CORPUS CHRISTI
Atrio Catedral Basílica de Salta
Domingo 19 de junio de 2022
Queridos Hermanos:
En el centro de nuestra fe esta la Cruz del Señor. Para los apóstoles, los discípulos y los más cercanos, la experiencia de la muerte del Señor fue una experiencia verdaderamente traumática ¿Cómo podía ser que el que dominó el mar, calmó las tempestades, curó a los enfermos, devolvió la vista a los ciegos y el andar a los paralíticos muriera así? La muerte de Jesús, medida humanamente, fue un fracaso. Basta comparar la muerte de Jesús con la de los esclavos. De hecho, era la muerte de los esclavos.
¡Pero qué diferencia entre la muerte de un esclavo rebelde y la de Jesús! La experiencia vivida por los Apóstoles después de la Resurrección del Señor, los condujo a preguntarse qué significado tenía esta muerte. Ellos entendieron que la clave de interpretación de la muerte de Jesús estaba en la Última Cena, allí el Señor había anticipado el sentido de su muerte: “Esto es mi Cuerpo entregado por ustedes, esta es mi Sangre derramada por ustedes”.
El Hijo de Dios se había hecho hombre y esclavo, había lavado los pies y, desde entonces, los Apóstoles y la Iglesia renovando el misterio de la Cruz en la Cena Pascual celebrada en cada Eucaristía nos enseñan, nos trasmiten día a día, como lo señala el Apóstol Pablo en la 2° Lectura, y actualizan, la entrega de Jesús que es muerte y vida hasta la consumación de los siglos. Por eso nosotros, después del relato de la Institución de la Eucaristía en la misa proclamamos: “Anunciamos tu Muerte, proclamamos tu Resurrección, Ven Señor Jesús”. Con fidelidad la Iglesia tiene en cuenta el mandato del Señor: “Hagan esto en memoria mía”.
Aquí está la medula de nuestra fe, el Señor se ha bajado hasta lo más profundo de la muerte para darnos vida y para hacernos a nosotros también eucaristía capaz de dar vida. Y todo se celebra en un banquete, la Eucaristía, que atraviesa toda la historia de la Iglesia, a tal punto que el Concilio dirá que es la fuente y la cumbre de la vida de la Iglesia, porque es la renovación del sacrificio de la Cruz, de su Resurrección. El Dios que se hizo hombre, en su humanidad se hizo carne para ser vida de cada uno de nosotros. Los vivientes nos tenemos que alimentar para poder vivir y Él se hizo alimento para darnos vida, para hacernos vivientes para la eternidad. Aquí está el centro de la vida de la Iglesia, su fuerza, su proyección, su sentido, en la Eucaristía. Por eso celebramos y queremos celebrar este Misterio no sólo en la Misa que se ofrece cada día en los altares, no sólo en los domingos o en el tiempo pascual sino también en un día especial como hoy, Corpus Christi.
Un banquete atraviesa el Antiguo Testamento y más el Nuevo. Es el sentido del banquete como lugar del encuentro de Dios con el hombre. Abram que recibe a los visitantes y les ofrece la comida, él es nuestro padre en la fe; Moisés y las grandes figuras del Antiguo Testamento. El culto del Antiguo Testamento está atravesado por la comida, Jesús acepta la invitación a comer con los pobres, los pecadores, con todos aquellos que lo invitan. Es el Dios que muestra que nos toma en serio porque comparte la comida, se hace vida y comunión, se hace verdad y amor.
¡Qué importante es descubrir en nuestra vida la centralidad de la Eucaristía! ¡Poder comer el Pan que me ofrece el Padre Dios, que es Jesús! Es una comida que tiene el sello de una alianza, de un pacto que se renueva, de un Dios que se entrega y de un Dios que me transforma, porque detrás de: “Esto es mi Cuerpo que se entrega por ustedes, esta es mi Sangre que se derrama por ustedes” resuena el mandato del Señor que escuchábamos en el Evangelio: “Denles ustedes de comer”. El cristiano sabe y aprende con el paso del tiempo cómo la Eucaristía me va cambiando la mirada y transformando el corazón, me va haciendo salir de mí para descubrir la necesidad del otro, me va haciendo descubrir que ese movimiento saca lo mejor de mí y me hace feliz y es el que anticipa el proyecto de eternidad. No hay nada más contradictorio con la Eucaristía que una mirada cerrada, autorreferencial –diría Francisco-, egoísta o posesiva del Señor. El Señor viene a romper cualquier esquema posesivo y a convertir mi vida en una entrega, no hay otra. Nosotros celebramos este misterio que se renueva generación tras generación, cristiano tras cristiano, hasta que Él vuelva: “Anunciamos tu Muerte, proclamamos tu Resurrección, ven Señor Jesús”.
En ese movimiento que brota de Dios y que anidando en el corazón me saca para ir hacia el otro para regresar al Padre, ahí vamos trabajando para ser nosotros también, como es la Eucaristía, fuente y alimento de la unidad de los hombres, con Dios y entre sí. Alimento y razón de ser de la Iglesia, tenemos que aprender el arte de trabajar el corazón para hacer nuestra la Pasión de Jesús: que todos sean uno. El Misterio de la Eucaristía nos desafía y nos provoca día a día a vencer todas las tentaciones sutiles o groseras que intenten romper la unidad con los hermanos.
Pidamos al Señor la gracia de descubrir la grandeza de poder ser comensales de Jesús, del Padre que nos da a Jesús como alimento en la unidad del Espíritu en cada Eucaristía. Agradezcamos que en nuestros templos la mesa del altar este siempre dispuesta para renovar el sacrificio. Valoremos la Eucaristía, fuente de la unidad de nuestras familias. Recuperemos la práctica de la Misa dominical en familia en este Año de la Familia. Pongamos a cada una de nuestras familias en el Altar y pidamos para que el Señor nos haga uno.
+ Mario Cargnello
Arzobispo de Salta