremos asumir el proyecto de Dios y servir a los hermanos.
Somos suyos por el bautismo. En el bautismo los cristianos creemos firmemente que hemos sido sumergidos en la muerte del Señor. Del agua brotada de su costado la Madre Iglesia nos ha concebido como hijos del Padre y hermanos de Jesús. En el agua del bautismo el Espíritu nos ha abrazado, nos ha atravesado para convertirnos en familia de la Santísima Trinidad. El cristiano, como todo ser humano, con un compromiso que arraiga en su relación con Dios está llamado a cultivar la fraternidad, una fraternidad que se ha de vivir en el seno de la Iglesia, una fraternidad que nos invita a sumergirnos en el misterio de Jesús en la Eucaristía, a vivir plenamente nuestra pertenencia a su familia en la Misa dominical, a desear el Cuerpo y la Sangre del Señor y a comprometernos para vivir plenamente como personas eucarísticas.
La situación marcada por la pandemia no nos permite reunirnos. Hermanos, que crezca el deseo de poder reunirnos en cuanto podamos porque la Eucaristía reclama la presencia del pueblo de Dios y, el cristiano sabe que su vida espiritual no se construye en torres que nos aíslan sino en la comunión del cuerpo que se convoca en los templos para poder ser una sola familia que come un mismo Pan, bebe la Sangre del Señor y convierte su vida en Eucaristía para servir a los demás. Todo brota del bautismo. Todo brota del Señor que ha extendido los brazos en la Cruz para hacernos un solo pueblo. Ser de Jesús desde el bautismo y consumar nuestra pertenencia en la Eucaristía nos hace a nosotros capaces de hacernos cargo de los hermanos, nos desafía a recorrer el camino del seguimiento de Jesús, el camino de la santidad en el estilo del Señor que da la vida.
Somos suyos, somos de Jesús por la confirmación. El sacramento del Espíritu nos hace a nosotros responsables de los hermanos, reforzando lo que nace en el bautismo y se alimenta en la Eucaristía. Un confirmado, un arraigado más profundamente en el Bautismo por la Confirmación, es alguien que descubre que no sólo pertenece a la Iglesia sino que es corresponsable de la vida de la Iglesia, se hace cargo de los hermanos y se hace cargo de la misión del mismo Jesús, por eso la pasión misionera atraviesa su vida y le da felicidad, lo invita a ser testigo mediante la alegría, testigo de la Muerte y Resurrección del Señor, un heraldo del amor de Cristo, un apasionado del servicio. “¡Ay de mí si no evangelizo!! decía Pablo y esa es la marca del cristiano como miembro de la Iglesia. La tarea misionera del cristiano lo lleva a asumir sus responsabilidades frente a los hermanos. ¡Cuántos cristianos nos muestran su pasión por servir a los demás! En estos tiempos de pandemia han sido muchos: laicos, religiosos, religiosas y sacerdotes que han edificado por el testimonio de su servicio incondicional a los más pobres, a los enfermos. Incluso hombres y mujeres que no son cristianos, gente buena que carga el peso de las consecuencias de la pandemia, en los enfermos, en los más pobres, en los golpeados en la vida familia, ya sea por la economía familiar o por aquellos que, por la presión del temor y la angustia, ven resquebrajarse los vínculos.
Cuando decimos, que “somos del Señor”, no solamente expresamos un deseo o una propuesta, se trata de una realidad, porque el Espíritu vive y actúa, porque el Espíritu nos hace de verdad hombres y mujeres libres, hombres y mujeres dignos, hombres y mujeres fraternos.
II
¡Señor del Milagro, todo esto lo viviste Tú, eres Tú el que nos muestras el estilo de la entrega y del servicio! ¿Qué más te podemos pedir si has dado la vida por nosotros en la Cruz? ¿Qué más te podemos pedir si la sigues dando cada día en la Eucaristía? ¿Qué más te podemos pedir si estás siempre dispuesto a perdonarnos en la Reconciliación? Qué más te podemos pedir si en la vida de nuestro pueblo eres el gran unidor de voluntades y corazones, el Señor y Guía, el Servidor y Rey de este pueblo. Danos fuerza para poder responderte en esta hora, en esta hora difícil. No me es fácil mirarte cuando no puedo sacarte a las calles, pero Tú eres quien nos das esta hora y así la aceptamos! Esta es la hora del Padre y Él quiere glorificarte así, pidiéndonos que te contemplemos a los lejos, pero tan cerca de nosotros.
Hermanos queridos, esta tarde vamos a celebrar el Pacto, lo haremos desde esta Catedral que es el Santuario del Señor y la Virgen del Milagro, ustedes lo harán desde su casa. El Pacto es un sello de unidad con Jesús y con los miembros de nuestro pueblo, los que gobiernan, los que trabajan, los que están dando la vida por nosotros, los que están en sus hogares, los que no tienen hogar.
Quisiera pedirles un favor, que nos preparemos para celebrar este Milagro, este Pacto poniendo en el corazón un deseo profundo de unidad, dentro de la familia y en nuestra patria. Estamos demasiado golpeados para seguir enfrentándonos. Estamos en una sola barca, que es la barca de la humanidad como para creernos dueños ¿de qué?
Dios nos da esta oportunidad de poder celebrar este Milagro con un corazón lleno del deseo de unidad. Preparémonos; hagámoslo desde esta Eucaristía, misterio de amor, vinculo de unidad y de caridad.
Que María Santísima, como Madre que sabe acariciarnos con ternura, levante también nuestros rostros para poder celebrar el Milagro con una renovada esperanza.
+Mario Cargnello
Arzobispo de Salta